Desz lo ha logrado y el corazón de Lis es suyo. ¿Cuál será su siguiente paso?
Reino de BalaiEl joven copero avanzaba por el enorme y oscuro palacio cargando una bandeja con la jarra de vino y unas copas de plata. El invierno ya había llegado y los más cercanos al monarca se sorprendían de que el muchacho siguiera todavía con vida. Ningún amante del rey duraba más de unas cuantas noches, mucho menos vivían para ver el paso de las estaciones. Algo especial tenía el copero que lo anclaba al corazón de frío acero del hombre, quien no sólo le permitía vivir, sino que también lo llenaba de privilegios. Además del honor de dormir cada noche en los aposentos reales, deambulaba con libertad por el palacio entero sin que se le cuestionara paso alguno. Seguía siendo un siervo y seguía llevando un humilde pantalón harapiento y grilletes en las muñecas y cuello, como tanto le gustaba a su señor, pero su vida era un bien valioso y preciado; un tesoro como su cetro. Si bien el muchacho podía ir a donde quisiera en el palacio, sólo unos cuantos lugares le interesaban. Uno de
Reino de NuanteEl amanecer encontró a Lis acurrucada entre los brazos de Desz. Pequeñas gotas de rocío le humedecían el cabello, pero no tenía frío. Desde el mirador, las tierras de Nuante, iluminadas por el sol de la mañana, parecían frescos parajes primaverales. La vida resurgía donde antes sólo reinaba la muerte. La vida rejuvenecía y se renovaban las energías gastadas. Pese al largo rastro de huellas que había detrás, el presente era representado por el pequeño brote que luchaba por alcanzar la luz en medio de la tierra estéril, con todo un esplendoroso futuro por delante.¿Cuándo el futuro le había parecido a Desz esplendoroso? ¿Cuándo había ansiado que llegara? En otra vida, nunca en ésta. Nunca hasta ahora. El pequeño brote... Lis. Ella era la responsable de todo. Desz supo que la joven se había despertado hacía un buen rato, cuando su ritmo respiratorio perdió serenidad. Sin embargo, permaneció quieta, sin moverse ni un ápice. No sabía si para ella el futuro parecía esplen
Riu dejó el palacio de la bestia con un sentimiento de amargura. La princesa no sufría los horrores que le había descrito el rey de Balai y parecía estar a gusto en su nuevo hogar. Sin embargo, no deseaba dejarla allí. Ella pertenecía a la luz, al lado del mundo donde relucía la vida y todo lo que se ve resultaba hermoso, no a ese palacio ruinoso y hostil, donde la asediaba un monstruo.Tiempo. Necesitaba tiempo para pensar en un plan de rescate y también un lugar seguro al cual llevarla, pues si el propio rey la había entregado como un vulgar objeto, el palacio de Arkhamis no sería apropiado. Y ya no podría regresar, sería un traidor. Traicionaría al rey, a su patria y a su padre. ¿Quién le había enseñado a luchar incansablemente hasta lograr sus objetivos? ¿A no rendirse, aunque no tuviera fuerzas para continuar? Esperaba no meter en problemas a su amado padre. Pasó junto al camino que, según Lis, lo llevaría a una aldea. Justo donde éste se desprendía del camino principal estab
Ha llegado la primera pausa en el camino. Espero que hayan disfrutado del inicio de este viaje y que tengan mucha curiosidad por lo que sigue. En la segunda parte, que se publicará aquí mismo, haremos un viaje hacia el pasado, a la época en que los Tarkuts dominaban el mundo, aterrorizando a los humanos y cómo llegaron a aliarse con ellos. Veremos el amanecer de Nuante y más detalles sobre su caída, así como el camino de Desz hasta convertirse en rey, pavimentado sobre sueños, deseos, amores y tragedias. Sabremos sobre Ariat, el bosque y los misterios que en él se ocultan. También nos adentraremos al mundo de los Dumas y al origen de su enemistad con los Tarkuts, y comprenderemos el rol de los humanos y los cinco reinos en tal disputa. Y el origen de Lis. Espero que continúen este viaje conmigo y me esperen al borde del bosque de las sombras. ¡Muchas gracias por leer!
Hace más de dos mil quinientos años, bajo el cielo enrojecido, densas nubes se alzaban tras la marcha de las hordas de Tarkuts, cual tormenta de arena a su paso por los desiertos del este. Comandados por su fiero rey, avanzaban en búsqueda de nuevos territorios, lejos de otras tribus vampíricas y de los hombres lobos Liaks, pero con humanos suficientes para saciar su hambre. Cerca del atardecer, el vigía los guio a una pequeña aldea floreciente en un oasis, que distinguieron como un manchón verde en medio de las dunas. En su largo viaje desde sus tierras, habían arrasado con cuanto asentamiento humano se encontraran y éste no fue la excepción. Las cálidas arenas se volvieron tan rojas como el cielo y el humeante aroma de la sangre se esparció por los aires, claro anuncio de que los "silenciosos" habían atacado. Eso era lo que su nombre significaba. Entre la cacofonía del bestial banquete, dos corazones latían aterrados al interior de un baúl oculto bajo la arena. El lugar, destinado
—¿Los Talkuts oyen tu colazón? —preguntó la pequeña niña, cogida de la mano de su hermano.—Los Tarkuts no existen, Jun. Son historias creadas para asustar a los niños. —¡Yo no tengo miedo! El joven le acarició la cabeza rubia, viéndola con ternura. Él ya estaba en sus veintitantos y la noticia de que sus padres tendrían un bebé lo sorprendió gratamente. La pequeña Jun de cuatro años, sonrisa fácil y ojos celestes y curiosos, se había convertido en su fascinación. Y ella adoraba a su hermano y lo acompañaba al mercado a hacer sus deberes. Vivían con sus padres en un pequeño poblado donde encontraron asilo luego de migrar desde el norte, huyendo de la sequía. Habían perdido sus siembras y a la mayoría de sus animales, de los que se salvó una cabra huérfana a la que él se había encargado de criar como si fuese su hija. A estas nuevas tierras la sequía no había llegado, prometiendo fertilidad y buen tiempo. Incluso un bosque crecía en las cercanías, el bosque de las luces. —Los Talkut
Pronto Alen se halló frente al bosque. Los rayos del sol del atardecer se colaban por entre sus árboles, de troncos delgados y copas muy altas, haciéndolo resplandecer. Eran árboles jóvenes, aunque probablemente más viejos que cualquier persona que conociera. Le llamaban el bosque de las luces, pero hasta ahora él no había visto ninguna.Desde su hogar, en los faldones de una colina, el bosque se veía sólo parcialmente. A veces, por la noche, lo miraba desde su ventana y ninguna luz, que no fuera la de la luna o las estrellas, había hecho aparición.Otra leyenda, pensó, traspasando la primera hilera de árboles. La tierra blanda amortiguaba sus pisadas, pero su andar no era silencioso; gritaba a todo pulmón el nombre de su hermana. El sol no tardó en ocultarse del todo y Alen siguió llamándola, cada vez más profundo en el bosque, cada vez más exhausto. Y el aire tibio del lugar no ayudaba con el cansancio y la fatiga. Cayó al suelo cuando la vista se le nubló. Estaba frente a un río. E
Alen llevaba más de un día dormido en su lecho. La desgastante búsqueda lo había debilitado y la caída empeoró su condición. Tal vez, si su lecho no hubiese sido una humilde pila de heno cubierta apenas por una bella sábana, se habría recuperado antes. Vivían en precarias condiciones y de la bonanza pasada sólo habían quedado algunos objetos que se habían resistido a vender, como las sábanas bordadas por la madre.Jun estaba a su lado, sentada sobre un pequeño banco. Velaba el intranquilo sueño de su hermano y, sin saber por qué, le acarició la arruga de su ceño hasta hacerla desaparecer. Sonrió complacida. La madre estaba a pocos pasos, preparando una sopa. Había logrado cambiar un collar heredado de su abuela por una gallina. Estaba segura de que, con una buena comida, Alen se recuperaría pronto. Le preocupaba su estado y también lo necesitaba fuerte para que ayudara a su esposo en el campo. —Jun, deja a tu hermano descansar.La pequeña se empeñaba en acariciarle el rostro y el cab