¿Qué habrá en el reino de Karades y por qué se han llevado a Riu? Pronto lo sabremos...
Ha llegado la primera pausa en el camino. Espero que hayan disfrutado del inicio de este viaje y que tengan mucha curiosidad por lo que sigue. En la segunda parte, que se publicará aquí mismo, haremos un viaje hacia el pasado, a la época en que los Tarkuts dominaban el mundo, aterrorizando a los humanos y cómo llegaron a aliarse con ellos. Veremos el amanecer de Nuante y más detalles sobre su caída, así como el camino de Desz hasta convertirse en rey, pavimentado sobre sueños, deseos, amores y tragedias. Sabremos sobre Ariat, el bosque y los misterios que en él se ocultan. También nos adentraremos al mundo de los Dumas y al origen de su enemistad con los Tarkuts, y comprenderemos el rol de los humanos y los cinco reinos en tal disputa. Y el origen de Lis. Espero que continúen este viaje conmigo y me esperen al borde del bosque de las sombras. ¡Muchas gracias por leer!
Hace más de dos mil quinientos años, bajo el cielo enrojecido, densas nubes se alzaban tras la marcha de las hordas de Tarkuts, cual tormenta de arena a su paso por los desiertos del este. Comandados por su fiero rey, avanzaban en búsqueda de nuevos territorios, lejos de otras tribus vampíricas y de los hombres lobos Liaks, pero con humanos suficientes para saciar su hambre. Cerca del atardecer, el vigía los guio a una pequeña aldea floreciente en un oasis, que distinguieron como un manchón verde en medio de las dunas. En su largo viaje desde sus tierras, habían arrasado con cuanto asentamiento humano se encontraran y éste no fue la excepción. Las cálidas arenas se volvieron tan rojas como el cielo y el humeante aroma de la sangre se esparció por los aires, claro anuncio de que los "silenciosos" habían atacado. Eso era lo que su nombre significaba. Entre la cacofonía del bestial banquete, dos corazones latían aterrados al interior de un baúl oculto bajo la arena. El lugar, destinado
—¿Los Talkuts oyen tu colazón? —preguntó la pequeña niña, cogida de la mano de su hermano.—Los Tarkuts no existen, Jun. Son historias creadas para asustar a los niños. —¡Yo no tengo miedo! El joven le acarició la cabeza rubia, viéndola con ternura. Él ya estaba en sus veintitantos y la noticia de que sus padres tendrían un bebé lo sorprendió gratamente. La pequeña Jun de cuatro años, sonrisa fácil y ojos celestes y curiosos, se había convertido en su fascinación. Y ella adoraba a su hermano y lo acompañaba al mercado a hacer sus deberes. Vivían con sus padres en un pequeño poblado donde encontraron asilo luego de migrar desde el norte, huyendo de la sequía. Habían perdido sus siembras y a la mayoría de sus animales, de los que se salvó una cabra huérfana a la que él se había encargado de criar como si fuese su hija. A estas nuevas tierras la sequía no había llegado, prometiendo fertilidad y buen tiempo. Incluso un bosque crecía en las cercanías, el bosque de las luces. —Los Talkut
Pronto Alen se halló frente al bosque. Los rayos del sol del atardecer se colaban por entre sus árboles, de troncos delgados y copas muy altas, haciéndolo resplandecer. Eran árboles jóvenes, aunque probablemente más viejos que cualquier persona que conociera. Le llamaban el bosque de las luces, pero hasta ahora él no había visto ninguna.Desde su hogar, en los faldones de una colina, el bosque se veía sólo parcialmente. A veces, por la noche, lo miraba desde su ventana y ninguna luz, que no fuera la de la luna o las estrellas, había hecho aparición.Otra leyenda, pensó, traspasando la primera hilera de árboles. La tierra blanda amortiguaba sus pisadas, pero su andar no era silencioso; gritaba a todo pulmón el nombre de su hermana. El sol no tardó en ocultarse del todo y Alen siguió llamándola, cada vez más profundo en el bosque, cada vez más exhausto. Y el aire tibio del lugar no ayudaba con el cansancio y la fatiga. Cayó al suelo cuando la vista se le nubló. Estaba frente a un río. E
Alen llevaba más de un día dormido en su lecho. La desgastante búsqueda lo había debilitado y la caída empeoró su condición. Tal vez, si su lecho no hubiese sido una humilde pila de heno cubierta apenas por una bella sábana, se habría recuperado antes. Vivían en precarias condiciones y de la bonanza pasada sólo habían quedado algunos objetos que se habían resistido a vender, como las sábanas bordadas por la madre.Jun estaba a su lado, sentada sobre un pequeño banco. Velaba el intranquilo sueño de su hermano y, sin saber por qué, le acarició la arruga de su ceño hasta hacerla desaparecer. Sonrió complacida. La madre estaba a pocos pasos, preparando una sopa. Había logrado cambiar un collar heredado de su abuela por una gallina. Estaba segura de que, con una buena comida, Alen se recuperaría pronto. Le preocupaba su estado y también lo necesitaba fuerte para que ayudara a su esposo en el campo. —Jun, deja a tu hermano descansar.La pequeña se empeñaba en acariciarle el rostro y el cab
El sol emergió hacia los cielos al mismo tiempo que Alen llegaba a la puerta de su señor. La puntualidad era un rasgo que el hombre admiraba y su aprecio por el muchacho no hizo más que aumentar. En el patio trasero de la propiedad había un pozo y una pileta en la que Alen fue amontonando las ropas sucias. Eran abundantes. Prendas finas y delicadas, que lavó con los insumos que su señor le proveyó. Le siguieron varios juegos de sábanas y colchas, unas cuantas cortinas y dos alfombras. A mediodía, los tendederos que él mismo tuvo que instalar, cruzaban el patio como telarañas de un lado a otro en una intrincada red. Había terminado y secó el sudor de su frente, conforme con su desempeño.Buscó a su señor para informarle y lo encontró en el comedor, sentado frente a una mesa tan abundantemente servida que no pudo articular palabra. —Descansa un momento y come. Necesitarás energías para continuar. Alen se sentó, embobado. Permaneció observando todo, sin probar bocado. Parecía un sueño.
Al alba llegó Alen a casa de su señor. Hizo labores de mantenimiento y casi a mediodía partieron al pueblo. El hombre había hecho una lista de lo que necesitaba, pero Alen no sabía leer así que debió acompañarlo. Lo primero que consiguieron fue un caballo y una carreta. La fueron llenando con lo que el hombre ameritaba del mercado. Alen esperaba que fueran en su mayoría alimentos, pero lo único comestible eran cinco gallinas y un saco de maíz, para las gallinas. También compraron inciensos, ropas, aunque él consideraba que su señor tenía más que suficientes, sustancias limpiadoras y otras cosas que el joven consideró excentricidades.—Mi señor, le sugiero llevar aceite para las lámparas. —Ah, sí. Es una buena idea —señaló con indiferencia.Alen fue por él a la taberna. La muchacha sonriente lo atendió, le preguntó por Jun y al oír la buena noticia, lució más sonriente aún. Cuando por fin salió con el aceite, su señor lo esperaba de brazos cruzados, apoyado en la carreta. —¿Al menos
La tenue luz que se colaba por las frondosas ramas sobre la cabeza de Alen iluminaba apenas el camino. Pese a la oscuridad, sus pasos eran seguros en la tierra blanda. Sabía exactamente dónde pisar, como si hubiera transitado por allí muchas veces o tuviera la ruta grabada en su cabeza, justo tras la presión en su frente. Un búho ululó sobre una rama, mirando al intruso que, con su andar ruidoso, espantaba a sus presas. Alen siguió como si nada, víctima de un estado de trance muy cercano al fanatismo. Buscaba explicaciones a su sentir. Ya no era sólo la presión en su entrecejo, ahora todo su cuerpo era llamado hacia algún lugar en las oscuras profundidades del bosque. Alen era una esquirla de metal y un imán gigantesco lo atraía. Y aquella inexplicable sensación lo fascinaba, como nunca antes. En su mundo siempre sereno, aparecía algo de disrupción. Era refrescante y comprender la razón lo sería mucho más.Sus pasos se detuvieron al llegar a un pequeño claro de aspecto grisáceo por l