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IV Rostro cambiante
El sol emergió hacia los cielos al mismo tiempo que Alen llegaba a la puerta de su señor. La puntualidad era un rasgo que el hombre admiraba y su aprecio por el muchacho no hizo más que aumentar.

En el patio trasero de la propiedad había un pozo y una pileta en la que Alen fue amontonando las ropas sucias. Eran abundantes. Prendas finas y delicadas, que lavó con los insumos que su señor le proveyó. Le siguieron varios juegos de sábanas y colchas, unas cuantas cortinas y dos alfombras. A mediodía, los tendederos que él mismo tuvo que instalar, cruzaban el patio como telarañas de un lado a otro en una intrincada red. Había terminado y secó el sudor de su frente, conforme con su desempeño.

Buscó a su señor para informarle y lo encontró en el comedor, sentado frente a una mesa tan abundantemente servida que no pudo articular palabra.

—Descansa un momento y come. Necesitarás energías para continuar.

Alen se sentó, embobado. Permaneció observando todo, sin probar bocado. Parecía un sueño.
NatsZ

La inquietud de Alen por la apariencia de su señor ha aumentado, igual que el llamado del bosque. Pronto se encontrará con quien lo espera.

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