¿Qué habrá pasado con Riu? ¿Irá Lis a buscarlo?
Qué vacío se sentía el palacio sin Lis. Vacío, silencioso, tranquilo, ideal para descansar. Fue a disfrutar del silencio a la biblioteca. Desde los grandes ventanales se apreciaba muy bien la lluvia y se oía muy bien también. Recordó jornadas entrañables junto a Gentz y sus profundas reflexiones. Era muy sabio para ser tan joven. Y le gustaba mucho la lluvia.Furr la detestaba. Varias veces lo oyó m4ldiciendo al cielo por mandar tanta agua, rayos y truenos. En su furia ocultaba su verdadero sentir, ese que sólo Desz conocía: le temía a tan bella manifestación de los elementos. Temía a lo que hacía brotar en él, en sus memorias fracturadas.Todos los Tarkuts tenían memorias fracturadas, deseos insatisfechos, anhelos implacables sepultados por el tiempo y Desz no era la excepción. Él también deseaba, anhelaba y no sólo la venganza. Seguía habiendo en él una pequeña esperanza, minúscula y casi imperceptible de recuperar lo que había perdido, lo que había amado y cuyo nombre le susurraba e
Reino de Balai—Era un chiquillo cobarde después de todo. No pudo con ese animal —el rey hablaba con los hombres que habían ido junto a Riu a capturar a Desz luego de que el muchacho lo hiriera.Lo habían estado esperando en el Paso del alba. Al llegar, dijo que había cambiado de opinión, que no buscaría a la princesa, que la bestia era más poderosa de lo que imaginaba. —Es una rata cobarde, no un hombre. No se merece los favores de ninguna mujer, debieron matarlo ahí mismo. ¿Qué fue de él? Los hombres se miraron con nerviosismo y algo de incredulidad. El temor que relucía en sus ojos fue evidente para el rey, que no toleraba una muestra tan patética de debilidad. —¡Hablen ya o acabarán colgados de las astas frente al palacio!Con calma, para asegurarse de que sus palabras reflejaran fielmente lo que habían visto y no quedara duda alguna, ellos le relataron lo ocurrido con Riu. Lejos de allí, en las húmedas profundidades del palacio, el copero abría el apetito de la bestia agitando
Después de la tormenta, los días transcurrieron en completa y sosegada calma en las tierras de Nuante, sin rumores de Dumas o de ejércitos humanos irrumpiendo en la quietud del palacio, donde Lis hacía cuanto deseaba. Si quería usar pantalones, los usaba, si quería pasarse el día blandiendo una espada, lo hacía; comía cuando tenía hambre y se dormía cuando el cansancio le ganaba, sin importar lo que pudieran pensar de ella, sin importar el ruido. Él no había vuelto a quejarse. De ser una pesadilla, convertirse en la ofrenda de una bestia se parecía cada vez más a un dulce sueño.Ahora las comidas eran en la enorme mesa del comedor, acompañada siempre por Desz, que era capaz de beber sidra y agua de hierbas. Incluso disfrutaba de charlar con él mientras el sol surcaba todo el cielo. ¿Habría un mejor compañero con quien compartir su nueva vida? Él nada exigía de ella, nada le imponía salvo permanecer a su lado. Y aquello para Lis se había convertido más en un deseo propio que una impos
Lis y Desz avanzaron por una sinuosa cuesta hasta que un magnífico vergel apareció frente a ellos. No había visto ella tanto verdor en Nuante salvo por el valle, que era un cementerio. Aquí brillaba la vida en todas sus formas y colores. Árboles de ramas exuberantes y ensortijadas se alzaban sobre un cojín de pasto verde y lustroso que parecía infinito y estaba salpicado de flores de vivos colores. ¡Había aves! Y cantaban revoloteando de rama en rama, como una pequeña muestra de la vida que allí prosperaba.Lis bajó de su caballo y no se aguantó la emoción, salió corriendo. Sus zapatos volaron por los aires para deleitarse del roce del pasto en sus pies. Disfrutó de la grata sensación y se dejó caer cuan larga era sobre la alfombra vegetal. —¡Es un lugar maravilloso, Desz! —exclamó con dicha, agitando sus brazos como si estuviera nadando en un mar de pasto.Él bajó también de su caballo y fue hasta su lado.—Este no es nuestro destino.Tal revelación alimentó aún más las expectativas
Después de lo ocurrido en el vergel, la marcha continuó en silencio, como el que surgía cuando había mucho que decir, pero faltaba voluntad para hacerlo. Era inminente de todos modos, una charla que se había postergado demasiado, un secreto a voces que hallaría escape más temprano que tarde. Tal vez cuando regresaran al palacio. Avanzaron por un camino que serpenteaba en ruta ascendente por el borde de un cerro. Del otro lado tenían una quebrada y un profundo abismo que los esperaba con su garganta oscura y abierta, a poca distancia de las patas de los caballos. La Lis de antes habría tenido miedo, esa muchacha que sólo conocía las comodidades del palacio y sufría por insignificancias como usar vestidos se habría espantado. La de ahora sabía de peores abismos y mucho más oscuros. Y el miedo no era morir al caer al abismo, lo peor sería estar del otro lado, vivir en las entrañas de uno y mirar hacia arriba sabiendo que nunca se alcanzaría la salida. ¿Habría alguien allí abajo, añorand
Todavía atrapada y atraída por la aterradora presencia de aquel ser que había aparecido ante sus ojos, Lis estuvo lo suficientemente cerca de él como para que volviera a olerla. Le olió el cuello, el cabello, el rostro, los labios, que no se apartaron ni para gritar. En aquel bosque silencioso no había lugar para los gritos. Pronto a la hambrienta criatura no le bastó con oler y la abrazó. El frío glacial de su cuerpo le entumeció la carne, haciendo temblar la piel húmeda y desnuda. El agarre no era nada suave. Le sacaba el aire de los pulmones con la fuerza creciente de su abrazo y no le permitía volver a llenarlos.La mente de Lis empezaba a aturdirse y se vio a sí misma enterrada en una pila de nieve, con la presión de unos dedos que se le clavaban en la espalda. Iba a morir, eso pensó. La muerte la llamaba, pero ella no se iría en silencio. Con los ojos llorosos ardiendo y juntando sus últimas fuerzas, al borde de la inconsciencia, Lis gritó. En un mundo de silencio, su grito ag
Reino de BalaiEl joven copero avanzaba por el enorme y oscuro palacio cargando una bandeja con la jarra de vino y unas copas de plata. El invierno ya había llegado y los más cercanos al monarca se sorprendían de que el muchacho siguiera todavía con vida. Ningún amante del rey duraba más de unas cuantas noches, mucho menos vivían para ver el paso de las estaciones. Algo especial tenía el copero que lo anclaba al corazón de frío acero del hombre, quien no sólo le permitía vivir, sino que también lo llenaba de privilegios. Además del honor de dormir cada noche en los aposentos reales, deambulaba con libertad por el palacio entero sin que se le cuestionara paso alguno. Seguía siendo un siervo y seguía llevando un humilde pantalón harapiento y grilletes en las muñecas y cuello, como tanto le gustaba a su señor, pero su vida era un bien valioso y preciado; un tesoro como su cetro. Si bien el muchacho podía ir a donde quisiera en el palacio, sólo unos cuantos lugares le interesaban. Uno de
Reino de NuanteEl amanecer encontró a Lis acurrucada entre los brazos de Desz. Pequeñas gotas de rocío le humedecían el cabello, pero no tenía frío. Desde el mirador, las tierras de Nuante, iluminadas por el sol de la mañana, parecían frescos parajes primaverales. La vida resurgía donde antes sólo reinaba la muerte. La vida rejuvenecía y se renovaban las energías gastadas. Pese al largo rastro de huellas que había detrás, el presente era representado por el pequeño brote que luchaba por alcanzar la luz en medio de la tierra estéril, con todo un esplendoroso futuro por delante.¿Cuándo el futuro le había parecido a Desz esplendoroso? ¿Cuándo había ansiado que llegara? En otra vida, nunca en ésta. Nunca hasta ahora. El pequeño brote... Lis. Ella era la responsable de todo. Desz supo que la joven se había despertado hacía un buen rato, cuando su ritmo respiratorio perdió serenidad. Sin embargo, permaneció quieta, sin moverse ni un ápice. No sabía si para ella el futuro parecía esplen