Bosque de las sombras, cerca de la aldea MiazaLos ojos plateados aparecieron frente a Camsuq y los pocos soldados que le quedaban en el bosque cargado de voces no humanas. La espesa bruma se cerró en torno a ellos. No veían más allá de unos cuantos pasos, pero oían todo a su alrededor. Los rugidos ásperos y secos de los Dumas que les pisaban los talones se volvieron lejanos. Increíblemente, ahora provenían desde varias direcciones, como si en el instante en que vieron aquellos ojos se hubieran separado y avanzado por sobre ellos, sin ser vistos.—Desz —jadeó el monarca, sosteniéndose apenas de su caballo con el brazo lastimado. No comprendía qué hacía el Tarkut allí. ¿Acaso les había seguido? No importaba, los misterios del mundo no revestían la menor importancia cuando estaba en juego la supervivencia. La criatura de ojos espectrales avanzó por entre los atónitos hombres sin molestarse en mirarlos. Su andar ligero no agitaba una hoja que delatara su presencia y la misma bruma se abr
Desz se detuvo en el linde del bosque, refugiándose del implacable sol a su alero. Volvía a estar herido y era susceptible a su ardor. —Uno de mis hombres ayudará a curar tus heridas y te guiará a la aldea de donde los Dumas han salido. No podemos permitir que el resto de infiltrados se entere de que hemos descubierto su pantomima. —Camsuq miró a sus soldados, esperando algún voluntario. Para su sorpresa, tres de los ocho que le quedaban dieron un paso al frente. Escogió al más joven de ellos, que se quedó junto a Desz viendo al resto partir de regreso a Frilsia. Tenía en su morral vendas y pomadas, pero el Tarkut estaba tan a mal traer que no sabía por dónde empezar. No necesitó pensarlo mucho. En cuanto el reducido ejército se hub0 alejado lo suficiente, la criatura lo usó para sanarse las heridas del único modo en que un Tarkut podía hacerlo. Así era como Camsuq pagaba la lealtad de sus hombres, entregándolos como alimento a una bestia. No tenía consideración ni con su propia gen
Al no oír ruido alguno que delatara la presencia de Lis en el palacio, Desz empezó a buscar en las habitaciones su cadáver. Tal vez se había caído y roto el cuello o partido la cabeza. Debía haber muerto porque sólo muerta esa molesta criatura podría ser silenciosa. Y muerta no le serviría de nada, al menos no todavía.—¡Esto no puede ser! —rugió al no hallar ningún rastro de ella. —¡Esa m4ldita mujer, hija de Camsuq! Se atrevió a huir en cuanto me fui, pero esto no se quedará así. ¡La humanidad entera pagará por su traición! —gritaba Desz por los pasillos del palacio, dándole golpes a las paredes que hicieron estremecer la añosa estructura. La mujer no tenía un caballo para huir y, de hacerlo a pie, se habría encontrado con ella en el camino. ¿Sería posible que alguien la hubiera ayudado?. No, pensó al instante. Camsuq lo necesitaba ahora más que nunca y no se arriesgaría a fastidiarlo. Había sido ella, sólo ella quien había traicionado el pacto, rechazándolo como su señor. —¡Qué má
Reino de Nuante, aldea KaboraMuy temprano en la mañana, la princesa salió del humilde lecho que ocupaba en casa de Arua. La joven se había despertado antes del alba e hilaba lana sentada fuera de su hogar.—¿El rey aún duerme? —preguntó al ver a Lis. La princesa asintió. Desz estaba extenuado y no deseaba despertarlo. —Es un honor que él esté descansando bajo mi techo. El señor Oak debe estar muriendo de la envidia. Ambas rieron, sabiendo de la ferviente admiración del hombre por Desz y sus incansables deseos de complacerlo. —Tú también debes sentirte honrada por servirlo tan de cerca. Lis no supo qué decir. —El rey Desz es muy guapo —agregó sonriente Arua. —No digas eso, él podría oírte —susurró Lis. —Dijiste que estaba dormido. —Sí, pero tiene el más excepcional de los oídos. A veces creo que puede oír hasta el latir de mi corazón.Arua la miró con incredulidad, sin dejar de sonreír.—¿También te parece guapo? —insistió. —Deja de decir esas cosas, insensata —la regañó Lis.
Reino de BalaiEl rey Ulster se removió bajo las cobijas. Era mediodía y seguía en su lecho. La razón de aquello yacía dormida a su lado. No recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien con la piel tan tibia, tan llena de vida; no recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien vivo. Con suavidad deslizó las sábanas y la pálida piel de la espalda del copero quedó a la vista, reluciente e inmaculada, demasiado para su gusto. Repartió besos desde la cadera hasta el cuello, donde succionó con fuerza, la suficiente para marcar esa piel que le pertenecía por completo. El copero se despertó y removió con pereza.—¡Despierta ya, holgazán! —ordenó antes de darle una fuerte nalgada que lo sobresaltó—. Es hora de que complazcas a tu señor. El muchacho se levantó de un salto. Se puso los grilletes, que se había quitado para dormir, pero que al rey tanto le gustaban, y esperó ansioso por las órdenes a seguir. —Ve al armario y trae una fusta. Con presteza, el copero
Frilsia, reino de ArkhamisCon delicadeza, las manos de la curandera limpiaban las heridas del rey. Le cambió los vendajes. La fractura en el brazo tardaría en sanar y le impediría poder empuñar la espada. La herida de la pierna era más preocupante, una incisión que le cruzaba el muslo, a casi nada de la arteria femoral. Era un viejo con suerte. Sin embargo, esto podía cambiar drásticamente. A su edad, la cicatrización era más lenta y una herida infectada podía costarle la pierna.—¡M4lditos animales! —gruñó furioso, sobresaltando a la mujer, que se apresuró a terminar su labor con presteza. Los Dumas habían acabado con su paciencia, despertando la ira soslayada que guardaba desde sus primeros encuentros con las criaturas. —¡Los quiero muertos a todos! ¡A todos! —volvió a gruñir, viendo a la mujer dejar la estancia del gobernador una vez las curaciones terminaron. Bebió con amargura del brebaje que buscaba aliviarle los dolores y de cuya eficacia comenzaba a dudar. Sus heridas dolía
Reino de NuanteEl chocar de espadas en el patio de entrenamiento del palacio no se detenía.—Eres rápida para ser una princesa inútil, pero no lo suficiente como para ir a la guerra. —Desz presionó apenas su espada sobre la de Lis y la joven cayó al suelo de rodillas.Su respiración agitada era el reflejo de todo el tiempo que llevaban ya entrenando. Al menos el sol se había desplazado y su calor no los agobiaba. —Ya no soy una princesa —aclaró ella, limpiando el sudor de su frente y con pocas ganas de continuar el combate. Entrenar con Riu en el palacio no se comparaba a entrenar con una bestia como Desz, con tal fuerza, poder y rapidez. Sin mencionar las sospechas de que su guardia real la dejaba ganar. —Entonces levántate y pelea, sierva inmunda —la provocó el Tarkut.Ella recuperó el brío y empezó a lanzarle golpes que no fueron difíciles de repeler en lo absoluto. —¡¿Por qué... me insultas?! —bramó Lis, enfurecida por la facilidad con que la criatura desaparecía de su vista y
Reino de Balai, aposentos del reyUlster bebía una copa del buen vino de Galaea sentado en su regio sillón junto al fuego de la chimenea. Lamentaba que las frías tierras de su reino fueran inhóspitas para las parras y no pudiera degustar de un buen vino engendrado en Balai. De seguro nada tendría que envidiarle al brebaje del que Barlotz tanto se jactaba, pues todo lo que Balai producía era superior al resto.Lo único que su tierra no le había dado y que aceptaba de buena gana, además del vino, era el copero. El muchacho se había tomado muy en serio el pasatiempo de limpiar los juguetes de su señor. Ahora estaba allí, sentado junto al armario sobre el mármol del piso, puliendo unas pinzas hasta dejarlas relucientes. —No le quites el óxido a los grilletes, así me gustan —declaró el rey.La concentración que el muchacho mostraba en aquella labor era admirable, seductora. Limpiaba ahora el arnés con las púas por dentro. Lo habían dejado hecho un asco. —Nunca vi una sangre tan brillante