¿Qué criatura ha herido a la bestia?
Los ojos de Desz se movieron rápidamente bajo el vendaje, en un intento por escapar de los rayos de sol que entraban por su ventana. Inhaló profundamente, con una mueca de dolor. Su cuerpo había estado muy cerca de ser partido por la mitad. Se inclinó para mirar qué tal estaba. De los blancos vendajes que la humana le había puesto sólo quedaba el recuerdo, incluso las sábanas de su lecho se habían teñido de rojo casi en su totalidad. Estaba acostado en un horroroso charco de sangre y seguía vivo porque la muerte huía de él; él era eterno y su dolor se fundía con el tiempo.Su olfato, que despertó tardíamente, pero con una intensidad asombrosa, le trajo aquel desagradable aroma. A pocos pasos de su lecho, sobre un sillón y cubierta con una manta estaba durmiendo la princesa. Ni siquiera la había oído llegar, así de mal se hallaba. Pero la olía. Resopló, deseando alejar el aroma de su nariz. A la pestilencia característica de la mujer se sumaban ahora los miasmas de la sangre contaminada
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis —¿A cuántos encontraste, Magak? —preguntó el rey, sentándose para descansar del reciente viaje a Nuante. —A dos, majestad. Aún no puedo creerlo. Sus superiores dicen que son buenos soldados, leales sirvientes del reino.—Todo es una farsa, Magak. Han tenido veinte años para mejorar sus tácticas. Esas bestias infernales han aprendido a vivir entre nosotros, imitando nuestras conductas, incluso nuestras emociones. ¿Qué hiciste con ellos? —Lo que usted ordenó, majestad. Los incluí en escuadrones con los soldados más fuertes. Nadie sabe lo que ocurre, salvo los líderes de escuadrón, que son mis hombres de confianza. —Bien. Debemos contener la situación y evitar que se organicen. —¿Organizarse? ¿Acaso no trabajan juntos? El rey negó, con una mueca de satisfacción por la valiosa información que poseía. El general se sentó a su lado para enterarse del asunto. —Todo salió de maravillas en Nuante. La bestia es lista y supo casi de i
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis. El rey Camsuq enjuagaba un trapo en un lavatorio. El agua se iba tornando gradualmente de un intenso rojo. Con él se limpiaba la sangre que había salpicado su rostro, sin dejar de sonreír. —¿Los soldados se calmaron? —le preguntó a Magak, que se mantenía cabizbajo. —Sí, majestad. No quieren ser condenados a muerte. —Más les vale. ¿Y el esposo? —Fue llevado a una celda como usted ordenó. —Bien. Iré a hablar personalmente con él. ¿El otro encargo está listo? —Así es, majestad. Ya les informé a los líderes de los escuadrones que repitan el procedimiento y acaben con los Dumas infiltrados. El rey suspiró con pesadez. —Si tan sólo hubiera un modo de controlar a esas criaturas. ¡Qué gran ejército tendríamos! —dijo para sí. Soltó el trapo y se cambió las ropas sucias.El general se mantuvo en silencio. La guerra no había comenzado, pero sentía que una incómoda batalla empezaba a librarse en su interior. —¡Usted! ¡Usted no es un re
—¡Por favor, no lo hagas! —imploró Lis, ubicándose entre Desz y su futura presa. Temblaba. Los recuerdos del cochero y de los otros hombres siendo atacados se derramaron en su mente, pero allí estaba, dispuesta a ir en contra de la criatura, creyendo que podía hallar en él algo de piedad. —¡Te ordené que regresaras al palacio! —¡No lo haré, no dejaré que lo mates! ¡Yo puedo conseguir sangre para ti, no tienes que hacer esto! —insistió. Su mirada estaba llena de convicción; su corazón le suplicaba con su desgarrador canto no hacer enfadar a la bestia. —¡Quítate ahora! La princesa negó. El hombre, cuya voluntad aparentemente se había rendido ante Desz, se puso de pie y con un rápido movimiento la rodeó por el cuello. Contra su piel pegó un cuchillo que había logrado esconderse entre las ropas y la amenazó, a ella, que sólo quería salvarle la vida a costa de arriesgar la propia. Vaya corazón el de los humanos, pensó Desz, eran traidores por naturaleza. —El rey prometió que aquí en
Recién después del mediodía se sintieron las pisadas de Lis por el castillo. Ojerosa, vagaba sin ánimos, como un fantasma. El brillo de sus ojos había vuelto a extinguirse. Fue a sentarse en la pileta seca del patio frontal. Al poco rato llegó Arua y se sentó junto a ella.—Hola, Lis.—Hola —respondió la princesa, por mera cortesía. Había un árbol cerca del muro. Sus secas ramas retorcidas se extendían hacia ella como ofreciéndole un abrazo. Era una invitación a marchitarse inexorablemente como a él le había ocurrido, sin posibilidad de soltarse del suelo para huir a un mejor lugar. No quiso seguir mirándolo.—Hoy es un día hermoso, ¿no te parece? —La joven Arua le sonreía con dulzura. Lis negó con pesar. —La belleza se ha ocultado de mis ojos. Día tras día, todos se van volviendo más oscuros para mí.—¡No hables así, Lis! No debes darte por vencida.—¿Aunque mi corazón se haya destrozado, y mis esperanzas estén tan marchitas como ese árbol? El corazón incluso le dolía. Y en sus g
El relinchar de los caballos sacó a Lis del lecho. Comió deprisa una pieza del pan traído por los aldeanos y fue a encontrarse con Desz en el patio frontal. Tenía él dos caballos, como había prometido: un corcel negro de lustroso pelaje y uno blanco con expresión de aburrimiento. No se veían en muy buena forma, pues estaban algo gordos. Probablemente no eran usados más que para arrear carretas de vez en cuando y no tendrían mucha resistencia para el galope, supuso Lis, que se consideraba bastante capaz respecto a los caballos.—Pareces decepcionada —comentó Desz, divertido por la forma en que ella inspeccionaba a los animales. Sólo le faltaba levantarles las patas para revisar el estado de las pezuñas. —Me sorprende que no se hayan desmayado con la cabalgata hasta aquí —dijo ella, levantándole una pata al caballo blanco. Desz sonrió y palmeó el lomo del caballo negro. Al parecer, la princesa ya había hecho su elección. —También tenían unas mulas —agregó él—, si prefieres... —No. V
El Tarkut y la princesa avanzaban sin decir palabra por un sendero. El andar de Lis era lento y ruidoso. Los zapatos mojados le pesaban, al igual que las ropas. Desz, en cambio, parecía deslizarse sobre el suelo, sin hacer el menor ruido, tanto así que, en varias ocasiones, la princesa miró por sobre su hombro para comprobar que continuaba tras ella. De los caballos nunca más supieron. Bastante veloces habían resultado ser cuando lo que los gobernaba era el miedo. El sol abrasador había llegado, los había acompañado gran parte del camino y ya se hallaba en retirada. Pronto anochecería y el palacio no estaba ni cerca de asomarse por el horizonte. Pese al lento avance de Lis, Desz seguía varios pasos tras ella, sin interés en darle alcance. Aquello inevitablemente ocurrió cuando la mujer se detuvo por completo. —Ya no puedo más. —Estaba sin aliento. Nunca antes había caminado tanto y en tan precarias condiciones.—De todos los humanos que pululan sobre la tierra, Camsuq y tú son los
Reino de NuanteEl sol apenas y se distinguía en el horizonte cuando el cuerpo fatigado de Lis ya no pudo más. Seguía siendo jalada por Desz y estaba por desfallecer.—Por... Favor... —balbuceó. Desz detuvo su andar en un claro del bosque. Oía un río cerca y a ninguna criatura que pudiera resultar problemática en los alrededores. —¡No te muevas de aquí! —apuntó el tronco seco de un árbol caído y Lis no tardó en sentarse o más bien desplomarse. Andar con esos zapatos tan grandes y mojados le dificultaban la marcha y los pies le palpitaban dolorosamente. Y temblaba, el aire frío del bosque le helaba las ropas húmedas hasta calarle los huesos. Desz regresó cargando algunas ramas secas. El Tarkut las acomodó en el suelo y se dio a la tarea de hacer surgir las llamas, frotando unas varillas primero y golpeando unas piedras después.Lo único que surgió, luego de intentarlo largo rato, fue un gruñido. Con una mueca de dolor Lis se puso de pie. Las piernas agarrotadas protestaban a cada p