¿Podrá Lis salvar al soldado? ¡Gracias por leer!
—¡Por favor, no lo hagas! —imploró Lis, ubicándose entre Desz y su futura presa. Temblaba. Los recuerdos del cochero y de los otros hombres siendo atacados se derramaron en su mente, pero allí estaba, dispuesta a ir en contra de la criatura, creyendo que podía hallar en él algo de piedad. —¡Te ordené que regresaras al palacio! —¡No lo haré, no dejaré que lo mates! ¡Yo puedo conseguir sangre para ti, no tienes que hacer esto! —insistió. Su mirada estaba llena de convicción; su corazón le suplicaba con su desgarrador canto no hacer enfadar a la bestia. —¡Quítate ahora! La princesa negó. El hombre, cuya voluntad aparentemente se había rendido ante Desz, se puso de pie y con un rápido movimiento la rodeó por el cuello. Contra su piel pegó un cuchillo que había logrado esconderse entre las ropas y la amenazó, a ella, que sólo quería salvarle la vida a costa de arriesgar la propia. Vaya corazón el de los humanos, pensó Desz, eran traidores por naturaleza. —El rey prometió que aquí en
Recién después del mediodía se sintieron las pisadas de Lis por el castillo. Ojerosa, vagaba sin ánimos, como un fantasma. El brillo de sus ojos había vuelto a extinguirse. Fue a sentarse en la pileta seca del patio frontal. Al poco rato llegó Arua y se sentó junto a ella.—Hola, Lis.—Hola —respondió la princesa, por mera cortesía. Había un árbol cerca del muro. Sus secas ramas retorcidas se extendían hacia ella como ofreciéndole un abrazo. Era una invitación a marchitarse inexorablemente como a él le había ocurrido, sin posibilidad de soltarse del suelo para huir a un mejor lugar. No quiso seguir mirándolo.—Hoy es un día hermoso, ¿no te parece? —La joven Arua le sonreía con dulzura. Lis negó con pesar. —La belleza se ha ocultado de mis ojos. Día tras día, todos se van volviendo más oscuros para mí.—¡No hables así, Lis! No debes darte por vencida.—¿Aunque mi corazón se haya destrozado, y mis esperanzas estén tan marchitas como ese árbol? El corazón incluso le dolía. Y en sus g
El relinchar de los caballos sacó a Lis del lecho. Comió deprisa una pieza del pan traído por los aldeanos y fue a encontrarse con Desz en el patio frontal. Tenía él dos caballos, como había prometido: un corcel negro de lustroso pelaje y uno blanco con expresión de aburrimiento. No se veían en muy buena forma, pues estaban algo gordos. Probablemente no eran usados más que para arrear carretas de vez en cuando y no tendrían mucha resistencia para el galope, supuso Lis, que se consideraba bastante capaz respecto a los caballos.—Pareces decepcionada —comentó Desz, divertido por la forma en que ella inspeccionaba a los animales. Sólo le faltaba levantarles las patas para revisar el estado de las pezuñas. —Me sorprende que no se hayan desmayado con la cabalgata hasta aquí —dijo ella, levantándole una pata al caballo blanco. Desz sonrió y palmeó el lomo del caballo negro. Al parecer, la princesa ya había hecho su elección. —También tenían unas mulas —agregó él—, si prefieres... —No. V
El Tarkut y la princesa avanzaban sin decir palabra por un sendero. El andar de Lis era lento y ruidoso. Los zapatos mojados le pesaban, al igual que las ropas. Desz, en cambio, parecía deslizarse sobre el suelo, sin hacer el menor ruido, tanto así que, en varias ocasiones, la princesa miró por sobre su hombro para comprobar que continuaba tras ella. De los caballos nunca más supieron. Bastante veloces habían resultado ser cuando lo que los gobernaba era el miedo. El sol abrasador había llegado, los había acompañado gran parte del camino y ya se hallaba en retirada. Pronto anochecería y el palacio no estaba ni cerca de asomarse por el horizonte. Pese al lento avance de Lis, Desz seguía varios pasos tras ella, sin interés en darle alcance. Aquello inevitablemente ocurrió cuando la mujer se detuvo por completo. —Ya no puedo más. —Estaba sin aliento. Nunca antes había caminado tanto y en tan precarias condiciones.—De todos los humanos que pululan sobre la tierra, Camsuq y tú son los
Reino de NuanteEl sol apenas y se distinguía en el horizonte cuando el cuerpo fatigado de Lis ya no pudo más. Seguía siendo jalada por Desz y estaba por desfallecer.—Por... Favor... —balbuceó. Desz detuvo su andar en un claro del bosque. Oía un río cerca y a ninguna criatura que pudiera resultar problemática en los alrededores. —¡No te muevas de aquí! —apuntó el tronco seco de un árbol caído y Lis no tardó en sentarse o más bien desplomarse. Andar con esos zapatos tan grandes y mojados le dificultaban la marcha y los pies le palpitaban dolorosamente. Y temblaba, el aire frío del bosque le helaba las ropas húmedas hasta calarle los huesos. Desz regresó cargando algunas ramas secas. El Tarkut las acomodó en el suelo y se dio a la tarea de hacer surgir las llamas, frotando unas varillas primero y golpeando unas piedras después.Lo único que surgió, luego de intentarlo largo rato, fue un gruñido. Con una mueca de dolor Lis se puso de pie. Las piernas agarrotadas protestaban a cada p
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de ArkhamisCamsuq, el general Magak, el lugarteniente de Frilsia y algunos capitanes de escuadrón se hallaban reunidos en una pequeña habitación, donde discutían temas estratégicos frente a un mapa del reino. —Lo mejor será partir con la operación desde el palacio y asegurar el territorio desde allí. No podemos arriesgarnos a que los Dumas infiltrados se enteren que los hemos descubierto y ataquen la capital —propuso Magak, ubicando figurillas de soldados en torno al dibujo del palacio en el mapa. —Es probable que tengas razón, Magak —afirmó el rey, pensativo—. Sin embargo, si algo saliera mal, difícilmente podríamos contener la situación por nuestra cuenta. La bestia no está bien del todo aún y no puedo arriesgarme a llevar la guerra a la capital. Me gustaría partir por otro sitio antes, como una prueba. Algún lugar pequeño y apartado sería ideal. —Este lugar podría servir. —El lugarteniente de Frilsia señaló un poblado en las montañas, al
Por la mañana y luego de un día completo postrada en el lecho, Lis tuvo fuerzas suficientes para incorporarse y comer lo que amablemente Arua le había llevado. —Sin tus cuidados, creo que la fiebre me habría matado. Te estaré eternamente agradecida, Arua. Cada vez que enfermaba, era su aya Ros quien la cuidaba, junto a su padre. Enfermarse lejos del hogar la habría dejado a la deriva de no ser por la amable muchacha. —No tienes que agradecer, Lis. Lo hago con gusto —le dedicó una dulce sonrisa, que la princesa correspondió con amabilidad. —Debes estar tan cansada. Estuviste toda la noche acompañándome, velando en mis delirios. Arua la miró con sorpresa.—Eh... Yo no vine anoche, Lis. La sopa que Lis bebía se le atoró en la garganta y tosió pesadamente. Si no había sido Arua, ¿de dónde podía haber salido esa refrescante frialdad que aplacó sus ardores y de la que estuvo tan agradecida? La respuesta no tardó en llegar, pues no había muchas opciones cuando sólo la bestia vivía allí
Reino de Balai, aposentos del rey. —¿Gritarás para mí? —preguntó con voz portentosa el monarca, la misma con la que hacía estremecer a los hombres más fuertes en el campo de batalla. No había un soldado frente a él ni se hallaba en medio de una guerra, se trataba de la visita de una simple jovencita desnuda, pero eso no hacía diferencia alguna ante sus ojos. —Sí, mi señor. Haré todo lo que me pida —aseguró ella, con la voz temblorosa y la mirada empañada por el frío que le helaba la frente. —No lo sé. No te oyes muy convincente. Ella abrió aún más los ojos y asintió tres veces. Cuatro. Como intentando convencerse más a sí misma que a él. Sin dejar de ver la inocente expresión de la muchacha, Ulster se desprendió lentamente de sus ropas hasta quedar completamente desnudo. Ella se sonrojó al instante y desvió la mirada. —¿Habías visto a un hombre desnudo antes? —preguntó él.Sabía perfectamente la respuesta, pues había sido una de sus exigencias: una doncella completamente pura,