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X Quitando la suciedad

El apuesto joven, que guardaba dentro de sí a una bestia, se acercaba a Lis poseído por el repentino encanto que había descubierto en ella a causa de la sangre caliente de los criminales. Y parecía que no habría fuerza capaz de detenerlo de saciar los deseos mal habidos.

Hasta que se detuvo, a unos dos pasos de ella.

—Ha sido divertido. Ya no intentarías salvarme ahora que sabes quién soy, ¿verdad?

Lis seguía pasmada, incapaz de comprender que el hombre, con todos los atributos de un príncipe, tuviera en su fina boca los bestiales colmillos con que perforaba la carne para drenar a sus víctimas. Era inconcebible.

Desz se miró la mano que ella le había cogido.

—Me la has ensuciado, eres realmente repugnante —se la frotó en las ropas, con expresión de asco—. Apestas incluso más que cuando llegaste.

Lis se olió con disimulo. Muy a su pesar la criatura no exageraba. Había andado correteando tras los cerdos y seguía vistiendo las ropas de su cumpleaños, que le parecía había ocurrido ha
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