Con el sol en el punto más alto del cielo, el carruaje con la princesa dejó Frilsia y avanzó veloz hacia el reino de Nuante. Agazapada en el asiento no vio cómo se adentraban por un sendero que cruzaba el bosque de las sombras y conectaba el territorio de Arkhamis con el exterior. Sin saberlo, Lis por fin estaba cumpliendo su sueño de ir más allá de los reinos, hacia las tierras que se ocultaban tras el oscuro verdor y sus historias de pesadilla.
—Hemos llegado —le informó el cochero luego de un buen trecho.El rey ni siquiera se había molestado en acompañarla para entregarla personalmente. Desde el confortable interior del carruaje, Lis oyó un sorpresivo silencio. No había afuera una comitiva de gente para darle la bienvenida a alguien de su realeza. No había dicha ni algarabía en las calles para recibirla.Su pie tembloroso, enfundado en un delicado zapato con bordados de oro y gemas incrustadas, tocó por fin la aridez de la tierra extranjera. El paisaje desolador que halló a su alrededor le encogió el corazón: estaba frente a un enorme y grotesco palacio en ruinas, con sus ventanas ciegas oscurecidas por el paso del tiempo y la falta de cuidados. El musgo cubría los muros, sobre los que las plantas rastreras se aferraban como serpientes que aprisionaban la roca; serpientes muertas hacía mucho. Era la naturaleza salvaje intentando recuperar el terreno que los hombres le habían quitado, envolviendo al palacio para regresarlo a la tierra. Le pareció imposible que alguien pudiera vivir en un lugar así, sumido en el olvido y el abandono.—Debe... Debe ser un error —musitó.—No lo es, su majestad. Este es el palacio de Nuante. Su señor la espera dentro —dijo el cochero.Lis tragó saliva. Su amado padre había escogido su flor favorita del jardín, la había arrancado cruelmente y entregado a su enemigo y ahora ella estaba allí, abandonada en tierra estéril.—Cochero, por favor, no te vayas todavía —pidió con dulzura.El hombre no pudo negarse.Tras inhalar profundamente y coger valor, la princesa pasó por entre las enormes puertas de los muros perimetrales que rodeaban el palacio. Habían sido forzadas y colgaban de sus marcos. El patio frontal que apareció como antesala al castillo estaba envuelto en la lúgubre nostalgia del olvido y su suelo de piedra no se veía diferente a los muros. Abandonado quién sabía desde cuándo, nadie había limpiado las hojas y ramas que se extendían y formaban una gruesa alfombra. Alzando el pesado faldón, Lis caminó hasta la entrada del palacio, sin evitar que la parte trasera del vestido arrastrara hojas secas a su andar y se ensuciara.Dentro aguardaba por ella su señor, su dueño. ¿Qué haría para conseguir su piedad y simpatía? ¿Cómo toleraría el dolor de no pertenecerse más a sí misma?Las puertas, también derribadas por la fuerza, le mostraron el oscuro interior, donde flotaba un hedor a humedad mezclado con las mortuorias esencias de las plantas rastreras que hasta allí habían llegado. Crecían sobre el piso y las paredes, cruzaban el alto techo del vestíbulo y dibujaban en él venas como las que se marcaban en la piel reseca. Al entrar vio ramas de enredaderas yendo de un lado a otro y colgando por doquier. Más de un sobresalto dio cuando alguna le rozó el cabello. Le pareció que un bosque había entrado al palacio y había muerto allí con él.—¡Hola!... ¡¿Hay alguien aquí?!No hubo respuesta más que el sonido de su propia voz, repitiéndose hasta enmudecer en las recónditas profundidades del siniestro palacio. Esquivando las gruesas raíces y ramas que cubrían el piso llegó hasta el gran comedor. En la mesa, cubierta por polvo y telarañas, había alguien sentado, con el torso apoyado sobre la curtida madera, como durmiendo una siesta.—Hola... Disculpe.Al llegar a su lado, un grito se ahogó en su pecho. ¡Era un cadáver! Lis jamás había visto uno y menos tan seco y acabado. Las viejas ropas masculinas envolvían un amarillento esqueleto que no tenía cabeza. En la huesuda mano y con sus últimas fuerzas había aferrado algo que parecía una flecha.El grito ahogado de la princesa halló liberación y su eco se coló por el desolado palacio, invadiendo cada rincón y llegando a oídos de su único habitante, que se removió con molestia bajo la manta. Con toda la prisa que le permitieron sus finos zapatos y el piso cubierto de obstáculos, la joven emprendió la retirada. Una repentina brisa le cerró las puertas del comedor en la cara. Por más que giró las manillas y por más que empujó, no logró abrirlas.Sin dejar de pensar en el cadáver y en quién le había cortado la cabeza, buscó otra salida. Todas las puertas que cruzó la llevaron a internarse cada vez más en el palacio, perdiéndose en sus entrañas selváticas y encontrándose con otros cadáveres también. Su nuevo hogar no era más que un terrorífico cementerio.—¡Ayúdenme, por favor! ¡Déjenme salir! —gritó en cada lugar al que llegaba.Lejos de su patria y su familia, atrapada en un palacio en ruinas y sembrado de cadáveres, tuvo la certeza de que moriría. Parecía una pesadilla, mucho peor que las historias de terror que a veces le contaba el aya Ros. A salvo en las comodidades de su palacio, no había conocido lo que era el miedo hasta ahora.—¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Quiero salir de aquí!...—¡Ya cállate de una vez!La voz le llegó como un trueno durante una tormenta y corrió hacia su lugar de origen. Era una habitación del tercer piso, a pocos pasos de donde ella se hallaba. Empujó la puerta entreabierta, que rechinó ruidosamente hasta dejarle espacio suficiente para entrar.—Hay... ¿Hay alguien aquí? —Alcanzó a decir antes de ser derribada con violencia por algo con aspecto de sombra, que en menos de un parpadeo estuvo agazapado sobre ella y la envolvió en su oscuridad.La sombra no era etérea, no era sombra. Era de carne y le sujetó fuertemente las muñecas por sobre la cabeza. La sombra tenía un rostro grisáceo, marchito y sus ojos estaban cubiertos por una venda; la sombra la olía entre gruñidos, como un perro salvaje inspeccionando a su presa. El aliento frío, liberado sobre la tersa piel del cuello, le erizó a Lis todos los vellos y, por más que lo deseó, no pudo gritar. No hub0 aire en sus pulmones que se lo permitiera. Fue la sombra quien habló en la penumbra de la habitación:—Tu olor es repugnante... Ni siquiera me dan ganas de morderte —gruñó.La liberó y se agazapó nuevamente en un rincón.La princesa, con movimientos torpes y desarticulados, se arrastró hasta llegar a la pared a sus espaldas. Incapaz de ponerse de pie, se mantuvo en silencio, sobándose las muñecas, sin perder de vista a la sombra, que se había convertido ahora en un bulto bajo una manta. En el breve momento que pudo verlo, le pareció que el rostro se le caía a pedazos. Quizás era un leproso. Su aya Ros le había hablado de la lepra, la plaga que despojaba a las gentes de su carne y de lo contagiosa que era. Se restregó las muñecas contra el vestido y se frotó el cuello también, donde seguía sintiendo su aliento frío. ¡Sólo a la fuerza un leproso conseguiría una esposa! Eso es lo que había pasado, ahora lo entendía todo.Desz oía a la perfección la respiración agitada y el retumbar incesante del aterrado corazón de la mujer. Sus sentidos estaban lejos de ser lo que habían sido, pero seguían siendo superiores a los de cualquier humano y le permitían recrear en su cabeza las escenas que eran ajenas a sus ojos ciegos. Por ello, agradeció que la mujer no estuviera chillando y suplicando piedad. Además del oído, su olfato también era privilegiado. Pese al breve contacto con ella, tenía su aroma pegado en la nariz. Lo había transportado muy lejos de allí, a un lugar que existía sólo en sus sueños.—¿Eres la hija del general Camsuq?Ella asintió, pero al recordar que la criatura leprosa llevaba los ojos vendados, no tuvo más opción que hablar.—Camsuq... Es mi padre, pero no es un general... Es el rey.—Claro que lo es —afirmó Desz. El ambicioso lo había logrado a costa del reino de Nuante—. ¿Viniste sola?Ella negó con la cabeza y, tras un bufido de su interlocutor, volvió a hablar.—El cochero que me trajo todavía está afuera.—Tráelo ante mí, ahora —ordenó él, y a Lis le pareció oír aquella voz rasposa y profunda dentro de su cabeza, tan firme y absoluta que no tuvo más opción que obedecer.Cayó dos veces, enredada en sus propias ropas antes de lograr ponerse de pie y salir corriendo de la habitación. Desz suspiró pesadamente al oír que regresaba demasiado pronto.—Yo... No sé cómo salir.Él le indicó la ruta más corta y la princesa logró llegar a la entrada. Con presteza convenció al cochero de acompañarla dentro, albergando la esperanza de que el bulto le diera instrucciones de llevársela por donde mismo la había traído. El trato con su padre no tenía sentido. ¿Qué poder tendría un hombre tan acabado para pelear en una guerra?—Aquí está él —dijo ella, presentándose con el cochero.—Acércate —pidió Desz, con la voz más gutural.El hombre se ubicó a pocos pasos del bulto, lo suficiente para que un brazo, que surgió como un látigo, lo atrapara y jalara bajo la manta. La sed y el hambre, que atormentaron a la criatura por veinte años, comenzaron a ser saciadas a costa del pobre hombre, cuyos gritos desesperados hicieron gritar también a la princesa.La tibia sangre lubricó las resecas entrañas de la bestia y comenzó a acabar con el intenso frío que lo paralizaba desde que dejara su prisión. Succionó con la fuerza de un tornado y le pareció que nunca antes había probado algo tan delicioso, tan diferente a la insípida sangre de las ratas de la cueva. Por fin volvía a saborear la vida y sus fuerzas regresaban.Esta vez, la princesa sí lloró, chilló y gritó como nunca antes lo había hecho en su vida. Si su nuevo hogar era un cementerio, ahora estaba frente a frente a la muerte. Y era su amo.En cuanto pudo controlar el temblor de su cuerpo, Lis corrió hacia la puerta, que nuevamente se cerró de golpe frente a ella. Había sido él, notó con espanto, pues la mano del hombre se hallaba alzada en su dirección, mientras bebía la sangre del cochero como una vil sanguijuela. Ella jamás oyó que los leprosos se alimentaran de sangre y menos de que tuvieran habilidades mágicas. Esa criatura no era un leproso, qué ingenua había sido. No era un pobre hombre enfermo, era un monstruo.La princesa se cubrió los oídos para evitar que el horroroso sonido le siguiera agitando las entrañas. Era como el sorber de una sopa, pero una sopa humana. Con la frente apoyada en la puerta que era incapaz de abrir, lloró y oró por su vida, sabiendo que sería la siguiente. —Hmm... Aaahhh... ¡Ha estado delicioso! —exclamó Desz. Se limpió la sangre que escurrió de su boca y empujó con su pie el cadáver hasta alejarlo de su lado. Lo había dejado seco como a una pasa. Volvió a cubrirse con la manta, pero
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis. Los vigilantes rendían su informe ante el rey Camsuq, su general y el rey Barlotz.—Entonces, ¿sólo se han confirmado dos apariciones? —preguntó Camsuq.—Así es, majestad. Un hombre adulto en una pequeña aldea al norte de aquí, mató a tres hombres, y un niño, al sur, mató a otros cuantos. Ambos escaparon.—¿Un niño dices?—No era un niño común y corriente, mi rey; tenía la fuerza de tres hombres y desmembró a varios con sus propias manos.—¿Y cómo saben que era un Dumas? Pudo ser un hombre lobo o uno de esos guardianes del bosque —cuestionó Barlotz.—No hay hombres lobos de este lado del mundo y los guardianes sólo atacan en las cercanías del bosque de las sombras, usualmente no dejan su territorio. Además, existen leyendas que cuentan sobre la habilidad de los Dumas para cambiar su aspecto —explicó el lugarteniente de Frilsia.—¿Eso es cierto, Camsuq? —preguntó Barlotz.—Yo... Jamás los vi hacer algo así. Eran criaturas monstruosas,
Reino de Balai, fronterizo al reino de Galaea. Sobre un vertiginoso acantilado bañado por un mar tormentoso y escudado por enormes montañas, se encontraba el palacio real, majestuosa obra arquitectónica de las frías e inhóspitas tierras de Balai, que parecía tallado sobre la roca oscura. Allí vivía el rey Ulster, único sobreviviente del linaje real, rodeado de sus siervos, súbditos y fieros soldados. —Así que el bufón de Barlotz pidió desposar a la hija de Camsuq. ¡Que gracioso! —Arrellanado en su trono, el rey gozaba con los rumores que rápidamente habían llegado a su reino.No lo habían invitado a las celebraciones, pero tenía ojos y oídos en todas partes. —Como si ese vejestorio pudiera satisfacer a una muchacha llena de brío como esa. Ella necesita un macho de verdad, como yo, que le ponga las riendas y la monte como se debe. El consejero rio, secundando todo lo dicho por su soberano, a quien conocía desde siempre. Sirviendo primero a su padre, acompañaba ahora al hijo, que ya
Reino de Arkhamis, palacio real. —Madre, ¿qué haces? ¡Esas cosas son de Lis! —exclamó la princesa Daara, viendo cómo su madre tiraba las pertenencias de su adorada hermana. —Ella ya no regresará y estas cosas sólo ocupan espacio. Terminarán por atraer a las ratas —aseguró la reina.Le entregó a uno de sus siervos una pila de libros y luego se dirigió hasta el armario.—¡¿Cómo que no regresará?! ¡Ella sólo fue de paseo con padre!La reina suspiró, mientras sacaba los vestidos y los lanzaba al suelo. Los siervos se encargaban de recoger todo cuanto ella arrojaba tan despreocupadamente.—Lis ha sido desposada por un importante señor y debe estar feliz en un hermoso palacio. Frente a todos los magníficos atuendos que su esposo debe haberle dado y le dará, estas prendas no son más que harapos. Hay que deshacerse de ellos, ya no los necesitará. —¡¿Se desposó?! ¡¿Y sin invitarnos?! ¡¿Cómo es posible?!—Así es tu hermana, siempre pensando en ella primero. —Terminó de arrojar todo el conte
El apuesto joven, que guardaba dentro de sí a una bestia, se acercaba a Lis poseído por el repentino encanto que había descubierto en ella a causa de la sangre caliente de los criminales. Y parecía que no habría fuerza capaz de detenerlo de saciar los deseos mal habidos.Hasta que se detuvo, a unos dos pasos de ella. —Ha sido divertido. Ya no intentarías salvarme ahora que sabes quién soy, ¿verdad? Lis seguía pasmada, incapaz de comprender que el hombre, con todos los atributos de un príncipe, tuviera en su fina boca los bestiales colmillos con que perforaba la carne para drenar a sus víctimas. Era inconcebible. Desz se miró la mano que ella le había cogido. —Me la has ensuciado, eres realmente repugnante —se la frotó en las ropas, con expresión de asco—. Apestas incluso más que cuando llegaste. Lis se olió con disimulo. Muy a su pesar la criatura no exageraba. Había andado correteando tras los cerdos y seguía vistiendo las ropas de su cumpleaños, que le parecía había ocurrido ha
Los lamentos y el amargo llanto de la princesa regaban la tierra esteril y abandonada que sería su tumba. ¿Qué sentido había tenido arrancarla de su dulce hogar para luego dejarla allí, sola?¿Qué quería la criatura? No lo entendía. Tampoco entendía por qué ella seguía allí si ya nada le impedía huir. Sin dudas, por la misma razón que había regresado con alimento para él; el trato con su padre. Pero, que la criatura se fuera ¿no significaba que la rechazaba como ofrenda? De ser así, la paz que tanto habían celebrado se perdería para siempre y sería su culpa, aunque no comprendía del todo qué había hecho mal. ¿Ser ruidosa? ¿Estar sucia? Ella ya se había aseado y ni siquiera se quejaba por su cruel destino. Tal vez la criatura podía percibir aromas ajenos al olfato humano, no lo sabía. No sabía nada de él salvo que era un monstruo abominable aunque su rostro dijera todo lo contrario. Permaneció derrumbada junto a los establos cerca de la entrada del palacio lo suficiente para ver al so
Frilsia, Reino de ArkhamisLa caravana liderada por el rey Camsuq regresó a la aldea a mediodía. Traían una carreta cargada con Azurita extraída de las minas de Nuante. La llevaron al puesto de vigilancia.—La probaremos en los prisioneros, llévanos con ellos —pidió el rey al lugarteniente. Habían capturado a cinco personas sospechosas de ser Dumas, cuatro hombres y una mujer. Se habían mostrado nerviosos con la presencia de los soldados en el pueblo y a uno de ellos lo encontraron vagando sin rumbo por los bosques. Pese a que opusieron resistencia, habían logrado ser capturados sin mayores problemas. Se esforzaban por mantener su apariencia humana, pero si la bestia no mentía, sus disfraces ya no los protegerían. El rey, su general, el lugarteniente y su segundo al mando fueron a las mazmorras. El hombre de menor rango le entregó al primer prisionero un trozo de Azurita dentro de un saquito de piel. El prisionero sacó el mineral, que no era más grande que un huevo de gallina y lo v
Reino de NuanteLos pisos y salones del palacio se vieron relucientes a la luz del amanecer. Lis desayunó en la cocina, que ahora nada tenía que envidiarle a las de su palacio en Arkhamis. Salvo quizá la gran abundancia de todo tipo de alimentos. Y la presencia de un gran contingente de siervos a su disposición. Y los finos cubiertos de plata que decoraban las mesas o la vajilla de porcelana... Lo importante era que estaba limpia. El ruinoso y tétrico palacio ya era un lugar habitable.Sin miedo a encontrarse con algo desagradable, después de comer se dedicó a deambular de un lado a otro por los pasillos y salones, con sus techos abovedados y sus muros desnudos, sin acercarse al ala oeste, donde dormitaba la bestia. Abrió todas las ventanas que hallaba a su paso. Aún quedaba en el ambiente un frío aroma a humedad y tierra. Qué entrara luz, aire fresco y ruido. ¡No había ruido! En su palacio en Arkhamis siempre había ruido. Si no era ella y su hermana, era los siervos, los soldados, lo