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La ofrenda
La ofrenda
Por: NatsZ
La ofrenda, capítulo Zero

No entres al bosque de las sombras si quieres seguir con vida.

En el bosque de las sombras los árboles tienen ojos y la tierra respira.

En el bosque de las sombras la niebla se vuelve carne y el sol no ilumina.

No confíes en lo que ven tus ojos u oyen tus oídos, en el bosque de las sombras todo está perdido.

Canción popular.

                                        ∽•❇•∽

En una fría tarde invadida por la tormenta, los intensos dolores en el abultado vientre de la joven le avisaron que había llegado el momento de recibir a su hijo. Salió a hurtadillas de la casa de su señor luego de coger lo que necesitaba.

El lugar escogido para el alumbramiento fue un rincón del establo, entre fardos de heno y las miradas curiosas de las bestias. Se levantó las faldas y pensó en su madre. Si tan sólo la hubiera escuchado. Las madres eran sabias por naturaleza. Sabían sobre el mal y sobre el bosque. Sabían que cosas malas ocurrían donde comenzaba el bosque, pero para ella y su juventud, la curiosidad era una criatura indomable que se encendía como la yesca al menor atisbo de misterio. Inflamada por aquel deseo de conocer, un día de esplendoroso sol se aventuró a invadir la naturaleza indómita con la que sólo había soñado.

Allí, en el que llamaban bosque de las sombras, hasta el aire era diferente. Pudo oler el aliento de la mañana, que humedecía con su frescura los verdes brotes de árboles enormes y salvajes, olió la tierra oscura y el agua pura y cristalina que corría por un arroyo cercano; olió la libertad.

Pero la libertad fue tan breve como un parpadeo. Entre la densa bruma que la rodeaba, unos ojos la acechaban. Sombras surgieron de los viejos árboles y volvieron a fundirse con ellos en una danza espectral que acabó con la aparente belleza del bosque. Las sombras, los ojos, la tierra respirando bajo sus pies; no tuvo escapatoria. Unos fuertes brazos la aferraron y los árboles y sus sombras fueron testigos mudos de un ataque cruel y descarnado. El hombre harapiento que emergió de las entrañas del bosque se abalanzó sobre ella con desesperación y ultrajó su débil cuerpo de aldeana con bestialidad. Jamás se borrarían de sus memorias los ojos embravecidos que la devoraron aquella mañana cuando le fue arrebatada sin piedad la inocencia.

Sus gritos fueron oídos por un cazador que, al igual que ella, estaba poseído por la curiosidad, pero él era fuerte y estaba bien armado. Una flecha bastó para hacer huir al criminal, que se perdió para siempre en las profundidades del bosque, donde ni siquiera los cazadores más valientes y más poseídos por la curiosidad se atrevían a entrar. Desapareció dejando atrás la carne desgarrada de una jovencita, en cuyo interior había alcanzado a depositar su vil semilla.

Sus padres no estuvieron dispuestos a compartir su techo con alguien que ahora valía menos que un cerdo, tampoco deseaban una boca más que alimentar. Antes de que el vientre le creciera demasiado, su padre la vendió, sin importarle sus súplicas y llantos. Se sintió realmente afortunado al obtener a cambio un pato y un cerdo.

El destino la llevó a la casa de un recaudador de impuestos, donde su vida sería dedicada a cumplir las órdenes de su señor, su amo. Que cargara con un bebé bastardo en su vientre no fue problema; seguía siendo mujer y servía para lo que servían las mujeres. Ella no se quejó. Había muerto aquella mañana en que desobedeció a su madre y quiso saborear la libertad, pero pronto renacería. Pronto traería al mundo una nueva vida: la suya.

Acuclillada en el sucio rincón del establo de su señor, ella siguió pujando entre gruñidos y gritos que ahogaba la tormenta. Las entrañas se le desgarraban y suplicaba por piedad. Se dio algunos golpes en el vientre y pujó con más fuerza hasta que el bebé se deslizó fuera de su cuerpo y cayó sobre el heno húmedo y pestilente, que lo recibió como un entramado de espinas. Era una niña y su llanto se unió al de la joven parturienta.

Estaba viva y sana pese a las duras labores diarias a las que era sometida su madre y los indecibles maltratos que le propinaba su señor. Era hermosa... Rápidamente, la joven le lanzó encima el trapo con el que limpiaban las ubres de las vacas antes de la ordeña. No deseaba comprobar que tenía los mismos ojos de la bestia que la había engendrado, esos que seguía viendo en sus pesadillas y también en su señor cuando la buscaba por las noches.

Temblorosa y exhausta asió el cuchillo que había llevado oculto entre las ropas y, empuñándolo con ambas manos, lo elevó por sobre su cabeza, dispuesta a descargarlo con toda su furia sobre el bulto que lloraba y se movía bajo el trapo.

La puerta se abrió violentamente con el estruendo de un vendaval, paralizándola en su lugar.

—¡Espera mujer, no lo hagas!

Aquella inocente criatura engendrada entre las sombras tendría una oportunidad más de ver la luz.

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Bienvenidos a este recorrido por "El bosque de las sombras". Espero que puedan llegar hasta el final y alguna bestia no los devore por el camino. 

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