¿Qué buscan obtener los Dumas de los humanos? ¿Y qué le ha pasado al bosque? ¡Gracias por leer!
El joven guardia en la torre de vigilancia bostezó por segunda vez. Su puesto en el alto castillo de la ciudadela amurallada le permitió ser el primero en verlo. Esperaba con ansias la salida del brillante sol para el cambio de turno, pero aquella mañana el sol tardaría un poco más en derrotar a la oscuridad de la noche. Desde el horizonte y por entre los cerros se alzó una columna de humo negro que no tardó en invadir con sus tinieblas el cielo. En la casa de los Tarkuts, Ribon, parada ya firmemente en sus dos piernas, vio desde su ventana los humos oscuros retorciéndose a lo lejos. Arrugó la nariz. Las esencias de la materia carbonizada no tardaron en llegar a narices menos sensibles y las gentes de la ciudadela se refugiaron en sus casas, cerrando bien puertas y ventanas. Era mediodía y estaba oscuro, el aire hedía y, en algún lugar, la tierra ardía.Los vientos acabaron por desplazar los humos irrespirables del voraz incendio hacia el norte. En lo alto, el cielo siguió oscuro, com
Por la mañana, los Tarkuts cruzaron las murallas de la ciudadela en dos carretas. Las cuadrillas de limpieza organizadas por el rey habían ido a depositar sacos con cenizas lejos de la ciudad, cerca de las colinas. Los cargaron hasta llenar ambos transportes y fueron hasta el río que, en su cauce, alimentaba el territorio de los Dumas. Allí vertieron los sacos, envenenando el agua. Y luego sólo esperaron. Pero ocurrió lo inesperado.En la ciudadela, un bebé fue el primero en morir. A él le siguieron varios niños y luego los adultos también enfermaron. Gentz, que era el curandero, les dijo que no bebieran agua del río. En la ciudadela tenían pozos, el río lo usaban para lavar las ropas. La situación no dejaba de ser extraña. Las cenizas habían sido depositadas río abajo, lejos de las aguas ocupadas por los humanos, pero ellos seguían enfermando, y muriendo. No sospecharon que las lluvias caídas arrastrarían con ellas a las cenizas hasta las profundidades de la tierra, envenenando tam
Parte III: Pacto con los humanosMientras estrechas su mano, no ves la espada que carga su sombra ni las intenciones que guarda su alma. ∽•❇•∽Reino de ArkhamisLas tropas del reino, lideradas por el joven general Camsuq, regresaban luego de su campaña militar en la frontera con Galaea. Habían ganado y establecido dominio sobre parte de las tierras vecinas. Arkhamis se expandía como nunca antes y las gentes celebraban a sus héroes.—¡Los dioses bendigan a mi general! —exclamó el rey Ilian, alzando su copa—. ¡Larga vida al general Camsuq! "¡Larga vida al general Camsuq!", repitieron los soldados que llenaban las mesas del salón. Tras las celebraciones, el rey y el general se reunieron en la sala del trono. Las noticias no eran del todo buenas, los festejos eran merecidos, pero quizás apresurados. —El culto a los Dumas está detrás de las desapariciones, majestad. Los galaeanos raptan a nuestras mujeres cerca de la frontera y las ofrecen como sacr
Reino de BalaiComo una sombra ella cruzó los pasillos y se coló a la habitación del niño. Le habló con la dulzura de la brisa matinal. —Despierta, mi pequeño y guarda silencio. Iremos a dar un paseo. Corrió con el niño en brazos, intentando hacer el menor ruido posible para no alertar a los guardias. Uno la esperaba en las cocinas del palacio, la ayudaría a escapar traicionando a su soberano y al reino entero. El primogénito del rey no crecería allí para acabar consumido por la oscuridad del alma de su padre. En las cocinas, el guardia la esperaba de rodillas. Las lámparas se encendieron y vio al rey parado junto a él, espada en mano.—Lo lamento, mi señora... —alcanzó a decir el hombre antes de ser degollado por la firme mano del monarca. Pese a cubrir al pequeño, no logró librarlo de la ruidosa agonía de su hombre de confianza, cuya cabeza el rey sostuvo del cabello para apreciar las postreras muecas que lo desfiguraban.—Te lo he dado todo, Ilse y así me pagas, robándote a mi h
Reino de KaradesMás allá de las frías montañas de Balai se hallaba el reino de Karades. Sus tierras besadas por el sol abarcaban una enorme extensión de singular y variada geografía, partiendo con las montañas al este, pasando por bosques espesos, praderas que parecían infinitas, ríos caudalosos, lagos cristalinos, quebradas en la tierra fracturada y terminando con el desierto de Koos hacia el sur. Pese a la cercanía, su territorio era mucho menos inhóspito que el de Balai, a quienes la naturaleza trataba de la más hostil de las maneras. En Karades gozaban de bonanza y plenitud primaveral, de paz y armonía sin igual. Las montañas los protegían de sus vecinos más belicosos, un barranco inconmensurable los separaba del bosque de las sombras y el desierto dificultaba ser invadidos por Arkhamis u otros reinos. El estado de aislamiento en que vivían era una bendición de los dioses, que habían amoldado aquellas tierras con misericordia celestial. Así la vida transcurría en paz, así sus gen
Reino de ArkhamisLos pesados ojos del general se abrieron y su corazón se sosegó al hallarse en casa, en compañía de su amada. Llevaba ella dos días y dos noches velando su intranquilo sueño, procurando que su fiebre bajara. Había llorado, notó él. Le aferró la mano y le estampó un beso suave sobre los nudillos. —Casi no regresas esta vez, Camsuq. Mi corazón no soportará una vida así, no lo fuerces, no lo oprimas. Más besos sobre los dedos, la palma y la muñeca. Acomodó la mano en su mejilla y allí la sostuvo. —He visto algo con lo que la mayoría sólo sueña, sueños de pesadilla. Muchas estaciones las pasé buscando comprensión sobre el mundo y sus misterios, sus maravillas, pero nada me había sido revelado con tanta claridad y crudeza. Ella le acarició la mejilla. La sangre derramada por sus heridas lo había dejado al borde de la muerte y en aquel lóbrego sendero la visión se nublaba. Había estado hablando en sueños, palabras sin sentido. —El rey no lo creyó, ¿quién lo creería? Só
Alguna aldea entre los bosques de GalaeaUna noche más que él no llegaba. Su corazón sufría por la ausencia de su esposo cada vez que a lo lejos se oían las trompetas de la guerra. Ojalá y anduviera por ahí, ebrio como los esposos de las demás. Incluso podría entender si no estaba solo, si se entretenía entre las faldas de alguna jovencita de moral liviana. A veces hasta lo deseaba.Pero su Eriot no era como los demás y últimamente ya no era ni como él mismo. Su liviano sueño se interrumpió cuando la puerta de su casa se abrió y alguien entró, vestido de sombra.—¡¿Eriot?! —se estiró para coger la lámpara, mientras la sombra entraba al cuarto de su hija.—Soy yo, mujer —dijo.El corazón de su esposa se serenó.—¿Dónde has estado? Dime que no estuviste con los del culto, son criminales —buscó una vara para encender la lámpara.—Son farsantes, falsos profetas. No saben nada de los Dumas ni de dios, jamás lo han escuchado, no como lo escucho yo.Ahí se fue toda la serenidad de la mujer.
Luego de cabalgar todo el día, el atardecer los alcanzó en la cima de unas colinas al este de la aldea arkhamita de Frilsia y buscaron un lugar donde asentarse. Los caballos bebieron agua de un arroyo y masticaron las hierbas que crecían en la orilla. Camsuq descansaba frente a la fogata que había encendido al primer intento y su crepitar era el único sonido perceptible para él en la inmensa noche. Asaba unos peces ensartados en unas varas que pescó hábilmente usando unas lombrices y su espada. Eran más de los que él podría comer. Desz, que lo había observado hacer todo aquello, se sentó frente a él. —Cuando la luna se halla en su cénit, la niebla comienza a bajar por las colinas y cubre estas tierras. No se disipa hasta pasado el mediodía en esta época del año. Avanza por el valle y llega mas allá del lago. Un ejército podría cabalgar bajo ella sin ser visto, sobre todo si los soldados son tan silenciosos como lo son los suyos. El aroma a pescado asado era suave. Parecían crujiente