Humanos y Tarkuts emprenden un camino común. ¿Quién lo habrá hecho posible y con qué intenciones?
Luego de cabalgar todo el día, el atardecer los alcanzó en la cima de unas colinas al este de la aldea arkhamita de Frilsia y buscaron un lugar donde asentarse. Los caballos bebieron agua de un arroyo y masticaron las hierbas que crecían en la orilla. Camsuq descansaba frente a la fogata que había encendido al primer intento y su crepitar era el único sonido perceptible para él en la inmensa noche. Asaba unos peces ensartados en unas varas que pescó hábilmente usando unas lombrices y su espada. Eran más de los que él podría comer. Desz, que lo había observado hacer todo aquello, se sentó frente a él. —Cuando la luna se halla en su cénit, la niebla comienza a bajar por las colinas y cubre estas tierras. No se disipa hasta pasado el mediodía en esta época del año. Avanza por el valle y llega mas allá del lago. Un ejército podría cabalgar bajo ella sin ser visto, sobre todo si los soldados son tan silenciosos como lo son los suyos. El aroma a pescado asado era suave. Parecían crujiente
Al amanecer, una caravana humana avanzaba hacia el Paso del alba, con Camsuq y Magak en el centro. —¿Nervioso, Magak? Esas bestias olfatean tu miedo, no les des en el gusto. —Yo no tengo la sangre tan fría como tú, Camsuq. En tu tardanza, llegué a pensar que tendría que convertirme en general. Las carcajadas de Camsuq no hicieron mucho por tranquilizarlo. —Eso será cuando yo sea rey, Magak y aún falta todavía. Tenemos que sobrevivir primero. El capitán inhaló profundamente, asintiendo. —Si muero, Enra no me lo perdonará. Viuda y sin hijos, no es el destino que quiero para ella. —La furia de una mujer es inconmensurable, amigo mío. Si yo muero, Alira sería capaz de llegar hasta el mismo averno para patear mis despojos. No hay peor enemigo que el corazón de una mujer agraviada, Magak. Deberíamos empezar a aceptar mujeres en el ejército. Los hombres continuaron riendo hasta llegar al Paso. Sólo ellos dos siguieron hacia Nuante. Los ojos de Magak miraban con incredulidad cada paisa
El lugar escogido para la asamblea fue una residencia en Galaea, cerca de la frontera con Balai. Era un fuerte que había caído frente a las fuerzas arkhamitas. Tal vez fuera más preciso decir que se ubicaba en Arkhamis.Había allí un pequeño palacio, con veinte habitaciones para los residentes y unas más para los siervos. Una larga mesa en un salón, donde cómodamente cabrían treinta personas, había sido la principal razón para escogerlo, eso y la lejanía con la capital de Arkhamis. Camsuq y sus hombres llegaron dos días antes. Montaron un campamento militar en los jardines y limpiaron las evidencias de las batallas que allí se habían librado. Al anochecer, el tufo a muerte que flotaba en el aire había desaparecido. ¿Podrían olerlo ellos? Ansiaba saberlo. El primero en llegar fue Barlotz, rey de Galaea, escoltado por unos veinte hombres, pese a que Camsuq le había dicho que no trajera a más de cinco. Estaba vestido como para una gran fiesta, con finas pieles y mucho oro. Había anillo
—Rey Bahar, por favor, usted… —Me gustaría oír si tiene en mente alguna idea sobre lo que le gustaría ver —interrumpió Desz a Camsuq, que soltó un leve suspiro y volvió a sentarse. Todavía sonriendo burlonamente, Bahar miró a los Tarkuts de pies a cabeza. Llevaban las ropas de unos simples nobles, carentes de cualquier tipo de arma o armadura. —Quiero un combate entre uno de mis guerreros y uno de los suyos. Si el mío es vencido, comprenderé que algo podrán hacer contra los Dumas. El hombre que se mantenía de pie tras Barlotz esbozó una sonrisa socarrona, gesto que no pasó inadvertido para el rey de Balai. —¡¿Crees que mis palabras son arrogantes, insignificante Galaeano?! ¿Cuántos de tus hombres son necesarios para derrotar a uno de los míos? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Cómo saberlo? Algo así nunca ha ocurrido. El hombre desenfundó su espada, Barlotz gritó espantado, Bahar también desenfundó. Camsuq pidió calma mientras Desz y Gentz se retiraban de la habitación. —El combate será afuera —a
En una pequeña habitación junto al salón donde se había efectuado la asamblea comenzó la planificación de la arremetida contra los Dumas. Con el paso de los días, el mapa en que marcaban su presencia se fue completando en Galaea y Uratis, aunque era de esperarse que pronto llegaran también a Arkhamis y Balai.De Karades nada se sabía. Los escuadrones formados por humanos y Tarkuts a la distancia intentaban aprender sobre ellos. Había poco tiempo y ser muchos era de gran ayuda. "El ejército de todos los reinos", como lo nombró Camsuq, era algo sin precedentes y que llenaba a las gentes de esperanza.—Siguen alimentándose de humanos —confirmó Furr, cuyo grupo había recorrido Galaea—. Los aldeanos les entregaban ofrendas humanas hasta que los Dumas ya no necesitaron pedirlas. Arrasaron con varias aldeas. —¿Tienen siervos humanos, como antes? —preguntó Desz.Ningún capitán Tarkut tuvo certeza de la respuesta. Había humanos en sus territorios, los habían oído cuando fueron con Camsuq, per
Reino de Galaea, cerca de la frontera de BalaiEl amanecer reveló una tierra sombría, fúnebre pese a la alegría de los soldados que celebraban en medio de los Dumas caídos. El escuadrón liderado por Furr había cercado durante la noche a un pequeño grupo junto a un acantilado y les había puesto fin. Sus cuerpos casi pétreos teñían la tierra con su sangre. Olía a muerte, a sangre y a sudor. No se sentía como una victoria dulce, Furr no acababa de aplacar su sed de venganza. Y aunque la batalla había terminado, el repiqueteo de armas seguía oyéndose, molesto y persistente. —Esta tampoco sirve, trae otra. —Esta alabarda está hecha de tres hojas de acero. Es una de nuestras armas con el filo más poderoso. Los soldados descargaron un potente golpe sobre un Dumas caído. Fue como golpear una roca. El arma destemplada se sacudió en las manos del hombre, que tuvo dificultades para mantener quietos los brazos. —Esto es aburrido, padre. Ningún arma del reino parece ser eficaz contra esas cria
Reino de Uratis, campamento militarCamsuq dormía tras un día de batalla. La manta que lo cubría yacía en el suelo junto a su lecho. Unas moscas revoloteaban sobre los restos de la cena en la mesita a un costado, peleándose por algo de lo que quedaba. Sus zumbidos en la oscuridad lo hacían fruncir los labios, se llevó la mano a la boca para rascarlos varias veces. Su otra mano buscaba algo en la negrura, aferrando la nada. Sus pies tampoco estaban quietos, corría. Partió escapando del terror absoluto, de la desesperación sin fin; ahora corría hacia algo, a la revelada última esperanza. Entre las espantosas sombras del bosque, la dulce voz lo guiaba a la luz, que con su amarillenta claridad prometía esperarlo del otro lado. Al llegar, descubrió que la luz era fría y gris, y lo miraba desde los ojos de un muchacho más joven que él. Vaya sorpresa. La tarea sería más sencilla si se hubiera encontrado con un monstruo repugnante. Siguió viendo aquellos ojos grises, no deseaba que se cerrar
Reino de Balai—Su piel se va ennegreciendo, como si se pudriera. —Los devora, rey Bahar, como la gangrena. Quién diría que una simple planta pudiera hacerles tanto daño. En las perpetuas nieves de las montañas de Balai, lejos de toda civilización y a donde los olfatos de los mejores rastreadores no podrían llegar, Camsuq, el rey Bahar y un pequeño grupo de sus hombres de confianza daban el primer paso de lo que sería la traición más grande que se pudiera recordar.Ataviados con gruesos ropajes, habían logrado aislar a un Tarkut y llevarlo a las profundidades de las montañas que el rey Bahar conocía como la palma de su mano. Allí se jugarían la vida para poner a prueba la información que Camsuq había recibido. Mientras se llevaban a cabo las batallas contra los Dumas y, convenciéndose de la pronta victoria de los Tarkuts, se las habían arreglado para hacerse con aquella planta cuya esencia guardaba el secreto de la destrucción de los vampiros que caminaban bajo la luz del sol.Camsuq