XLIII El Paso del alba
Alguna aldea entre los bosques de Galaea

Una noche más que él no llegaba. Su corazón sufría por la ausencia de su esposo cada vez que a lo lejos se oían las trompetas de la guerra. Ojalá y anduviera por ahí, ebrio como los esposos de las demás. Incluso podría entender si no estaba solo, si se entretenía entre las faldas de alguna jovencita de moral liviana. A veces hasta lo deseaba.

Pero su Eriot no era como los demás y últimamente ya no era ni como él mismo.

Su liviano sueño se interrumpió cuando la puerta de su casa se abrió y alguien entró, vestido de sombra.

—¡¿Eriot?! —se estiró para coger la lámpara, mientras la sombra entraba al cuarto de su hija.

—Soy yo, mujer —dijo.

El corazón de su esposa se serenó.

—¿Dónde has estado? Dime que no estuviste con los del culto, son criminales —buscó una vara para encender la lámpara.

—Son farsantes, falsos profetas. No saben nada de los Dumas ni de dios, jamás lo han escuchado, no como lo escucho yo.

Ahí se fue toda la serenidad de la mujer.
NatsZ

Humanos y Tarkuts emprenden un camino común. ¿Quién lo habrá hecho posible y con qué intenciones?

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