Un regalo difícil de rechazar. Poco a poco, los Tarkuts se convertirán en un ejército.
En aquella casona en la ladera de un cerro y frente a una quebrada, habitada por criaturas no humanas, no había tal cosa como el silencio, Furr lo había destrozado con sus gritos, que iban en aumento.—La muchacha no es de tu pertenencia. Fui yo quien la compró y fue ella quien me suplicó por una nueva vida. La impasible serenidad de Ratszendach lo alteraba aún más. En momentos como éste, esa aparente paz no era más que una careta tras la que se ocultaba su siniestra sonrisa. Como era habitual, Desz hizo lo posible por calmar los ánimos. Sacó a Furr para que el aire le aclarara la cabeza. Al furioso Tarkut no le salían las palabras, sólo gruñidos y gritos, cada vez más débiles, afloraban de su cuerpo. Así fue hasta que le quedó sólo una respiración pesada. —Neulí y Ratszendach pueden irse a la mierd4... No me importan, son escoria.—¿La rechazarás ahora que es un Tarkut? ¿Crees que eso ha cambiado su corazón? No hagas tal, Furr. No te atrevas. —Yo no la amo, Desz, nunca la he amado
Pronunciar aquel nombre era como nombrar a alguien que llevaba largo tiempo muerto. Ah-um no se había convertido en el hombre anciano que debía ser ni había vivido la vida que añoraba conseguir cuando partió de su lado; Ah-um ya no era humano.—¿Qué pasó?... ¿Por qué? —preguntó Desz, viendo entre sus manos aquel joven rostro que vivía en sus memorias. ¿Una nueva ilusión? ¿Acaso su dolor ya se había convertido en locura? Era un castigo, sin dudas. —Lo intenté, Desz.Era su voz. La voz del niño que vio convertirse en hombre, la del hombre que había partido a buscar su destino.—Quise vivir la vida de un humano, pero no pude... ¿Cómo podría vivir sin ti si te amo más que a mi propia vida? Desz se deslizó del sillón y se abrazaron sobre la alfombra. Su hijo había regresado convertido en su hermano. —¿Cuándo ocurrió?—Unas semanas después de que me fuera.—¡¿Y por qué no volviste de inmediato?! Me has castigado por tantos años sufriendo tu ausencia... —Has sido tú quien quería que me f
Cuando la luna llena iluminó el cielo en su cénit, una carreta se apostó frente a las puertas de la ciudadela. Escoltadas por guardias, una a una las jóvenes escogidas como sacrificio fueron subiendo. No lloraban, no se resistían o lamentaban. Tal serenidad no se debía a que se hubieran resignado al destino que las aguardaba ni mucho menos, ellas ya no eran conscientes de cuanto ocurría. La poción administrada, preparada por el curandero a petición del rey, además de facilitar la entrega y aminorar el horror de la población, era una última muestra de piedad para quienes se sacrificaban por el bien de la mayoría.Entre las cinco aletargadas muchachas, una fingía estarlo. Cubierta con un velo, tal como las demás, mantenía sus agudos sentidos atentos a su alrededor. Sólo ella oía al caballo que seguía la carreta a lo lejos, cuyo jinete la ayudaría a regresar a salvo. No tenía miedo, ya había tenido toda una vida para temer. Ahora empezaba a saborear la libertad por primera vez y no esper
El joven guardia en la torre de vigilancia bostezó por segunda vez. Su puesto en el alto castillo de la ciudadela amurallada le permitió ser el primero en verlo. Esperaba con ansias la salida del brillante sol para el cambio de turno, pero aquella mañana el sol tardaría un poco más en derrotar a la oscuridad de la noche. Desde el horizonte y por entre los cerros se alzó una columna de humo negro que no tardó en invadir con sus tinieblas el cielo. En la casa de los Tarkuts, Ribon, parada ya firmemente en sus dos piernas, vio desde su ventana los humos oscuros retorciéndose a lo lejos. Arrugó la nariz. Las esencias de la materia carbonizada no tardaron en llegar a narices menos sensibles y las gentes de la ciudadela se refugiaron en sus casas, cerrando bien puertas y ventanas. Era mediodía y estaba oscuro, el aire hedía y, en algún lugar, la tierra ardía.Los vientos acabaron por desplazar los humos irrespirables del voraz incendio hacia el norte. En lo alto, el cielo siguió oscuro, com
Por la mañana, los Tarkuts cruzaron las murallas de la ciudadela en dos carretas. Las cuadrillas de limpieza organizadas por el rey habían ido a depositar sacos con cenizas lejos de la ciudad, cerca de las colinas. Los cargaron hasta llenar ambos transportes y fueron hasta el río que, en su cauce, alimentaba el territorio de los Dumas. Allí vertieron los sacos, envenenando el agua. Y luego sólo esperaron. Pero ocurrió lo inesperado.En la ciudadela, un bebé fue el primero en morir. A él le siguieron varios niños y luego los adultos también enfermaron. Gentz, que era el curandero, les dijo que no bebieran agua del río. En la ciudadela tenían pozos, el río lo usaban para lavar las ropas. La situación no dejaba de ser extraña. Las cenizas habían sido depositadas río abajo, lejos de las aguas ocupadas por los humanos, pero ellos seguían enfermando, y muriendo. No sospecharon que las lluvias caídas arrastrarían con ellas a las cenizas hasta las profundidades de la tierra, envenenando tam
Parte III: Pacto con los humanosMientras estrechas su mano, no ves la espada que carga su sombra ni las intenciones que guarda su alma. ∽•❇•∽Reino de ArkhamisLas tropas del reino, lideradas por el joven general Camsuq, regresaban luego de su campaña militar en la frontera con Galaea. Habían ganado y establecido dominio sobre parte de las tierras vecinas. Arkhamis se expandía como nunca antes y las gentes celebraban a sus héroes.—¡Los dioses bendigan a mi general! —exclamó el rey Ilian, alzando su copa—. ¡Larga vida al general Camsuq! "¡Larga vida al general Camsuq!", repitieron los soldados que llenaban las mesas del salón. Tras las celebraciones, el rey y el general se reunieron en la sala del trono. Las noticias no eran del todo buenas, los festejos eran merecidos, pero quizás apresurados. —El culto a los Dumas está detrás de las desapariciones, majestad. Los galaeanos raptan a nuestras mujeres cerca de la frontera y las ofrecen como sacr
Reino de BalaiComo una sombra ella cruzó los pasillos y se coló a la habitación del niño. Le habló con la dulzura de la brisa matinal. —Despierta, mi pequeño y guarda silencio. Iremos a dar un paseo. Corrió con el niño en brazos, intentando hacer el menor ruido posible para no alertar a los guardias. Uno la esperaba en las cocinas del palacio, la ayudaría a escapar traicionando a su soberano y al reino entero. El primogénito del rey no crecería allí para acabar consumido por la oscuridad del alma de su padre. En las cocinas, el guardia la esperaba de rodillas. Las lámparas se encendieron y vio al rey parado junto a él, espada en mano.—Lo lamento, mi señora... —alcanzó a decir el hombre antes de ser degollado por la firme mano del monarca. Pese a cubrir al pequeño, no logró librarlo de la ruidosa agonía de su hombre de confianza, cuya cabeza el rey sostuvo del cabello para apreciar las postreras muecas que lo desfiguraban.—Te lo he dado todo, Ilse y así me pagas, robándote a mi h
Reino de KaradesMás allá de las frías montañas de Balai se hallaba el reino de Karades. Sus tierras besadas por el sol abarcaban una enorme extensión de singular y variada geografía, partiendo con las montañas al este, pasando por bosques espesos, praderas que parecían infinitas, ríos caudalosos, lagos cristalinos, quebradas en la tierra fracturada y terminando con el desierto de Koos hacia el sur. Pese a la cercanía, su territorio era mucho menos inhóspito que el de Balai, a quienes la naturaleza trataba de la más hostil de las maneras. En Karades gozaban de bonanza y plenitud primaveral, de paz y armonía sin igual. Las montañas los protegían de sus vecinos más belicosos, un barranco inconmensurable los separaba del bosque de las sombras y el desierto dificultaba ser invadidos por Arkhamis u otros reinos. El estado de aislamiento en que vivían era una bendición de los dioses, que habían amoldado aquellas tierras con misericordia celestial. Así la vida transcurría en paz, así sus gen