XXXII Hambre y miedo
El pecho de la morena subía y bajaba, todavía conmocionado por el placer carnal. La miel de la que Ratszendach hablaba le chorreaba la cara interna de los muslos y se había regado por el piso. El Tarkut le susurró algo al oído y ella se tambaleó hasta dejar la habitación. Él fue al lavatorio junto a la ventana y se lavó las manos.

—Dijiste que los Dumas parecían árboles, ¿cómo puede ser ella un Dumas?

—No lo es, Desz. Ella es humana, por fuera y por dentro también.

—¿Entonces?

—Me han dicho que era muda, por eso la compré. No imaginas mi sorpresa cuando tales palabras brotaron de su boca en medio del acto amatorio. Ella habla su lengua y no parece entender la nuestra. Lo curioso es que sólo habla cuando el deseo llena su cuerpo.

—¿Y qué es lo que dice?

Ratszendach se secó las manos y volvió frente a Desz.

—No lo sé. Hasta el momento conmigo ha dicho las mismas palabras. Quisiera que tú la "interrogues", para saber si dice algo nuevo.

Desz lo miró de mala gana. Tenía él esa incon
NatsZ

La muerte ya no es un deseo. Y los enemigos han comenzado a actuar.

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