Margarita usó su mejor vestido y sus zapatos más altos.
Quería verse más estilizada en las fotografías cuando el Gerente General dijera su nombre frente a todos los empleados y ella flotara como una bailarina de ballet por la alfombra para estrechar su mano y besar su arrugada mejilla.
Pretendía verse brillante cuando agradeciera a todos por su apoyo y comprensión, conforme sonreía y posaba para la cámara. Estaba lista para compartir todas las historias de I*******m en las que sería etiquetada e incluso se había inventado un propio hashtag que moría por viralizar.
—¡Hoy es el día! —Le gritó Paula cuando salió del baño y la detalló de pies a cabeza con una amplia sonrisa—. Te ves radiante.
—Me siento radiante —dijo Margarita con una voz delicada.
Se movió por la cocina estrecha y tomó uno de los muffins de chocolate que Julia, su otra amiga, traía desde la cafetería en la que trababa los fines de semana.
Las tres vivían juntas desde hacía algunos años; arrendaban un pequeño departamento de dos ambientes en un edificio antiguo en el que apenas funcionaba el elevador.
Se las arreglaban mes a mes y el esperado ascenso de Margarita prometía cambiarles la vida a la tres, esas que se apoyaban en todo momento, más malos que buenos, pero que las ayudaría a tener una vida más cómoda.
Margarita dejó el nido de sus padres con apenas veinte años para vivir con Pau y July, sus dos grandes amigas de la infancia.
Sus primeras noches las pasaron en colchones inflables, enredadas en sus propios sacos de dormir, pero nunca sintieron frío, tenían la calidez de la otra para continuar con el día a día.
Las tres tenían empleos fijos.
Paula y Margarita trabajaban en la misma compañía de vinos y, por otro lado, July había encontrado refugio en su amor por la comida y había hallado empleo en un restaurante chino y una cafetería.
—¿Podemos ir en taxi hoy? —preguntó Margarita al encender la cafetera—. Quiero llegar más temprano.
Paula masticó su pan a toda prisa y le respondió de forma positiva, moviendo la cabeza para responder.
—Es tu gran día —dijo Pau y se sentó en el suelo para acomodarse las zapatillas.
Con casi diecinueve años, Margarita llegó a trabajar a los Viñedos Santa Marta y desde el primer día mostró que era una joven hacendosa y muy eficiente.
Aprendió antes que muchos los protocolos de la empresa y pasó de ser una simple recolectora de uvas a la secretaria del Jefe de Viñedo y, en menos de dos años, terminó convirtiéndose en la asistente del Gerente de Producción, puesto que cuidó como hueso santo hasta ese día.
En ese momento, Margarita esperaba y con muchas ansias, ocupar el puesto que su jefe dejaba libre para ella.
El actual Gerente de Producción jubilaba con más de sesenta años y en su última promesa estaba la recomendación que ella tanto necesitaba. La recomendaría como su sucesora y ella, claro estaba, confiaba ciegamente en su palabra.
En ese momento, Margarita Ossandón era la más adecuada para el puesto. Conocía todas las rutinas laborales de memoria y, lo mejor de todo era que, todos en el mundo del vino y los viñedos la conocían y la apreciaban como tal.
Las amigas viajaron en taxi hasta el viñedo e ingresaron a la estructura por la parte trasera, intentando mantener un bajo perfil.
Margarita pensó muchísimo en el ascenso, tanto que, en los últimos días apenas conseguía dormir y comer.
No quería que se le subieran los humos a la cabeza y para recordar bien quién era, llevaba en el bolso una fotografía de ella usando un vestido viejo que había deslucido en sus primeras vendimias.
—Hola, Margarita y Paula —saludaron las señoras de la limpieza y les sonrieron con dulzura.
Ellas agitaron la mano para saludar y se acercaron a uno de los espejos que envolvían los muros. Margarita se retocó el labial rosa que usaba y Paula escondió su cabello bajo una de las gorras especiales, preparándose para recibir el sol de la mañana.
Los caminos de las amigas se separaron cuando llegaron a la primera planta del viñedo. Paula salió al campo abierto y Margarita usó el elevador para llegar al tercer piso de esa estructura en la que trabajaba.
Sonrió alegre cuando una pareja desconocida se acercó al elevador y ella tuvo la amabilidad para detenerlo.
—Buenos días —saludaron los tres al unísono.
A Margarita se le fue la mirada hasta el hombre desconocido que se acomodó frente a ella en el elevador en el que viajaban y sonrió discreta para no verse tan coqueta y fácil.
Fue un encuentro de miradas breve, algo que para ella no significó nada. Llegaron al piso tres en cosa de segundos y caminaron dispersos por la amplitud de la Gerencia.
—Tenemos reunión, Margarita —dijo la secretaria del Gerente General y ella sonrió satisfecha.
Esas eran las palabras que tanto soñaba con escuchar y caminó con paso bailarín hasta el otro extremo del amplio piso.
—¡Gracias! —respondió después y se acercó a la oficina de su jefe con grandes ojos.
Dejó su bolso en la meas de la entrada y la acarició con la punta de los dedos, tocándola por última vez antes de que fuera removida a un cargo mejor, un puesto que ella sí merecía.
—¡Bienvenido, que alegría! —gritó la Gerente de Calidad, la esposa del Gerente General y corrió a saludar al desconocido hombre que había viajado con ella en el elevador.
Margarita observó todo desde la distancia, desde la oscuridad de su oficina y analizó sus actitudes cariñosas en silencio.
La calidez de los abrazos que se dedicaban sus jefes y los desconocidos recién llegados le dejó un trago amargo, pero lo ignoró para continuar con ese día que pintaba mejor que ningún otro.
Todos se reunieron en la sala de juntas y tras cerras las puertas, el Gerente General, el Señor Valentini, tomó la palabra y entregó un discurso motivador referente a las ventas bajas del último mes.Sabía que pasaban por una mala racha, pero que todo mejoraría dentro de poco.—Vamos a comenzar un nuevo ciclo en pocos meses y queremos lanzar nuevos productos que impacten el mercado.El Gerente se levantó de su puesto y se movió con calma detrás de ella. Margarita pensó que tocaría sus hombros para presentarla ante todos, pero las cosas dieron un giro muy brutal a su parecer.»Pascual ha jubilado, como ya saben y nos ha dejado grandes enseñanzas.La joven tembló cuando el Gerente General puso su mano en su hombro izquierdo y ella le miró con los ojos brillantes desde su puesto.»Sé que muchos vamos a extrañarlo —dijo y ella asintió ansiosa. Casi podía adelantarse a sus palabras—. Su puesto será ocupado por alguien más joven; alguien que promete entregarle frescura a su trabajo —explicó
Las mujeres se encerraron en el iluminado cuarto de baño y se miraron a las caras con horror.Margarita se veía falta, algo totalmente opuesto a lo que Paula había visto en la mañana y la mujer con su sinceridad por delante no tuvo tacto para decírselo.—¿Te acuerdas cuándo nos emborrachamos en la fiesta de navidad? —le preguntó. Margarita asintió aguantándose los sollozos—. Te ves peor que ese día, peor, mucho peor —afirmó y la joven tomó una toalla de papel del dispensador para limpiarle la cara—. ¿Qué pasó? —curioseó con voz dulce.Llevó a Margarita hasta uno de los divanes alargados junto a una de las ventanas y tras humedecer la toalla de papel con agua, le limpió la máscara de pestañas que le escurría por las mejillas, también el labial rosa brillante que le manchaba el mentón y el bigote.—Me mintió —suspiró ella con los hombros caídos. Se apreciaba más derrotada que nunca—. Pascual me mintió —repitió y Paula puso muecas tristes cuando la oyó—. Me dijo que el puesto era mío, me
A él le pareció que iba a tener que lidiar con una mujer un poco amargada y se movió distante para encerrarse en su oficina y poder conversar con su nueva secretaria.Acababa de llegar a la empresa y la verdad era que se había encontrado con una tropa de mujeres decididas que no temían ofrecerle sexo a cambio de nada.No era lo que él esperaba, ni mucho menos lo que él recordaba, así que, mientras se acostumbraba a esas leonas hambrientas, prefería quedarse encerrado en su oficina esperando a que todo se acomodara otra vez.Revisó los muebles blancos con ojo curioso y detalló los recuerdos y fotografías que el antiguo Gerente mantenía en la oficina.Encontró una foto de la Señora Ossandón y tuvo que tomarla entre sus manos para detallarla de cerca.La mujer se veía tan feliz y natural que, casi se le hizo imposible reconocerla.—Ya estoy aquí, Señor Valentini —susurró ella bajo el umbral de la puerta de su oficina lujosa.Lucca dejó la fotografía a toda prisa en el mismo lugar del que
Cuando salió del elevador, no se fue a la bodega de archivo como debía y abandonó la estructura sólida para entrar al campo y corrió por el viñedo con el ajustado vestido que había elegido para ese día tan importante.Corrió como si nada en búsqueda de Paula.Como llevaba vestido ajustado y escotado, las tetas llamativas que había heredado de su madre se le marcaron por el vestido y se le salieron ligeramente por el borde, mostrando más piel de la que debía.Los hombres que trabajaban las tierras se levantaron y detuvieron toda labor para mirarla.Los senos se le sacudían de arriba abajo con cada golpe y los trabajadores, esos que pasaban larga horas bajo el sol, no tardaron en escandalizarse al verla tan provocativa.—¡Paula! —gritó ella y es que el viñedo estaba repleto de empleados.Todos silbaban alegres y se mostraban emocionados por su visita tan seductora.Desde el edificio, Lucca escuchó el escándalo en el exterior y abrió la ventana para entender mejor lo que estaba sucediend
Lucca tenía las manos en la espalda y observó a Paula hasta que ella se marchó y se alejó lo suficiente como para enfrentarse a Margarita.—Señor…—Le pedí que me llamara Lucca —interrumpió él y trató de disimular la risa que ella le causaba—. Sí me dice Señor me hace sentir viejo.—Lo lamento —respondió ella, con la cara roja y la frente sudada.El sol a esa hora de la mañana era intenso, pero lo que la hacía sudar era la escena en la que su nuevo jefe acababa de encontrarla.—No me parece incorrecto que baje aquí a analizar la producción, pero… —murmuró y le miró los senos sobresalientes con los labios apretados—. Le voy a pedir que lo haga con la ropa adecuada. Sus senos han alborotado al personal y…—Ay, dios que vergüenza —respondió Margarita y se subió el vestido apretado con prisa—. Ellos no son así, lo lamento —dijo, refiriéndose a sus propios senos.Lucca abrió grandes ojos cuando ella se ajustó el vestido sin nada de cuidado y los pechos se le apretaron bajo su nariz, causán
Lucca la levantó por la espalda con mucho cuidado e hizo malabares para abrir la puerta trasera del coche y subirla allí.La cabeza de Margarita dio tumbos por todos lados, aun cuando Lucca intentó ser cuidadoso.Nunca había visto a una mujer desmayada y no tenía idea qué hacer ni a quien llamar, así que solo la recostó en el interior del auto y esperó a que la magia ocurriera. Las piernas le quedaron colgando hacia afuera, pero nada de eso importó y Lucca rodeó el auto para revisarle la boca. Algunas gotas de sangre le afloraban por entremedio de los labios y, tras revisarla con cuidado, entendió que la joven se había mordido la lengua.Se tuvo que reír cuando supo de donde provenía la sangre. Hablaba tanto y tantas incoherencias que se había mordido su propia lengua.Se rio solo, mirándola desmayada.No bastó mucho para que el calor de media mañana y el encierro del coche la obligaran a despertar sudada y pegoteada.Se levantó con torpeza y lentitud; sintió el dolor del golpe que s
Lucca se rio al ver a la joven desconocida teniendo sexo en la mitad del salón y detalló todo el lugar con grandes ojos.—¡Marga! —gritó July, su amiga, ofendida y se cubrió el pecho con el brazo.—¡Por Dios, July! —regañó Margarita y entró al departamento para tirarle una toalla para que se cubrieran—. ¡Son asquerosos! —Les gritó escandalizada y Lucca aprovechó del momento para entrar y disfrutar de la escena—. ¡Les dije que se fueran a un motel! —reclamó rabiosa—. Me dejan el sofá lleno de críos muertos —molestó y se cruzó de brazos ante ellos, quienes le miraron con la misma actitud que ella enseñaba—. ¿Qué están esperando? —preguntó con rabia—. Vístanse y váyanse a trabajar.Extendió el brazo para apuntar la puerta, exigiéndoles que se fueran y golpeteó su zapato enlodado en el suelo, causando un incómodo sonido que hizo que el momento fuera más tenso.—No tienes vergüenza, Marga —protestó July y se bajó del cuerpo del chino para enfrentarse a su amiga. Se subió el top deportivo s
Lucca y Margarita viajaron de regreso a la empresa.Por alguna extraña razón, ella se sentía victoriosa. Miraba al hombre a su lado con grandes ojos y con una burlesca sonrisa dibujada entre sus labios.Por algunos segundos creyó sentirse ridícula mirándolo así, pero no podía evitar adelantarse a los hechos y lo imaginaba gruñendo en el baño, pedorreándose encima y llorando por el dolor de tripas que iba a sentir cuando los laxantes le dominaran por completo.—¿Por qué está tan feliz, Margarita? —preguntó Lucca y de reojo la miró.Él no podía negar que le gustaba la ropa normal que usaba. Nada era ajustado ni escotado. Las curvas que la bendecían se le disimulaban bajo la blusa holgada que había elegido para combinar con unos pantalones de tela azul. Calzaba zapatos cerrados y bajos, nada exagerado que la pusiera en peligro.Se veía simple y a él le gustaba la simpleza, solo que lo había olvidado con los años.—Cuando como me pongo feliz —mintió sonriente y volteó en su asiento para d