La esposa falsa del italiano
La esposa falsa del italiano
Por: Lila Steph
El gran día

Margarita usó su mejor vestido y sus zapatos más altos.

Quería verse más estilizada en las fotografías cuando el Gerente General dijera su nombre frente a todos los empleados y ella flotara como una bailarina de ballet por la alfombra para estrechar su mano y besar su arrugada mejilla.

Pretendía verse brillante cuando agradeciera a todos por su apoyo y comprensión, conforme sonreía y posaba para la cámara. Estaba lista para compartir todas las historias de I*******m en las que sería etiquetada e incluso se había inventado un propio hashtag que moría por viralizar.

—¡Hoy es el día! —Le gritó Paula cuando salió del baño y la detalló de pies a cabeza con una amplia sonrisa—. Te ves radiante.

—Me siento radiante —dijo Margarita con una voz delicada.

Se movió por la cocina estrecha y tomó uno de los muffins de chocolate que Julia, su otra amiga, traía desde la cafetería en la que trababa los fines de semana.

Las tres vivían juntas desde hacía algunos años; arrendaban un pequeño departamento de dos ambientes en un edificio antiguo en el que apenas funcionaba el elevador.

Se las arreglaban mes a mes y el esperado ascenso de Margarita prometía cambiarles la vida a la tres, esas que se apoyaban en todo momento, más malos que buenos, pero que las ayudaría a tener una vida más cómoda.

Margarita dejó el nido de sus padres con apenas veinte años para vivir con Pau y July, sus dos grandes amigas de la infancia.

Sus primeras noches las pasaron en colchones inflables, enredadas en sus propios sacos de dormir, pero nunca sintieron frío, tenían la calidez de la otra para continuar con el día a día.

Las tres tenían empleos fijos.

Paula y Margarita trabajaban en la misma compañía de vinos y, por otro lado, July había encontrado refugio en su amor por la comida y había hallado empleo en un restaurante chino y una cafetería.

—¿Podemos ir en taxi hoy? —preguntó Margarita al encender la cafetera—. Quiero llegar más temprano.

Paula masticó su pan a toda prisa y le respondió de forma positiva, moviendo la cabeza para responder. 

—Es tu gran día —dijo Pau y se sentó en el suelo para acomodarse las zapatillas.

Con casi diecinueve años, Margarita llegó a trabajar a los Viñedos Santa Marta y desde el primer día mostró que era una joven hacendosa y muy eficiente.

Aprendió antes que muchos los protocolos de la empresa y pasó de ser una simple recolectora de uvas a la secretaria del Jefe de Viñedo y, en menos de dos años, terminó convirtiéndose en la asistente del Gerente de Producción, puesto que cuidó como hueso santo hasta ese día.

En ese momento, Margarita esperaba y con muchas ansias, ocupar el puesto que su jefe dejaba libre para ella.

El actual Gerente de Producción jubilaba con más de sesenta años y en su última promesa estaba la recomendación que ella tanto necesitaba. La recomendaría como su sucesora y ella, claro estaba, confiaba ciegamente en su palabra.

En ese momento, Margarita Ossandón era la más adecuada para el puesto. Conocía todas las rutinas laborales de memoria y, lo mejor de todo era que, todos en el mundo del vino y los viñedos la conocían y la apreciaban como tal.

Las amigas viajaron en taxi hasta el viñedo e ingresaron a la estructura por la parte trasera, intentando mantener un bajo perfil.

Margarita pensó muchísimo en el ascenso, tanto que, en los últimos días apenas conseguía dormir y comer.

No quería que se le subieran los humos a la cabeza y para recordar bien quién era, llevaba en el bolso una fotografía de ella usando un vestido viejo que había deslucido en sus primeras vendimias.

—Hola, Margarita y Paula —saludaron las señoras de la limpieza y les sonrieron con dulzura.

Ellas agitaron la mano para saludar y se acercaron a uno de los espejos que envolvían los muros. Margarita se retocó el labial rosa que usaba y Paula escondió su cabello bajo una de las gorras especiales, preparándose para recibir el sol de la mañana.

Los caminos de las amigas se separaron cuando llegaron a la primera planta del viñedo. Paula salió al campo abierto y Margarita usó el elevador para llegar al tercer piso de esa estructura en la que trabajaba.

Sonrió alegre cuando una pareja desconocida se acercó al elevador y ella tuvo la amabilidad para detenerlo.

—Buenos días —saludaron los tres al unísono.

A Margarita se le fue la mirada hasta el hombre desconocido que se acomodó frente a ella en el elevador en el que viajaban y sonrió discreta para no verse tan coqueta y fácil.

Fue un encuentro de miradas breve, algo que para ella no significó nada. Llegaron al piso tres en cosa de segundos y caminaron dispersos por la amplitud de la Gerencia.

—Tenemos reunión, Margarita —dijo la secretaria del Gerente General y ella sonrió satisfecha.

Esas eran las palabras que tanto soñaba con escuchar y caminó con paso bailarín hasta el otro extremo del amplio piso.

—¡Gracias! —respondió después y se acercó a la oficina de su jefe con grandes ojos.

Dejó su bolso en la meas de la entrada y la acarició con la punta de los dedos, tocándola por última vez antes de que fuera removida a un cargo mejor, un puesto que ella sí merecía.

—¡Bienvenido, que alegría! —gritó la Gerente de Calidad, la esposa del Gerente General y corrió a saludar al desconocido hombre que había viajado con ella en el elevador.  

Margarita observó todo desde la distancia, desde la oscuridad de su oficina y analizó sus actitudes cariñosas en silencio.

La calidez de los abrazos que se dedicaban sus jefes y los desconocidos recién llegados le dejó un trago amargo, pero lo ignoró para continuar con ese día que pintaba mejor que ningún otro.

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