Lucca se rio al ver a la joven desconocida teniendo sexo en la mitad del salón y detalló todo el lugar con grandes ojos.—¡Marga! —gritó July, su amiga, ofendida y se cubrió el pecho con el brazo.—¡Por Dios, July! —regañó Margarita y entró al departamento para tirarle una toalla para que se cubrieran—. ¡Son asquerosos! —Les gritó escandalizada y Lucca aprovechó del momento para entrar y disfrutar de la escena—. ¡Les dije que se fueran a un motel! —reclamó rabiosa—. Me dejan el sofá lleno de críos muertos —molestó y se cruzó de brazos ante ellos, quienes le miraron con la misma actitud que ella enseñaba—. ¿Qué están esperando? —preguntó con rabia—. Vístanse y váyanse a trabajar.Extendió el brazo para apuntar la puerta, exigiéndoles que se fueran y golpeteó su zapato enlodado en el suelo, causando un incómodo sonido que hizo que el momento fuera más tenso.—No tienes vergüenza, Marga —protestó July y se bajó del cuerpo del chino para enfrentarse a su amiga. Se subió el top deportivo s
Lucca y Margarita viajaron de regreso a la empresa.Por alguna extraña razón, ella se sentía victoriosa. Miraba al hombre a su lado con grandes ojos y con una burlesca sonrisa dibujada entre sus labios.Por algunos segundos creyó sentirse ridícula mirándolo así, pero no podía evitar adelantarse a los hechos y lo imaginaba gruñendo en el baño, pedorreándose encima y llorando por el dolor de tripas que iba a sentir cuando los laxantes le dominaran por completo.—¿Por qué está tan feliz, Margarita? —preguntó Lucca y de reojo la miró.Él no podía negar que le gustaba la ropa normal que usaba. Nada era ajustado ni escotado. Las curvas que la bendecían se le disimulaban bajo la blusa holgada que había elegido para combinar con unos pantalones de tela azul. Calzaba zapatos cerrados y bajos, nada exagerado que la pusiera en peligro.Se veía simple y a él le gustaba la simpleza, solo que lo había olvidado con los años.—Cuando como me pongo feliz —mintió sonriente y volteó en su asiento para d
Algunas decían que debían encender inciensos para liberar las cargas negativas de la oficina y las más viejas decían que llevarían ruda para poner en las puertas. Por otro lado, el argentino de Recursos humanos hablaba del asado del fin de semana y que tendría que ser suspendido por el delicado estado de salud del nuevo jefe.Margarita caminó entremedio de sus compañeras y se acercó al baño de mujeres con preocupación para intentar comprender mejor lo que estaba sucediendo.—Margarita, ven… —llamó el Gerente General. Ella se acercó con timidez y temor—. ¿Llamó a una ambulancia? —preguntó el hombre. Tenía los ojos llorosos. Ella asintió con los labios apretados—. Muchas gracias.—¿Todo está bien? —preguntó ella y la culpa le vino encima al ver a sus jefes tan afectados—. ¿Lucca está bien?El hombre suspiró angustiado y se tocó la frente con los ojos cerrados, intentando sentirse mejor después de lo ocurrido.—Lucca sufre de diabetes tipo uno y no se puede deshi… —intentó explicar, pero
Se levantó a duras penas del suelo, un poco mareada por la intensidad del golpe y se sentó en una de las sillas junto a la camilla. Solo allí se pudo ver los dedos ensangrentados y corrió al cuarto de baño privado que la habitación disponía.—Ay, no —sollozó frente al espejo, mirándose la cara.No sabía que el golpe había sido tan fuerte.Tenía la nariz y los sabios con sangre y se espantó en cuanto se vio. Abrió el grifo de agua fría y se lavó a toda prisa, aun cuando la quemazón que sentía era horrible y se percató del feo dolor que se acentuaba en el puente de su nariz y bajo sus ojos.Margarita tenía una cara delicada. Sus facciones resultaban realmente femeninas en comparación a las chicas del pueblo en el que había crecido. Pero, en ese momento, sus lindas facciones habían quedado ocultas detrás del golpe —accidental— que Lucca le había propinado en el centro de la nariz, golpe que había repercutido bajo sus ojos, dejando pintitas rojas que, de seguro, no tardarían en poner mora
Por más que quiso arrugar el ceño, no pudo, tenía un feo dolor que le impedía incluso mover las cejas.El hombre estaba paralizado y le miraba con horror.—No fuiste al trabajo y me preocupé —dijo él, un tanto consternado por el golpe que tenía en la cara—. ¿Quién…? —Intentó preguntar, pero estaba sorprendido por lo que veía.—¿Quién me golpeó? —preguntó ella y se cruzó de brazos para recostarse en el marco de la puerta—. Usted. —Le miró con gracia. Él se tocó el pecho con una mano y le miró con grandes ojos—. Me metió su zapato hasta la garganta y me comí toda la tierra de su suela.—Dios mío, Margarita. Lo siento muchísimo —respondió él sintiéndose terrible con lo que veía.—Sí —respondió divertida, pero luego agregó—: no se preocupe, la verdad es que me lo merecía. —Lucca le miró confundido—. La verdad es que yo lo intuía —corrigió con las mejillas rojas y se metió al departamento, dejándole el paso libre a él.El hombre no dudó en entrar y cerrar la puerta tras él.—Estaba preocup
El café al menos la revitalizó un poco y pudo abandonar su desastroso cuarto cuando creyó estar lista para ir al trabajo.Apenas se pudo poner máscara de pestañas y sombra de ojos, así que, con una esponja suave se aplicó base sobre las marcas que el golpe había dejado en su piel y trató de disimular los cardenales lo mejor que pudo.Lucca viajaba otra vez solo en su coche moderno. Abrió la puerta para ella y la ayudó a subir sin que hiciera mucho esfuerzo.Viajaron juntos y en silencio, sintiéndose incómodos uno al lado del otro.Por un lado, él buscaba otra vez sentirse parte de algo, tal vez no de una relación romántica, pero sí de una amistad que no pusiera interés sobre su apellido o su adinerada familia, sino que lo valorara por la clase de persona que él era.Y, por otro lado, ella se sentía totalmente culpable y sabía que el golpe que llevaba en la cara, era solo el resultado del “kalma”, ese que le había cobrado por adelantado, golpe que iba a lucir sin vergüenza, pues sabía q
Lucca los miró a los dos con atención y se sintió incómodo por la forma en que el argentino le hablaba a la muchacha, con tanta confianza que, por algunos instantes creyó que tenían algo más.—Ya me voy —dijo el argentino y abrió la puerta a toda prisa para arrancar—. Buenas tardes —se despidió tan incómodo como Lucca.Lucca le miró desaparecer hacia su oficina con prisa y luego su mirada se clavó en ella.Margarita estaba tan confundida que no le había quitado los ojos de encima ni un solo segundo.Cuando sus miradas se encontraron, Margarita bajó los ojos y hundió su mirada en el piso. No quería mirarlo a la cara. Tenía miedo. Estaba casi segura de que el hombre había oído todo lo que el argentino había dicho.—¿Caldito Maggie? —preguntó Lucca con cierto sarcasmo y ella se ruborizó—. ¿Qué es eso? —investigó dejando entrever en demasía los celos que le provocaba esa interacción cariñosa de apodos y risas.—Solo es un apodo —musitó ella sin saber qué decir.El hombre rodeó su escritor
A Margarita cada día se le hizo más difícil, peor con la presión de Américo, el argentino odioso que no estaba dispuesto a ceder y que insistía cada día para conseguir lo que él quería.Ese día, Margarita se sintió más confundida. Era viernes y cada vez estaba más cerca del almuerzo familiar al que había sido invitada.Corrección: obligada a asistir.Los viernes, la joven nunca iba a almorzar puesto que, en las noches, salía con sus amigas a cenar y de fiesta, así que acumuló las ganas de comer para la noche.Además, tenía mucho trabajo pendiente y no quería quedarse horas extras allí; quería salir temprano e irse de compras.Necesitaba un lindo vestido veraniego para la comida del domingo. Algo blanco, algo llamativo.Margarita se escondió en el baño cuando su jefe se despidió de ella antes de irse a almorzar.Le había dejado un suave beso en la mejilla y un delicado toque en la cintura, algo que le había causado dos cosas realmente confusas.Se mojó con agua fría la nuca y respiró p