Por más que quiso arrugar el ceño, no pudo, tenía un feo dolor que le impedía incluso mover las cejas.El hombre estaba paralizado y le miraba con horror.—No fuiste al trabajo y me preocupé —dijo él, un tanto consternado por el golpe que tenía en la cara—. ¿Quién…? —Intentó preguntar, pero estaba sorprendido por lo que veía.—¿Quién me golpeó? —preguntó ella y se cruzó de brazos para recostarse en el marco de la puerta—. Usted. —Le miró con gracia. Él se tocó el pecho con una mano y le miró con grandes ojos—. Me metió su zapato hasta la garganta y me comí toda la tierra de su suela.—Dios mío, Margarita. Lo siento muchísimo —respondió él sintiéndose terrible con lo que veía.—Sí —respondió divertida, pero luego agregó—: no se preocupe, la verdad es que me lo merecía. —Lucca le miró confundido—. La verdad es que yo lo intuía —corrigió con las mejillas rojas y se metió al departamento, dejándole el paso libre a él.El hombre no dudó en entrar y cerrar la puerta tras él.—Estaba preocup
El café al menos la revitalizó un poco y pudo abandonar su desastroso cuarto cuando creyó estar lista para ir al trabajo.Apenas se pudo poner máscara de pestañas y sombra de ojos, así que, con una esponja suave se aplicó base sobre las marcas que el golpe había dejado en su piel y trató de disimular los cardenales lo mejor que pudo.Lucca viajaba otra vez solo en su coche moderno. Abrió la puerta para ella y la ayudó a subir sin que hiciera mucho esfuerzo.Viajaron juntos y en silencio, sintiéndose incómodos uno al lado del otro.Por un lado, él buscaba otra vez sentirse parte de algo, tal vez no de una relación romántica, pero sí de una amistad que no pusiera interés sobre su apellido o su adinerada familia, sino que lo valorara por la clase de persona que él era.Y, por otro lado, ella se sentía totalmente culpable y sabía que el golpe que llevaba en la cara, era solo el resultado del “kalma”, ese que le había cobrado por adelantado, golpe que iba a lucir sin vergüenza, pues sabía q
Lucca los miró a los dos con atención y se sintió incómodo por la forma en que el argentino le hablaba a la muchacha, con tanta confianza que, por algunos instantes creyó que tenían algo más.—Ya me voy —dijo el argentino y abrió la puerta a toda prisa para arrancar—. Buenas tardes —se despidió tan incómodo como Lucca.Lucca le miró desaparecer hacia su oficina con prisa y luego su mirada se clavó en ella.Margarita estaba tan confundida que no le había quitado los ojos de encima ni un solo segundo.Cuando sus miradas se encontraron, Margarita bajó los ojos y hundió su mirada en el piso. No quería mirarlo a la cara. Tenía miedo. Estaba casi segura de que el hombre había oído todo lo que el argentino había dicho.—¿Caldito Maggie? —preguntó Lucca con cierto sarcasmo y ella se ruborizó—. ¿Qué es eso? —investigó dejando entrever en demasía los celos que le provocaba esa interacción cariñosa de apodos y risas.—Solo es un apodo —musitó ella sin saber qué decir.El hombre rodeó su escritor
A Margarita cada día se le hizo más difícil, peor con la presión de Américo, el argentino odioso que no estaba dispuesto a ceder y que insistía cada día para conseguir lo que él quería.Ese día, Margarita se sintió más confundida. Era viernes y cada vez estaba más cerca del almuerzo familiar al que había sido invitada.Corrección: obligada a asistir.Los viernes, la joven nunca iba a almorzar puesto que, en las noches, salía con sus amigas a cenar y de fiesta, así que acumuló las ganas de comer para la noche.Además, tenía mucho trabajo pendiente y no quería quedarse horas extras allí; quería salir temprano e irse de compras.Necesitaba un lindo vestido veraniego para la comida del domingo. Algo blanco, algo llamativo.Margarita se escondió en el baño cuando su jefe se despidió de ella antes de irse a almorzar.Le había dejado un suave beso en la mejilla y un delicado toque en la cintura, algo que le había causado dos cosas realmente confusas.Se mojó con agua fría la nuca y respiró p
Cuando Margarita vio a su jefe desmayado, se puso pálida y temió lo peor.—¡Lucca! —exclamó espantada y corrió para socorrerlo—. ¿Está bien? —preguntó nerviosa tocándole las manos.Nunca había visto a un hombre en aquellas condiciones. Él negó y estiró la mano con dificultad para señalar su escritorio.—Agua —susurró él con la garganta seca.—¿Qué? —preguntó ella, temblando completa.—Agua —repitió él con dificultad.Ella se levantó a tropezones para servirle un vaso con agua desde el dispensador.Corrió para llevárselo y, aunque trató de ofrecérselo para que él lo recibiera, no hubo caso y Margarita terminó poniéndolo en sus labios para que el pobre debilitado de Lucca bebiera.Le sostuvo la nuca con una mano y le ayudó a beber, complicada por volver a tocarlo.Tenía un cabello sedoso y un aroma muy particular. Intentó no sentirse tan mareada como él y trató de mantener el control.—¿Ya se siente mejor? —preguntó con ese sentimiento de culpa que no la dejaba sosegarse.—No —ronroneó
Margarita se subió a un bus de recorrido largo y viajó amargada en la parte trasera; miró por la ventana durante todo el trayecto y maldijo entre dientes atrayendo la atención de los pasajeros, esos que la observaban con curiosidad.Se bajó antes de la parada que le correspondía. Quería caminar y pensar. Estaba tan congestionada emocionalmente en ese momento que, tenía los ojos vidriosos y deseaba llorar y no parar.Se metió en un centro comercial y se compró un helado de chocolate con chips de chocolate y con una gruesa cobertura de chocolate.Se lo comió sin culpa, soltando suspiros doloridos que le subían por la garganta.Estaba segura de que nunca había sido humillada ni tratada de una forma tan grotesca y le dolían los hechos.Recordar la voz de la madre de Lucca, pidiéndole que se marchara y la odiosa voz del argentino burlándose de sus desgracias, solo empeoraba las cosas.Caminó por fuera del edificio en el que residía, pero fue cobarde y no quiso entrar.Tenía claro que, Paul
Se escondió en el baño para darse una ducha de agua fría y luego se encerró en su habitación privada para llorar producto de la vergüenza que sentía.Si el Che la había visto arrodillada frente a Lucca y metida entre sus piernas, significaba que el lunes todos iban a pensar que era una lame bolas, y no en un buen sentido, sino, en el sentido pervertido.Pasó dos horas eligiéndose un atuendo adecuado para irse de fiesta y prefirió un atrevido vestido ajustado que iba muy bien con su estado de ánimo.Se maquilló, se alisó el cabello rubio y salió de su dormitorio, lista para ahogarse en alcohol y borrar toda la semana. Empezar de cero y con el pie derecho.—Estoy lista —dijo la salir de su cuarto.—Bien, Marga, ya era hora —bromeó Paula poniendo los ojos en blanco y cerró la persiana de la sala para agarrar sus pertenencias y abandonar el departamento.Ella también vestía un atuendo seductor. Una minifalda ajustada y un top liso que acentuaba su linda cintura.July siempre se asesaba y
—Margarita… —susurró el adormilado hombre al otro lado de la pantalla.Ella escuchó su voz ronca y entendió que era real. No era un sueño erótico ni una alucinación por beber tanto.No le dio tiempo de hablar, ni de pensar y finalizó la llamada de forma insistente.Presionó tantas veces la tecla para terminar el video llamado que el teléfono se le cayó de las manos y tuvo que gatear por la alfombra, desnuda, para buscar su móvil y desactivarlo antes de que el hombre le regresara la llamada o se atreviera siquiera a escribirle.La borrachera se le espantó en ese momento, cuando entendió lo que había hecho y se sentó en la cama a mirar el teléfono con culpa.Tenía tanta vergüenza que no podía pensar en otra cosa que no fuera en el orgasmo que había sentido mirando una estúpida foto inmóvil.Como sus amigas se habían metido a la cama para dormir después de bailar por casi cuatro horas, se fugó hasta el cuarto de baño que las tres compartían y se hundió en la bañera por algunos minutos, c