Cambio de planes

Todos se reunieron en la sala de juntas y tras cerras las puertas, el Gerente General, el Señor Valentini, tomó la palabra y entregó un discurso motivador referente a las ventas bajas del último mes.

Sabía que pasaban por una mala racha, pero que todo mejoraría dentro de poco.

—Vamos a comenzar un nuevo ciclo en pocos meses y queremos lanzar nuevos productos que impacten el mercado.

El Gerente se levantó de su puesto y se movió con calma detrás de ella. Margarita pensó que tocaría sus hombros para presentarla ante todos, pero las cosas dieron un giro muy brutal a su parecer.

»Pascual ha jubilado, como ya saben y nos ha dejado grandes enseñanzas.

La joven tembló cuando el Gerente General puso su mano en su hombro izquierdo y ella le miró con los ojos brillantes desde su puesto.

»Sé que muchos vamos a extrañarlo —dijo y ella asintió ansiosa. Casi podía adelantarse a sus palabras—. Su puesto será ocupado por alguien más joven; alguien que promete entregarle frescura a su trabajo —explicó con seguridad y Margarita miró a sus compañeros con una impaciente sonrisa en sus labios.

El corazón le latía a toda prisa dentro del pecho y estaba segura de que dentro de poco empezaría a hiperventilar producto de la emoción que la embargaba.

»Llegó esta madrugada, no ha dormido nada y aun así nos acompañará durante todo el día —dijo y, si bien, Margarita escuchó algo que no era correcto y que tampoco era capaz de entender, se puso de pie para celebrar una victoria ajena—. ¡Démosle la bienvenida al nuevo Gerente de Producción, Lucca Valentini, mi querido hijo!

Margarita no escuchó a tiempo la presentación del Gerente General y, cegada por aquello que tanto había soñado y anhelado, exclamó un alegre:

—¡Gracias!

Todos sus compañeros presentes se largaron a reír y no pudieron ocultar la vergüenza ajena que sentían.

A Margarita se le lleno la cara de colores rojos y encogimiento y se sentó en la silla con las piernas temblorosas y la mirada fija en la mesa de madera.

Un vacío doloroso se le metió dentro del pecho y disimuló una actitud tonta para mostrarles a los demás que todo era parte de un juego, una mala broma, acorde, el famoso y privilegiado Lucca Valentini saludaba a todas las mujeres calenturientas que asistían a aquella reunión.  

A la pobre Margarita se le llenaron los ojos de lágrimas y se tuvo que tragar todo cuando el hombre llegó ante ella, listo para estrechar su mano y conocer su nombre.

El hombre traía una actitud victoriosa que ella jamás habría mostrado y se reía con una mueca que a ella le pareció una monería de burla más que de alegría.

—Soy Lucca,  mucho gusto —dijo el hombre.

Margarita no alcanzó a abrir la boca para presentarse. La madre del hombre interfirió antes de que ella le insultara, le escupiera y le dramatizara una de las mejores escenas de celos y de rabia que había actuado nunca.

—Hijo, ella es Margarita y era la antigua asistente de Pascual —dijo la mujer. La joven asistente le miró con rabia—. Puedes tomar su cargo como asistente o moverla a otro puesto. 

—¡¿Qué?! —escupió ella y temió lo peor.

¡Fantástico! Chilló por dentro con los dientes apretados; ahora, el famoso Lucca no solo le quitaba el puesto que tanto merecía, sino que también era quien debía decidir sobre su condenado futuro.

Sus ojos volvieron a la cara de Lucca, quien la detallaba con una masculina sonrisa. Los ojos celestes que tenía eran la perdición y la actitud arrogante con la que cargaba su nuevo tormento.

—Me gustaría que fuera mi asistente, claro, si ella no tiene inconveniente —respondió él y le sonrió otra vez a Margarita, a la espera de que dijera algo.

A Margarita le molestó su sonrisa socarrona. Se moría de ganas por ponerle un puñetazo en la nariz perfecta que tenía y quebrársela por la fuerza de su golpe.

—Ni muerta —cuchicheó ella y todos le miraron con grandes ojos—. Que sería un honor ser tu asistente —corrigió después con la voz temblorosa, cuando el Gerente General la miró con el ceño rugoso.

Los presentes se miraron entre sí, confundidos con su sarcasmo y cuchichearon a sus espaldas.

—Gracias, Margarita —respondió Lucca con amabilidad, un tanto liado por su actitud cortante y le ofreció su mano para saludarla.

Ella miró su gesto con los labios fruncidos y no pudo tocarlo.

Salió marchando por la puerta a toda prisa, picando con fuerza los tacones contra el suelo de madera, bajo la mirada de todos y acompañada por las risotadas de sus compañeros.

—Ja, ja —burló ella, con los ojos llenos de lágrimas—. El que ríe último ríe mejor —gruñó entre dientes.

Se encerró en el cuarto de baño para ahogar un grito antes de mojarse la cara y quitarse la rabia y la frustración que sentía.

El maquillaje delicado que se había aplicado en la mañana se le escurrió por las mejillas y el labial rosa se le distorsionó por el labio superior y el mentón.

Se miró al espejo con pena y vio a un mapache con bigote.

»Ya veremos quién ríe mejor —dijo con seguridad, mirándose al espejo con los ojos grandes, admirando su peor imagen. Jadeó con rabia cuando recordó su mirada azul, su nariz perfecta y su sonrisa triunfadora—. ¡Maldito, cabrón, Lucca! ¡Maldito, maldito, maldito! —chilló histérica, golpeando el lavamanos de cerámica blanca y se mojó otra vez la cara para bajar la intensidad de su rabia—. Sí —dijo otra vez, más calma y loca que antes—. Ya veremos quién ríe mejor.

Y se rio con una enloquecida carcajada que asustó a los que la escuchaban desde el exterior y abrió la puerta para regresar a la reunión como si nada hubiese sucedido.

Los curiosos que oían tras la puerta se espantaron en cuanto la vieron aparecer y, por suerte, Paula estuvo allí para detenerla antes de que terminara de estropearlo todo.

O asesinara al que acababa de usurpar su lugar.

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