Top cinco

Cuando salió del elevador, no se fue a la bodega de archivo como debía y abandonó la estructura sólida para entrar al campo y corrió por el viñedo con el ajustado vestido que había elegido para ese día tan importante.

Corrió como si nada en búsqueda de Paula.

Como llevaba vestido ajustado y escotado, las tetas llamativas que había heredado de su madre se le marcaron por el vestido y se le salieron ligeramente por el borde, mostrando más piel de la que debía.

Los hombres que trabajaban las tierras se levantaron y detuvieron toda labor para mirarla.

Los senos se le sacudían de arriba abajo con cada golpe y los trabajadores, esos que pasaban larga horas bajo el sol, no tardaron en escandalizarse al verla tan provocativa.

—¡Paula! —gritó ella y es que el viñedo estaba repleto de empleados.

Todos silbaban alegres y se mostraban emocionados por su visita tan seductora.

Desde el edificio, Lucca escuchó el escándalo en el exterior y abrió la ventana para entender mejor lo que estaba sucediendo.

El italiano detalló a su nueva secretaria correr por el campo con las tetas al aire y se ahogó con la risa que ella le causó.

Finalizó la llamada con su madre para tomar una mejor vista de lo que estaba ocurriendo y desde el silencio de su oficina, se imaginó lo que la mujer estaba haciendo metida entre los viñedos, cuando en verdad, él la había enviado a por los archivos de años pasados.

A Margarita le costó encontrar a Paula. Todos vestían igual y se le dificultaba más identificarla entre tantas personas.

Ropa blanca, gorras largas que envolvían casi todo su rostro y cuello y guantes de trabajo. Eso fue todo lo que vio.

Caminó con torpeza un par de pasos. Los tacones se le hundían en la tierra y el sol de media mañana no tardó en ponerla a sudar.

—¿A quién buscas, Caldo Maggie? —preguntó uno de los encargados del control de riego y se levantó del suelo para mirarla con mayor descaro.

Le clavó la mirada en la hendidura apretada que se formaba entre sus senos y sonrió culposo cuando ella le miró con hastío.

—A Paula. ¿La has visto? —respondió cabreada y no tuvo que buscar más ayuda cuando su amiga apareció entre las uvas.

Paula caminó entre todos los hombres que respondían ante ella y se aproximó hasta donde Margarita se hallaba. Tenía la nariz blanca por todo el protector solar que solía aplicarse y una botella de agua en la mano.

—Este no es lugar para una señorita —bromeó Paula y se enganchó de su brazo para caminar a su lado y alejarla de todos los pervertidos que las miraban.

—Ay, vamos —respondió ella—. Estuve muchos años aquí —dijo, mirando el fresco ambiente por el que caminaban—. A veces extraño el sol o las lluvias repentinas —recordó y suspiró mirando su entorno.

A veces no entendía porque había cambiado los viñedos por una oficina insípida que solo le había causado desilusiones.

—¿Y qué te trae a mi humilde viñedo? —preguntó Paula y las dos se rieron nerviosas. Margarita se detuvo ante ella con muecas de tristeza y le ofreció un sollozo falso, lista para pedirle un favor más grande que China, pero Paula la conocía tan bien que se adelantó a sus palabras—. No, no, ni se te ocurra —dijo escandalizada y caminó lejos de ella para evitarla.

—Solo una cita —le dijo y corrió con dificultad detrás de ella—. Estoy segura de que caerá de rodilla con tus encantos —indicó, mirándola de pies a cabeza.

Paula se rio.

—¿Y después qué? —Le preguntó enojada—. Después de que le caliento la sopa, me lo como con papas fritas y hago que se enamore de mí, ¿me lo llevo a Italia y tú eres feliz siendo la m*****a Gerente de Producción? —preguntó con rabia.

Margarita hizo una fea mueca, pero muy divertida y asintió con la cabeza, mostrándole los dientes con una sonrisa falsa.

—Sí —reveló y se oyó egoísta—. ¡Ay, solo quiero que se vaya! —suspiró—. El Che dijo que era enamoradizo y que si consigue otra jovencita que le caliente el manjar, se va a ir. Por fa, hazme el favor —rogó.

Paula negó pensativa y suspiró cansada. La verdad era que le fastidiaba la obsesión que Margarita mostraba hacia ese cargo. No la entendía y a veces era incapaz de comprender cómo su amiga no podía ver lo increíble que era, aun siendo una simple secretaria.

Y que no necesitaba ese estúpido puesto para sentirse maravillosa. Porque ya lo era.

—Mira, es muy guapo y parece tener unos músculos grandes debajo de la ropa —murmuró Paula con voz calenturienta.

—¿Solo músculos? —preguntó Margarita, cayendo en su juego y se rieron las dos, coquetas y divertidas.

—Bueno, los italianos no están en mi top cinco de penes grandes, pero a él se le nota el paquete.

Las mujeres se rieron tan fuerte que sus carcajadas hicieron eco por el lugar y atrajeron unas cuantas miradas.  

Margarita gritó asustada cuando se encontró cara a cara con su jefe. Él las observaba a las dos con las cejas en alto y, el maldito encanto que poseía era diez veces peor debajo de la poderosa luz del sol, la que le favorecía en todos los sentidos.

—Lamento mucho saber que los penes italianos no están en su top, señorita Soto —dijo él cuando las dos mujeres le miraron con espanto—. Por favor, regrese a sus labores —pidió amable.

Margarita pensó que se desmayaba.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo