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El sol se filtraba perezoso por los ventanales del invernadero, tiñendo de oro las hojas verdes y el cristal empañado. Lilia había estado acompañando a Anya durante esos días y caminaba descalza, con una taza de té entre las manos, en busca de un momento de calma antes de que comenzara otro día. El embarazo la tenía más sensible, más alerta… y últimamente, más sola. Nikolai ya había regresado de altamar, pero se había vuelto una sombra intensa, protectora hasta la asfixia. Mucho más que antes.Pasó por el pasillo junto al ala oeste, donde los pisos resonaban a pesar de sus pasos suaves. Iba a doblar hacia la escalera cuando escuchó una voz baja, una risa apagada.Se detuvo.Entreabrió la puerta que daba al vestíbulo trasero, ese que casi nadie usaba salvo para escabullirse a escondidas.Allí, de espaldas a ella, estaba Leonard.Y Anya.Demasiado cerca. Sus rostros casi se tocaban. Él le hablaba en voz baja, con una suavidad que no usaba con nadie más. Le acariciaba un mechón suelto de
—Te pedí que bailaras para ellos, Lilia, no que tomes decisiones por tu cuenta —el jefe del club, Valentín, golpeó la mesa con fuerza, sus ojos oscuros reflejaron su impaciencia.El club vibraba con el estruendo del jazz desafinado. La atmósfera cargada de humo hacía juego con las miradas codiciosas de los hombres que llenaban el lugar. Todo en aquel lugar gritaba peligro, y Lilia lo sabía. Pero seguir allí era un mal necesario.—No soy un objeto, Valentín. No voy a bailar para un grupo de desconocidos solo porque tú quieras mantenerlos contentos. Ya hago suficiente —replicó ella, con voz firme, aunque sus manos temblaban de furia contenida. Había lidiado con hombres como él toda su vida; hombres que confundían su fuerza con una invitación para doblegarla —¿O prefieres que termine como mi hermana? Esos hombres son peligrosos, son mafiosos y en cualquier momento los matarán. Sofía entró en ese mundo y ahora está en la cárcel por culpa del maldito de Aleksei, quien ahora también me está
El auto vibraba alrededor de ellos. El miedo le cortaba la respiración, pero entre sus piernas, un calor traicionero empezaba a extenderse. No. No. No. Se lo repetía como un mantra, pero su cuerpo respondía de otra manera. —¿Quién eres? —dijo con la voz entrecortada. Nikolai detuvo el movimiento del arma. Sonrió. Era una sonrisa de lobo que había visto demasiadas presas desangrarse.—¿En serio? ¿Ahora preguntas? —Su mano libre le agarró la cara, los dedos se hundieron en sus mejillas—. Soy el hombre que te va a enseñar lo que vale ese cuerpecito.Ella intentó escupirle, pero solo consiguió humedecerle los dedos. Nikolai se los llevó a la boca, los chupó lentamente, sin perderla de vista.—Pero si necesitas un nombre… —Se inclinó, rozando sus labios contra la oreja de ella—: Nikolai Volkov. Dueño de este auto, de esta noche… y dentro de poco el dueño de todo tu ser.Lilia sintió el pánico y algo más—una curiosidad enferma que la hizo preguntarse cómo sería esa boca en otros lugares.—
Días después…Nikolai había acordado reunirse con Aleksei. Había escogido el lugar: un almacén abandonado, lejos de las miradas curiosas y empapado con el aire de peligro que le convenía a la ocasión. Las paredes desgastadas y el eco de cada paso daban a la reunión un aura de tensión que era casi palpable. Lilia lo seguía de cerca, obligada por los hombres de Nikolai, quien no parecía dispuesto a dejarla escapar de su control. Ella había jurado no mostrar miedo, pero cada movimiento de la noche la estaba poniendo a prueba.—¿Por qué debo estar aquí? —exigió saber, con la voz firme pero la mirada nerviosa moviéndose entre las sombras del lugar.Nikolai no la miró, pero su tono fue inamovible. —Es mejor que veas por ti misma cómo funcionan estas cosas. Así, la próxima vez pensarás dos veces antes de desafiarme. Antes de que pudiera replicar, las enormes puertas metálicas se abrieron con un chirrido y un grupo de hombres entró en formación meticulosa. En el centro, Aleksei Romanov avanz
Aleksei observó la escena con los labios apretados, sus ojos moviéndose entre Nikolai y Lilia. Finalmente, dio un paso atrás, mirando a Nikolai con furia contenida. —Esto no ha terminado, Volkov. Te arrepentirás de esta decisión.Sin más, giró sobre sus talones y salió del almacén con sus hombres siguiéndolo de cerca. El eco de sus pasos se desvaneció poco a poco, dejando a Nikolai y Lilia solos en el almacén vacío.El corazón de Lilia latía con fuerza, pero trató de mantener la compostura cuando Nikolai se giró para mirarla. Él no dijo nada. Era como si estuviera estudiándola, buscando algo que aún no entendía.—Esto no cambia nada —dijo ella, finalmente rompiendo el silencio. —No necesito tu protección. Nikolai esbozó una sonrisa fugaz, más peligrosa que tranquilizadora. —Lo que necesites ya no importa, Lilia. Ahora estás conmigo, y mientras sea así, nadie te tocará. Pero recuerda esto: si intentas huir, Aleksei no será el único problema que tendrás que enfrentar. Te perseguiré ha
Esa noche, la frustración en su interior la llevó al único pensamiento desesperado y loco: escapar. ¿En qué estaba pensando cuando aceptó ese contrato? No tenía sentido, ella no podía estar con un mafioso, era peligroso… Cerró los ojos contrariada. Debía hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados esperando un milagro.Esperó a que se hiciera muy tarde en la noche, cuando la mayoría de los guardias y la servidumbre no estaba muy al pendiente. Miró su reloj y este marcaba la una de la mañana. La mansión estaba en silencio.Pero el silencio de la mansión era una mentira. Lilia lo sabía. Cada sombra podía esconder un guardia, cada crujido del piso podía delatarla. Pero la desesperación nublaba su juicio. Tenía que intentarlo.Se deslizó como un fantasma entre los pasillos, los dedos temblorosos buscando los pestillos de las ventanas. Uno. Dos. Tres. Todas selladas.—Maldita sea— masculló, clavándose las uñas en las palmas.Hasta que encontró una que cedió y se abrió. El jardín la lla
Nerviosa por ser descubierta, Lilia arrojó la foto sobre el escritorio y salió del despacho de Nikolai como si el diablo mismo la persiguiera. Ya luego pensaría en lo de la foto. Sus pasos resonaron en el pasillo, rápidos, torpes, como si pisara brasas. Una hora le había espetado él para estar bañada y vestida.Vistió el camisón de seda negra que alguien ¿él? había dejado sobre la cama. Demasiado suave. Demasiado… revelador.—¿Qué carajos pretende? ¿Qué me presente como un regalo? —murmuró, ajustándose la tela con torpeza.El reloj seguía avanzando. Faltaban diez minutos.El pánico le cerró la garganta.—No. No esta noche. Ni en mil noches.Actuó rápido: cerró el pestillo de la puerta y, con un esfuerzo que le arrancó un jadeo, arrastró el pesado tocador hasta bloquear la entrada.—Toma eso, maldito controlador.Los pasos llegaron puntuales.—Lilia. —La voz de Nikolai traspasó la madera, demasiado calmada para ser buena señal.—¡Estoy durmiendo! —improvisó, pegando la espalda a la pare
Lilia intentó hablar, pero él ya se movía, arrastrándola consigo. Sus dedos se cerraron como grilletes alrededor de su muñeca.—¿Adónde…?—A casa —cortó él, sin mirarla—. Antes de que decida que prefiero quedarme y matar a alguien.La sacó de la fiesta entre murmullos, cruzando el salón como un huracán de traje negro. Los invitados se apartaban. Todos menos uno.Viktor, el hombre con quien Lilia había conversado antes bloqueó su camino con una sonrisa diplomática.—Volkov, ¿te vas? La noche se ha vuelto peligrosa…—Mueve tus pies o los pierdes —Nikolai no redujo la velocidad. Viktor palideció y cedió.Nikolai Volkov era un hombre al que se temía, y su estado de ánimo en ese momento no invitaba a desafíos.—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, tratando de mantener la compostura mientras lo seguía con pasos apresurados. Sentía la tensión en su agarre, la energía contenida en su cuerpo como una tormenta a punto de desatarse.Él no respondió. Siguió avanzando hasta llegar a la gran escalera