Nikolai había escogido el lugar con cuidado. Un almacén abandonado, lejos de las miradas curiosas y empapado con el aire de peligro que le convenía a la ocasión. Las paredes desgastadas y el eco de cada paso daban a la reunión un aura de tensión que era casi palpable. Lilia lo seguía de cerca, obligada por los hombres de Nikolai, quien no parecía dispuesto a dejarla escapar de su control. Ella había jurado no mostrar miedo, pero cada movimiento de la noche la estaba poniendo a prueba.
—¿Por qué debo estar aquí? —exigió saber, con la voz firme pero la mirada nerviosa moviéndose entre las sombras del lugar.
Nikolai no la miró, pero su tono fue inamovible. —Es mejor que veas por ti misma cómo funcionan estas cosas. Así, la próxima vez pensarás dos veces antes de desafiarme.
Antes de que pudiera replicar, las enormes puertas metálicas se abrieron con un chirrido y un grupo de hombres entró en formación meticulosa. En el centro, Aleksei Romanov avanzaba con la seguridad de un depredador en su territorio. Sus ojos se posaron en Lilia un momento, y la sonrisa en su rostro tenía algo de triunfo y crueldad. Ella se estremeció involuntariamente.
—Nikolai —dijo Aleksei, abriendo los brazos como si saludara a un viejo amigo. —Parece que tenemos un asunto pendiente entre nosotros. Y creo que sabes por qué estoy aquí.
Lilia sintió la mirada de Nikolai, pero él no se movió. Con una calma aterradora, respondió:
—Si viniste para hablar sobre la deuda, estás perdiendo tu tiempo.
Aleksei soltó una carcajada fría y cruzó los brazos.
—No estoy perdiendo el tiempo, Nikolai. Estoy aquí por lo que es mío. Lilia es la garantía de esa deuda, y no creo que tengas derecho a interferir.
Nikolai finalmente se giró hacia él, dejando clara la frialdad en su mirada.
—Te equivocas. Ella ya no es tu problema, Aleksei. Lilia está bajo mi protección ahora, y no permitiré que nadie toque un cabello de su cabeza.
El aire en el almacén se volvió más pesado. Aleksei avanzó un paso, sus hombres ajustándose instintivamente a su alrededor.
—¿Eso significa que estás dispuesto a la guerra por ella? Porque si ese es el caso, déjame asegurarte que estás jugando una partida peligrosa, Nikolai.
Antes de que Lilia pudiera reaccionar, Nikolai dio un paso al frente con una velocidad que desarmó a uno de los hombres de Aleksei. La pistola cayó al suelo con un estruendo metálico, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Nikolai se enderezó, dejando la pistola a un lado, y sonrió apenas un poco.
—Ella no es un objeto para comerciar, Aleksei. Y si insistes en esto, pagarás con sangre —sentenció, con la calma de alguien que sabía que tenía la ventaja.
Aleksei observó la escena con los labios apretados, sus ojos moviéndose entre Nikolai y Lilia. Finalmente, dio un paso atrás, mirando a Nikolai con furia contenida.
—Esto no ha terminado, Volkov. Te arrepentirás de esta decisión.
Sin más, giró sobre sus talones y salió del almacén con sus hombres siguiéndolo de cerca. El eco de sus pasos se desvaneció poco a poco, dejando a Nikolai y Lilia solos en el almacén vacío.
El corazón de Lilia latía con fuerza, pero trató de mantener la compostura cuando Nikolai se giró para mirarla. Él no dijo nada, pero en sus ojos había una mezcla de determinación y algo más, algo que ella no pudo descifrar del todo. Era como si estuviera estudiándola, buscando algo que aún no entendía.
—Esto no cambia nada —dijo ella, finalmente rompiendo el silencio. —No necesito tu protección.
Nikolai esbozó una sonrisa fugaz, más peligrosa que tranquilizadora.
—Lo que necesites ya no importa, Lilia. Ahora estás conmigo, y mientras sea así, nadie te tocará. Pero recuerda esto: si intentas huir, Aleksei no será el único problema que tendrás que enfrentar.
Las palabras de Nikolai fueron una advertencia y una promesa al mismo tiempo. Y aunque Lilia odiaba admitirlo, algo en su interior le decía que estaba entrando en un mundo del que podría no salir jamás.
De regreso en la mansión de Nikolai, la grandeza del lugar no hacía más que aumentar la sensación de encierro para Lilia. Cada rincón estaba decorado con un lujo intimidante, rebosante de detalles meticulosamente cuidados; todo parecía un reflejo de la personalidad de su dueño, calculador y dominante. La opulencia no era un consuelo, sino una prisión dorada que la hacía añorar la simplicidad de su antigua vida. En el centro del inmenso salón principal, bajo la cálida luz de una araña de cristal que parecía flotar sobre ellos, Nikolai aguardaba, exultante de una tranquilidad que parecía inquebrantable.Lilia, sin embargo, estaba lejos de compartir esa calma. Tan pronto como entró, las puertas dobles se cerraron detrás de ella con un eco que le retumbó en el alma. Se plantó firme en el centro del salón, su mirada encendida con una rebeldía nacida tanto del miedo como de su indomable espíritu.—Exijo saber por qué haces esto —soltó con dureza, cruzando los brazos con un gesto desafiante.
La mansión de Nikolai era un contraste hiriente: exquisita en cada detalle, pero para Lilia no era más que una prisión disfrazada de lujo. Mármol pulido, candelabros que lanzaban reflejos dorados y alfombras tan suaves que sus pasos eran inaudibles. Pero esa perfección inmaculada escondía una sensación de vacío, de soledad, que le pesaba en el pecho. Aunque las ventanas ofrecían una vista majestuosa a unos jardines interminables, para ella no eran más que otro recordatorio de su encarcelamiento. Sus manos se cerraron en puños mientras recorría el pasillo que llevaba al despacho de Nikolai, un lugar donde las decisiones parecían ensombrecer cualquier noción de justicia.Cuando las puertas se abrieron, él estaba ahí, sentado en una silla de cuero junto al escritorio de roble. La luz cálida de una lámpara resaltaba los ángulos definidos de su rostro, y su mirada helada la examinó con detenimiento. Sobre la mesa, un contrato esperándola. Lilia sabía lo que significaba.—Quiero dejar algo
Lilia despertó en la mañana con una determinación clara: seguir buscando formas de escapar de Nikolai. Sin embargo, para su sorpresa, aquel día llegaba con otras exigencias. Cuando entró en el despacho, Nikolai estaba ajustándose los puños de su impecable traje negro. La forma en que la observó, con autoridad y algo más que no pudo descifrar, encendió de nuevo su rabia interna.—Esta noche, me acompañas a un evento. —La instrucción fue clara, fría, sin lugar a debate.—¿Qué clase de evento? —preguntó, cruzando los brazos con desconfianza.—Un evento social —contestó Nikolai, ignorando su tono defensivo—. Estás a mi lado por tu seguridad, no lo olvides. Pero deberás cumplir ciertas reglas: sonríe, pero no demasiado. Habla, pero no confíes en nadie. ¿Ha quedado claro?Lilia apretó los dientes mientras su orgullo chocaba contra la dureza de aquella orden. Aunque cada fibra de su ser deseaba gritarle en la cara, sabía que pelear abiertamente con Nikolai en esos momentos no resolvería nada
Lilia sintió el ardor de la presión de sus dedos alrededor de su muñeca mientras Nikolai la guiaba a través del salón. La música y el murmullo de la fiesta parecieron desvanecerse en un segundo, dejando solo el eco de sus propios pasos contra el suelo de mármol. Las miradas furtivas de los presentes los seguían, pero nadie se atrevía a intervenir. Nikolai Volkov era un hombre al que se temía, y su estado de ánimo en ese momento no invitaba a desafíos.—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, tratando de mantener la compostura mientras lo seguía con pasos apresurados. Sentía la tensión en su agarre, la energía contenida en su cuerpo como una tormenta a punto de desatarse.Él no respondió. Siguió avanzando hasta llegar a la gran escalera que llevaba a la salida del lujoso recinto. Afuera, la brisa nocturna golpeó el rostro de Lilia cuando Nikolai la llevó hasta un coche negro de cristales oscuros. El conductor ya estaba esperando, como si hubiera previsto la inminente retirada.—Sube —orden
Lilia subió las escaleras con pasos apresurados, con su respiración entrecortada y su mente hecha un caos. Apenas cruzó la puerta de su habitación, la cerró con seguro y apoyó la frente contra la madera. Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por algo mucho más reprensible.No podía permitirlo.No podía sentirse atraída por él. Nikolai Volkov era su captor, el hombre que se había aparecido como su salvador y la había encerrado en una jaula dorada. Por mucho que su cuerpo reaccionara a su cercanía, por mucho que su mirada le hiciera sentir viva de una manera que no había experimentado antes, no podía caer en esa trampa.Se obligó a respirar hondo, a pensar con claridad. La atracción era solo una respuesta biológica, un efecto de la situación en la que estaba. Nada más. No podía confundir su cuerpo con su razón. Y su razón le decía que debía salir de allí cuanto antes.Se apartó de la puerta y caminó hacia el espejo de la habitación. Su reflejo la observaba con los ojos dilatad
Lilia reconoció que algo no estaba del todo bien tan pronto como la despertaron. No fue el usual amanecer perezoso con los débiles rayos de sol filtrándose por las cortinas de la mansión. Esta vez fue distinto. Una mano firme —demasiado familiar por su dureza— la sacudió ligeramente de su letargo. Cuando sus ojos se enfocaron, encontró a Nikolai de pie junto a su cama, vestido impecable como siempre, a pesar de que el reloj en el tocador marcaba aún una hora impensablemente temprana.—Vístete —ordenó él sin rodeos, su voz baja pero cargada de autoridad irrefutable. Ni siquiera se molestó en aclarar el motivo al principio, como si diera por hecho que Lilia simplemente cumpliría sin cuestionamientos. Para alguien acostumbrado a tener el control absoluto, las explicaciones eran innecesarias.Lilia parpadeó repetidamente, tratando de comprender si acaso seguía soñando. Su instinto inicial fue replicar, negarse a cumplir aquella orden irracional en horario tan intempestivo, peroMinutos de
La sonrisa que apareció en los labios de Nikolai fue lenta, peligrosa, una curva que no auguraba nada bueno. Sus ojos oscuros parecían bailar con algo que podría calificarse de diversión, aunque en su versión más intimidante.—Oh, te lo pondrás, Lilia. —Su tono era suave, casi melódico, pero cargado de una autoridad que aplastaba cualquier posibilidad de discusión—. Nos espera el mar y, te guste o no, vas a nadar conmigo hoy.Nikolai no era un hombre que tomara un "no" como respuesta. Desde el momento en que le entregó el bikini a Lilia, hasta que estuvieron cara a cara en la tosca privacidad de su camarote en el yate, su paciencia jugaba con un peligroso límite. Ella, por supuesto, había intentado resistirse, pero la mirada de él —intensa, fija y dominante como un lobo acechando su presa— la desarmaba de maneras que ella misma detestaba admitir.—Póntelo, Lilia. No tengo tiempo ni paciencia para tus juegos ahora —ordenó Nikolai con una voz baja pero cargada de poder, como quien dicta
Los labios de Nikolai eran cálidos y firmes. Lilia respondió primero con sorpresa, sus manos flotaron sin dirección clara antes de asentarse sobre su pecho aún húmedo. Pero pronto, la sorpresa se desvaneció como niebla al sol, y una corriente de emociones desconocidas la arrastró hacia él.Era un beso peligroso, no solo por la pasión que lo contenía, sino por la declaración muda que llevaba consigo: ninguno saldría ileso de eso. Las olas rompían cerca, pero ambos estaban perdidos entre sí, aislados del mundo en una burbuja que pulsaba con energía.Cuando finalmente se separaron, no fue una ruptura abrupta. Nikolai permaneció cerca, sus labios rozaron los de Lilia mientras la miraba como si quisiera grabar ese momento en su memoria. Ella, por su parte, respiraba entrecortadamente, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar.—Esto no significa nada —logró murmurar, aunque la intensidad en su voz no apoyaba sus palabras.—No —respondió él con una leve sonrisa—. Esto sig