De regreso en la mansión de Nikolai, la grandeza del lugar no hacía más que aumentar la sensación de encierro para Lilia. Cada rincón estaba decorado con un lujo intimidante, rebosante de detalles meticulosamente cuidados; todo parecía un reflejo de la personalidad de su dueño, calculador y dominante. La opulencia no era un consuelo, sino una prisión dorada que la hacía añorar la simplicidad de su antigua vida. En el centro del inmenso salón principal, bajo la cálida luz de una araña de cristal que parecía flotar sobre ellos, Nikolai aguardaba, exultante de una tranquilidad que parecía inquebrantable.
Lilia, sin embargo, estaba lejos de compartir esa calma. Tan pronto como entró, las puertas dobles se cerraron detrás de ella con un eco que le retumbó en el alma. Se plantó firme en el centro del salón, su mirada encendida con una rebeldía nacida tanto del miedo como de su indomable espíritu.
—Exijo saber por qué haces esto —soltó con dureza, cruzando los brazos con un gesto desafiante. No iba a dejar que él creyera, ni por un momento, que podía doblegarla. —No eres ningún salvador, así que ¿qué ganas reteniéndome aquí?
Nikolai dio unos pasos hacia ella, moviéndose lentamente, casi felinamente. Había algo en la forma en que se desplazaba que parecía calcular cada gesto con la precisión de un depredador acechando a su presa. Su silueta imponente llenaba la habitación, haciendo que aquel inmenso salón pareciera más pequeño. Una mueca sutil, apenas perceptible, curvó sus labios antes de responder.
—Eres diferente, Lilia. No esperaba encontrar a alguien como tú. —Su voz fue un murmullo ronco que invadió el aire entre ellos, cargado de significado. Antes de que ella pudiera contradecirlo, Nikolai extendió una mano grande y perfectamente controlada, revelando lo que parecía ser una simple rosa… negra.
Lilia parpadeó, desconcertada. No era una rosa común; su rareza radicaba no solo en su color, sino en el acto mismo de Nikolai al entregarla. Él, quien parecía tener el control absoluto sobre todo y todos, sostenía esa flor con una delicadeza que parecía impropia de sus manos marcadas por un mundo de ferocidad y violencia. Sus ojos, profundos y oscuros como pozos sin fondo, se encontraron con los de ella.
—Eres la única belleza en mi tormenta de caos —dijo Nikolai con una franqueza que desarmó a Lilia momentáneamente. Sus palabras no eran un cumplido vacío; su tono grave y pausado las hacía pesadas, como si estuvieran impregnadas de verdades que él mismo no se atrevía a pronunciar por completo.
Lilia sintió que algo dentro de ella se agitaba, como si los diques que había construido cuidadosamente para contener sus sentimientos comenzaran a ceder. Pero no estaba lista para dejarse llevar por esa marea. Su orgullo y su miedo la obligaron a mantenerse erguida.
—¿Y qué se supone que signifique eso para mí? —replicó ella, tomando la rosa con manos firmes, aunque su interior temblara. Su mirada seguía siendo desafiante, pero ahora también contenía una chispa de desconcierto que Nikolai no pasó por alto.
Nikolai no respondió de inmediato. Retrocedió unos pasos, girando hacia una pequeña mesa junto a la chimenea de mármol donde descansaba una botella de licor costoso y dos vasos. Tomó la botella con una calma ensayada, pero sus ojos se perdieron por un momento en las llamas danzantes. Había algo ominoso en el modo en que sus hombros se tensaron, como si lo que estaba a punto de decir le pesara en el alma.
—Perdí a mi hermana menor por culpa de Aleksei. —Su voz, aunque baja, tenía el filo de una confesión arrancada a la fuerza. Cada palabra parecía cargar con años de dolor enterrado. —Era inocente, no tenía nada que ver con este mundo. Pero eso no importó. Él la atrapó en su red de violencia, y yo… no pude salvarla. Desde entonces, mi vida ha sido esto: poder, venganza y un pozo interminable de caos. —Guardó silencio, su mandíbula apretándose. Después, sus ojos volvieron a encontrarse con los de Lilia, más oscuros que nunca. —No hay belleza ni redención aquí, Lilia. Salvo, quizá, tú.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Lilia lo miraba, congelada entre la empatía que sentía por la pérdida que él acababa de confesar y el rechazo absoluto al control que él ejercía sobre su vida. En ese momento, Nikolai no parecía el hombre invencible que lo había llevado por la fuerza a ese mundo peligroso y desconocido. Por un breve instante, era solo un hombre roto intentando aferrarse a algo, o a alguien.
Lilia tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Pero su espíritu rebelde prevaleció.
—Eso no justifica lo que estás haciendo conmigo, Nikolai —dijo al fin, su voz baja pero inquebrantable. —No soy un premio ni una solución a tus problemas.
El semblante de Nikolai cambió. La vulnerabilidad que había mostrado se borró como una sombra al anochecer, reemplazada por la máscara fría que solía usar. Dio un paso hacia ella, y la intensidad en su mirada volvió a encenderse.
—No espero que lo entiendas todavía, pero lo harás. Y cuando llegue ese momento, sabrás por qué te protejo. —Su tono era definitivo, cerrando cualquier posibilidad de réplica, y antes de que ella pudiera agregar algo, Nikolai se dio la vuelta y abandonó el salón, dejando tras de sí una estela de incertidumbre.
Sola en la mansión que ahora era su prisión, Lilia subió a la habitación que le habían asignado. Sus pasos resonaban en el largo corredor, y la creciente opresión en su pecho hacía que cada respiro se sintiera pesado. Al llegar, colocó la rosa sobre la mesita de noche junto a su cama. El contraste entre el negro de los pétalos y la blancura inmaculada del mobiliario era perturbador. Se sentó frente a ella, con los codos apoyados en las rodillas, observándola fijamente.
La rosa era hermosa, única en su perfección, pero también llevaba consigo algo siniestro, como si estuviera m*****a. Su mente giraba entre las palabras de Nikolai, el peso de su confesión y su propia realidad.
“¿Es esto un símbolo de su devoción o de mi condena?”, pensó mientras sus dedos rozaban lentamente los pétalos, suaves como terciopelo. Y a pesar del calor que proporcionaba la chimenea en la esquina de la habitación, un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras contemplaba cuál de esas respuestas sería su verdad.
La mansión de Nikolai era un contraste hiriente: exquisita en cada detalle, pero para Lilia no era más que una prisión disfrazada de lujo. Mármol pulido, candelabros que lanzaban reflejos dorados y alfombras tan suaves que sus pasos eran inaudibles. Pero esa perfección inmaculada escondía una sensación de vacío, de soledad, que le pesaba en el pecho. Aunque las ventanas ofrecían una vista majestuosa a unos jardines interminables, para ella no eran más que otro recordatorio de su encarcelamiento. Sus manos se cerraron en puños mientras recorría el pasillo que llevaba al despacho de Nikolai, un lugar donde las decisiones parecían ensombrecer cualquier noción de justicia.Cuando las puertas se abrieron, él estaba ahí, sentado en una silla de cuero junto al escritorio de roble. La luz cálida de una lámpara resaltaba los ángulos definidos de su rostro, y su mirada helada la examinó con detenimiento. Sobre la mesa, un contrato esperándola. Lilia sabía lo que significaba.—Quiero dejar algo
Lilia despertó en la mañana con una determinación clara: seguir buscando formas de escapar de Nikolai. Sin embargo, para su sorpresa, aquel día llegaba con otras exigencias. Cuando entró en el despacho, Nikolai estaba ajustándose los puños de su impecable traje negro. La forma en que la observó, con autoridad y algo más que no pudo descifrar, encendió de nuevo su rabia interna.—Esta noche, me acompañas a un evento. —La instrucción fue clara, fría, sin lugar a debate.—¿Qué clase de evento? —preguntó, cruzando los brazos con desconfianza.—Un evento social —contestó Nikolai, ignorando su tono defensivo—. Estás a mi lado por tu seguridad, no lo olvides. Pero deberás cumplir ciertas reglas: sonríe, pero no demasiado. Habla, pero no confíes en nadie. ¿Ha quedado claro?Lilia apretó los dientes mientras su orgullo chocaba contra la dureza de aquella orden. Aunque cada fibra de su ser deseaba gritarle en la cara, sabía que pelear abiertamente con Nikolai en esos momentos no resolvería nada
El club clandestino vibraba con el estruendo del jazz desafinado que resonaba entre las paredes de ladrillo rojo. La atmósfera cargada de humo hacía juego con las miradas codiciosas de los hombres que llenaban el lugar. Todo en aquel lugar gritaba peligro, y Lilia lo sabía. Pero seguir allí era un mal necesario.—Te pedí que bailaras para ellos, Lilia, no que tomes decisiones por tu cuenta —el jefe del club, Valentín, golpeó la mesa con fuerza, sus ojos oscuros reflejando su impaciencia.—No soy un objeto, Valentín. No voy a bailar para un grupo de desconocidos solo porque tú quieras mantenerlos contentos. Ya hago suficiente —replicó ella, su voz firme aunque sus manos temblaban de furia contenida. Había lidiado con hombres como él toda su vida; hombres que confundían su fuerza con una invitación para doblegarla.El enfrentamiento provocó que varias cabezas en el lugar se giraran hacia ellos, pero fue una mirada en particular la que quedó clavada en Lilia. Nikolai Volkov, sentado en u
—He investigado sobre ti. Sé de tu talento como bailarina, sé del esfuerzo incansable que haces para cuidar de tu familia. Y también sé que estás al borde del colapso financiero y que tienes a tu hermana en la cárcel por culpa de un mafioso.Lilia se tensó. Que este hombre supiera tanto sobre ella la ponía en guardia, pero no sabía cómo escapar de lo que parecía ser un interrogatorio calculado.—¿Qué es lo que quiere de mí? —preguntó, tratando de sonar fuerte, aunque su corazón latía con fuerza.Nikolai la miró directamente a los ojos, con una intensidad que parecía perforar cualquier barrera que intentara construir.—Quiero ofrecerte un trato. Necesito que seas mi esposa durante un año, alguien que esté bajo mi protección completa. A cambio, me aseguraré de que tú y tu familia nunca tengan que preocuparse por nada.El silencio era casi ensordecedor. Lilia no sabía cómo reaccionar. La propuesta era tan inesperada como asfixiante.—¿Esposa? —repitió, confundida.— ¿Qué le pasa?—Signifi
Nikolai había escogido el lugar con cuidado. Un almacén abandonado, lejos de las miradas curiosas y empapado con el aire de peligro que le convenía a la ocasión. Las paredes desgastadas y el eco de cada paso daban a la reunión un aura de tensión que era casi palpable. Lilia lo seguía de cerca, obligada por los hombres de Nikolai, quien no parecía dispuesto a dejarla escapar de su control. Ella había jurado no mostrar miedo, pero cada movimiento de la noche la estaba poniendo a prueba.—¿Por qué debo estar aquí? —exigió saber, con la voz firme pero la mirada nerviosa moviéndose entre las sombras del lugar.Nikolai no la miró, pero su tono fue inamovible. —Es mejor que veas por ti misma cómo funcionan estas cosas. Así, la próxima vez pensarás dos veces antes de desafiarme.Antes de que pudiera replicar, las enormes puertas metálicas se abrieron con un chirrido y un grupo de hombres entró en formación meticulosa. En el centro, Aleksei Romanov avanzaba con la seguridad de un depredador en