Había pasado un mes. Treinta días en los que Anya no había visto a Alessandro.La primera semana esperó. Pensó que quizá regresaría, que vendría a reclamar lo que era suyo o a dejar claro qué lugar ocupaba ella en esa casa. Pero él nunca volvió.Y en su ausencia, el servicio de la mansión decidió que no valía la pena tratarla con respeto.Primero, fueron las miradas de desprecio. Luego, el silencio absoluto cuando pasaba cerca. Después, le dejaron de llevar comida.Al principio pensó que era un error. Esperó pacientemente en su habitación, creyendo que alguien llamaría a la puerta con la bandeja de siempre. Pero la comida nunca llegó. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro.Cuando salió a pedir explicaciones, solo recibió frialdad.—El señor Petrov dejó órdenes —dijo una de las empleadas, sin molestarse en ocultar su desdén—. No se le dará nada que no pida él mismo.Anya sintió el estómago rugir de hambre. La humillación quemó más que el hambre.—¿Y cómo se supone que voy a comer? —pr
Alessandro se recargó contra el respaldo de su asiento en el jet, tamborileando los dedos sobre su rodilla con impaciencia. El reporte sobre el intento de escape de Anya aún ardía en su mente.Estúpida. Ingenua. Creyó que podría huir de él.Pero antes de poder enfrentarla, antes de llegar a la mansión, su madre había pedido verlo.Alessandro nunca rechazaba una orden de su madre y ella ya lo esperaba. Él se acercó, besando su mano con respeto, pero su expresión se mantenía distante.—Siempre fuiste igual de frío que tu padre —la voz de su madre interrumpió el silencio, afilada como una navaja—. Pero no lo suficiente, Alessandro.Él no respondió de inmediato. Su madre nunca aparecía sin un propósito. Y si estaba allí, significaba que venía con algo que decirle. Algo que, sin duda, intentaría clavarle en la mente como un puñal.Ella se acercó con pasos medidos, su silueta envuelta en un vestido de seda negra. Se detuvo frente a él y alzó la barbilla con la elegancia altiva que siempre l
Lilia se ajustó el abrigo y se aseguró de que nadie la estuviera siguiendo antes de acercarse a la enorme mansión Petrov. No era la primera vez que intentaba ver a Anya.Lo había hecho en varias ocasiones, siempre con la misma respuesta: "El señor Petrov no ha autorizado visitas."Pero eso no la detenía.Cada vez que iba, terminaba hablando con Anya a través de las rejas, susurrando entre el frío y la distancia, tratando de hacerle saber que no estaba sola. Que Nikolai y ella aún intentaban sacarla de ahí.Pero esa tarde, algo fue diferente.Cuando se acercó a la entrada, las puertas se abrieron sin resistencia.Lilia frunció el ceño. Esto era nuevo.Caminó con precaución, esperando que en cualquier momento alguien la detuviera. Pero nadie lo hizo.Las puertas de la mansión también estaban abiertas. Demasiado fácil.Su corazón latía con fuerza cuando entró al enorme vestíbulo, y su mirada recorrió el lugar hasta que lo vio.Alessandro estaba allí.De pie en medio del salón, con un vaso
Lilia despertó con la tenue luz del amanecer filtrándose por las cortinas de su habitación. Lo primero que sintió fue el aroma a rosa negra impregnando el aire. Parpadeó lentamente y, al girar su rostro sobre la almohada, encontró sobre la sábana inmaculada una carta cuidadosamente doblada junto a una única rosa negra. Su corazón latió con fuerza. Solo Nikolái podía ser tan enigmático y apasionado a la vez.Con manos temblorosas, abrió la carta y leyó su caligrafía firme y elegante:Mi Lilia,Hoy se cumple un año desde que te tomé como mi esposa. No sé si el destino quiso que estuvieras a mi lado o si fue simplemente mi voluntad inquebrantable. Lo que sí sé es que no hay un solo día en el que no haya deseado tenerte, poseerte, amarte.Esta noche será solo nuestra. No habrá negocios, no habrá distracciones, solo tú y yo. Quiero que te vistas para mí, que brilles como la joya que eres. He dejado mi tarjeta a tu disposición. Compra lo que desees, pero quiero que luzcas como la reina que
Después de comprar el vestido, las hermanas salieron de la boutique con bolsas en mano. Sofía no dejaba de molestar a Lilia con comentarios insinuantes sobre la reacción de Nikolái, mientras que Lilia fingía indignación... aunque por dentro no podía evitar imaginar la expresión de su esposo cuando la viera.—Ahora necesitamos unos zapatos y un bolso —dijo Sofía, llevándola de la mano a otra tienda de lujo—. Y nada de opciones aburridas. Deben gritar "soy la esposa de un hombre peligroso y me veo espectacular".Lilia soltó una risa divertida.—No creo que los zapatos puedan gritar tanto, pero está bien.Entraron a la tienda y Sofía fue directamente a la sección de tacones altos. Sacó un par de stilettos dorados con pedrería en el tacón y los sostuvo en el aire como si fueran un trofeo.—Estos.Lilia arqueó una ceja.—¿No son demasiado altos?—Claro que sí, pero con esos centímetros extra estarás a la altura de Nikolái cuando te bese.Lilia tomó los zapatos y se los probó. Caminó con cu
—No estás nada mal, printsessa —murmuró con su voz profunda y grave, recorriéndola con la mirada de arriba abajo.Lilia sonrió con cierta timidez, pero también con un toque de coquetería. Se acercó con pasos medidos, disfrutando de la manera en que los ojos de Nikolai se oscurecían con cada movimiento de sus caderas.—¿Esto es todo para mí? —preguntó, fingiendo inocencia.Él esbozó una sonrisa torcida y le extendió la copa.—Todo lo que ves... y más.Chocaron sus copas con un tintineo suave y bebieron sin apartar la mirada el uno del otro. Luego, Nikolai la tomó de la mano y la condujo a la mesa, apartándole la silla con un gesto caballeroso, algo que contrastaba con la fiereza que usualmente lo caracterizaba.La cena transcurrió entre risas, miradas intensas y suaves roces de manos sobre la mesa. Nikolai se mostró más relajado de lo habitual, disfrutando genuinamente de la compañía de Lilia. Ella lo provocaba con bromas juguetonas, y él le respondía con comentarios afilados pero llen
Anya se deslizó fuera de su habitación en plena oscuridad, su cuerpo temblaba tanto de frío como de hambre. La humillación la consumía, pero el hambre era más fuerte. Llevaba días sobreviviendo con migajas, apenas lo suficiente para mantenerse en pie. Las empleadas de la mansión se aseguraban de que no recibiera más de lo que Alessandro permitía.Pero esa noche, no le importó. No le importó el castigo, ni las burlas, ni siquiera el riesgo de ser descubierta.Cuando llegó a la cocina, su corazón latía con fuerza. No había nadie. Todo estaba en silencio, salvo por el tictac del reloj en la pared. Sus manos temblorosas abrieron la despensa, y lo primero que vio fueron pasteles cubiertos de crema, listos para el desayuno del día siguiente. Sin pensarlo, hundió los dedos en uno y lo devoró con desesperación.Le siguió un puñado de pan dulce, luego rebanadas de jamón que comió con los dedos, sin preocuparse por la etiqueta. Encontró una jarra de leche y bebió directamente de ella, sin deten
El club clandestino vibraba con el estruendo del jazz desafinado que resonaba entre las paredes de ladrillo rojo. La atmósfera cargada de humo hacía juego con las miradas codiciosas de los hombres que llenaban el lugar. Todo en aquel lugar gritaba peligro, y Lilia lo sabía. Pero seguir allí era un mal necesario.—Te pedí que bailaras para ellos, Lilia, no que tomes decisiones por tu cuenta —el jefe del club, Valentín, golpeó la mesa con fuerza, sus ojos oscuros reflejando su impaciencia.—No soy un objeto, Valentín. No voy a bailar para un grupo de desconocidos solo porque tú quieras mantenerlos contentos. Ya hago suficiente —replicó ella, su voz firme aunque sus manos temblaban de furia contenida. Había lidiado con hombres como él toda su vida; hombres que confundían su fuerza con una invitación para doblegarla.El enfrentamiento provocó que varias cabezas en el lugar se giraran hacia ellos, pero fue una mirada en particular la que quedó clavada en Lilia. Nikolai Volkov, sentado en u