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Lilia despertó con la tenue luz del amanecer filtrándose por las cortinas de su habitación. Lo primero que sintió fue el aroma a rosa negra impregnando el aire. Parpadeó lentamente y, al girar su rostro sobre la almohada, encontró sobre la sábana inmaculada una carta cuidadosamente doblada junto a una única rosa negra. Su corazón latió con fuerza. Solo Nikolái podía ser tan enigmático y apasionado a la vez.Con manos temblorosas, abrió la carta y leyó su caligrafía firme y elegante:Mi Lilia,Hoy se cumple un año desde que te tomé como mi esposa. No sé si el destino quiso que estuvieras a mi lado o si fue simplemente mi voluntad inquebrantable. Lo que sí sé es que no hay un solo día en el que no haya deseado tenerte, poseerte, amarte.Esta noche será solo nuestra. No habrá negocios, no habrá distracciones, solo tú y yo. Quiero que te vistas para mí, que brilles como la joya que eres. He dejado mi tarjeta a tu disposición. Compra lo que desees, pero quiero que luzcas como la reina que e
Después de comprar el vestido, las hermanas salieron de la boutique con bolsas en mano. Sofía no dejaba de molestar a Lilia con comentarios insinuantes sobre la reacción de Nikolái, mientras que Lilia fingía indignación... aunque por dentro no podía evitar imaginar la expresión de su esposo cuando la viera.—Ahora necesitamos unos zapatos y un bolso —dijo Sofía, llevándola de la mano a otra tienda de lujo—. Y nada de opciones aburridas. Deben gritar "soy la esposa de un hombre peligroso y me veo espectacular".Lilia soltó una risa divertida.—No creo que los zapatos puedan gritar tanto, pero está bien.Entraron a la tienda y Sofía fue directamente a la sección de tacones altos. Sacó un par de stilettos dorados con pedrería en el tacón y los sostuvo en el aire como si fueran un trofeo.—Estos.Lilia arqueó una ceja.—¿No son demasiado altos?—Claro que sí, pero con esos centímetros extra estarás a la altura de Nikolái cuando te bese.Lilia tomó los zapatos y se los probó. Caminó con cu
—No estás nada mal, printsessa —murmuró con su voz profunda y grave, recorriéndola con la mirada de arriba abajo.Lilia sonrió con cierta timidez, pero también con un toque de coquetería. Se acercó con pasos medidos, disfrutando de la manera en que los ojos de Nikolai se oscurecían con cada movimiento de sus caderas.—¿Esto es todo para mí? —preguntó, fingiendo inocencia.Él esbozó una sonrisa torcida y le extendió la copa.—Todo lo que ves... y más.Chocaron sus copas con un tintineo suave y bebieron sin apartar la mirada el uno del otro. Luego, Nikolai la tomó de la mano y la condujo a la mesa, apartándole la silla con un gesto caballeroso, algo que contrastaba con la fiereza que usualmente lo caracterizaba.La cena transcurrió entre risas, miradas intensas y suaves roces de manos sobre la mesa. Nikolai se mostró más relajado de lo habitual, disfrutando genuinamente de la compañía de Lilia. Ella lo provocaba con bromas juguetonas, y él le respondía con comentarios afilados pero lleno
Anya se deslizó fuera de su habitación en plena oscuridad, su cuerpo temblaba tanto de frío como de hambre. La humillación la consumía, pero el hambre era más fuerte. Llevaba días sobreviviendo con migajas, apenas lo suficiente para mantenerse en pie. Las empleadas de la mansión se aseguraban de que no recibiera más de lo que Alessandro permitía.Pero esa noche, no le importó. No le importó el castigo, ni las burlas, ni siquiera el riesgo de ser descubierta.Cuando llegó a la cocina, su corazón latía con fuerza. No había nadie. Todo estaba en silencio, salvo por el tictac del reloj en la pared. Sus manos temblorosas abrieron la despensa, y lo primero que vio fueron pasteles cubiertos de crema, listos para el desayuno del día siguiente. Sin pensarlo, hundió los dedos en uno y lo devoró con desesperación.Le siguió un puñado de pan dulce, luego rebanadas de jamón que comió con los dedos, sin preocuparse por la etiqueta. Encontró una jarra de leche y bebió directamente de ella, sin deten
La espuma flotaba en la superficie del agua, iluminada tenuemente por la luz cálida de unas velas dispuestas alrededor de la bañera de hidromasaje. El aroma a rosas y sándalo impregnaba el ambiente, mezclándose con la fragancia de la piel de Lilia.Con dedos pacientes, desató los lazos de su vestido, dejando que la tela resbalara lentamente por su cuerpo hasta caer a sus pies. Un beso leve, como una brisa cálida, se posó en su clavícula. Luego otro, más abajo. Sus labios eran lentos, tortuosamente suaves, descendiendo por su piel desnuda mientras sus manos se deslizaban por su espalda, despojándola de la última prenda que la cubría.—Eres un adicto al control —susurró ella, con la respiración entrecortada, cuando él la tomó por la cintura para ayudarla a entrar en el agua.Nikolai sonrió de lado. Sus ojos centelleaban con diversión y deseo.—Solo contigo.El agua caliente la envolvió como un abrazo, pero nada se comparaba con las manos firmes de él, que recorrían su espalda con suaves
La noche era fría y silenciosa. Desde su encierro en la mansión de Alessandro, Anya se había acostumbrado a mirar la calle a través de los barrotes de la gran reja que la separaba de la libertad. Sabía que no podía escapar, que las cámaras y los guardias vigilaban cada uno de sus movimientos, pero, aun así, cada noche se permitía soñar con la posibilidad de que alguien viniera por ella.Esa noche, el destino pareció responderle.A lo lejos, entre las sombras de la calle solitaria, una figura se acercaba con pasos decididos. Al principio, pensó que era solo un hombre más caminando en la fría madrugada, pero cuando la luz de una farola iluminó su rostro, su corazón se detuvo por un instante.Leonard.El nudo en su garganta se deshizo en lágrimas silenciosas. Se llevó una mano a los labios, temblando, y corrió hasta la reja.—¡Leonard! —susurró con desesperación, como si temiera que alguien más pudiera escucharla y arrebatarle ese momento.Él se detuvo frente a la reja y la miró con una e
Alessandro prácticamente lanzó a Anya dentro de la habitación. Ella tropezó y cayó sobre la cama, con el pecho agitado y el miedo brillando en sus ojos. Antes de que pudiera incorporarse, escuchó el sonido metálico del cerrojo asegurándose desde afuera.Se quedó sentada, con la respiración entrecortada, apretando los puños sobre las sábanas. Se acercó a la puerta, golpeándola con rabia.—¡Maldito seas, Alessandro! ¡No puedes tenerme aquí como una prisionera! —gritó, pero no hubo respuesta. Solo el eco de su propia voz en la inmensidad del silencio.Mientras tanto, Alessandro caminaba con pasos pesados hacia su despacho. Cerró la puerta de un golpe y se dejó caer en su silla de cuero, pasando ambas manos por su rostro. Estaba enojado. Con ella. Con él mismo. Con todos.Anya lo desquiciaba. Su mera presencia lo ponía en conflicto con su deber y con sus propios sentimientos. Estaba enamorado de ella. Lo había sabido desde hacía tiempo, pero admitirlo era una condena.El rostro de su madr
Los días siguientes a aquella noche en la habitación fueron un tormento para Alessandro. Se obligaba a mantenerse alejado de Anya, a recordarse a sí mismo que ella no era más que un castigo impuesto por su familia, una deuda de sangre que debía cobrarse con sufrimiento. Pero cada vez que la veía—su piel marcada por los castigos, su mirada desafiante a pesar del miedo—algo en él se quebraba.Su madre seguía exigiéndole crueldad. "Hazla sufrir", le repetía con esa voz fría e implacable que lo había moldeado desde niño. "Que aprenda su lugar. Que entienda que los Petrov no perdonan".Al principio, Alessandro obedeció. Dejaba que los sirvientes siguieran tratándola con desprecio, ignoraba los rumores de que pasaba hambre, de que apenas le daban ropa limpia o un sitio digno para dormir. Pero sin darse cuenta, empezó a desobedecer en pequeñas cosas.Ordenó que le sirvieran comida decente, aunque lo hizo parecer un error de la cocina. Prohibió los castigos físicos, aunque lo disfrazó de un s