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Alessandro se recargó contra el respaldo de su asiento en el jet, tamborileando los dedos sobre su rodilla con impaciencia. El reporte sobre el intento de escape de Anya aún ardía en su mente.

Estúpida. Ingenua. Creyó que podría huir de él.

Pero antes de poder enfrentarla, antes de llegar a la mansión, su madre había pedido verlo.

Alessandro nunca rechazaba una orden de su madre y ella ya lo esperaba. Él se acercó, besando su mano con respeto, pero su expresión se mantenía distante.

—Siempre fuiste igual de frío que tu padre —la voz de su madre interrumpió el silencio, afilada como una navaja—. Pero no lo suficiente, Alessandro.

Él no respondió de inmediato. Su madre nunca aparecía sin un propósito. Y si estaba allí, significaba que venía con algo que decirle. Algo que, sin duda, intentaría clavarle en la mente como un puñal.

Ella se acercó con pasos medidos, su silueta envuelta en un vestido de seda negra. Se detuvo frente a él y alzó la barbilla con la elegancia altiva que siempre l
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