6

Nerviosa por ser descubierta, Lilia arrojó la foto sobre el escritorio y salió del despacho de Nikolai como si el diablo mismo la persiguiera. Ya luego pensaría en lo de la foto. Sus pasos resonaron en el pasillo, rápidos, torpes, como si pisara brasas. Una hora le había espetado él para estar bañada y vestida.

Vistió el camisón de seda negra que alguien ¿él? había dejado sobre la cama. Demasiado suave. Demasiado… revelador.

—¿Qué carajos pretende? ¿Qué me presente como un regalo? —murmuró, ajustándose la tela con torpeza.

El reloj seguía avanzando. Faltaban diez minutos.

El pánico le cerró la garganta.

—No. No esta noche. Ni en mil noches.

Actuó rápido: cerró el pestillo de la puerta y, con un esfuerzo que le arrancó un jadeo, arrastró el pesado tocador hasta bloquear la entrada.

—Toma eso, maldito controlador.

Los pasos llegaron puntuales.

—Lilia. —La voz de Nikolai traspasó la madera, demasiado calmada para ser buena señal.

—¡Estoy durmiendo! —improvisó, pegando la espalda a la pared.

Silencio.

Luego… un golpe seco contra la puerta.

—¿Durmiendo? Con esa voz de pánico, ptichka, hasta un sordo sabría que mientes.

Ella tragó saliva.

—¡Pues… felicidades! ¡Acabas de curar a un sordo! ¡Buenas noches!

Otro golpe. Más fuerte.

—Abres esta puerta o la rompo.

—¡Inténtalo! ¡A ver cómo explicas a tus hombres que te ganó un mueble!

Él desde afuera se rio de ella. Fue una risa profunda, inesperada.

—Vamos —Nikolai sonó casi… ¿divertido? —. Muy bien. Disfruta tu victoria. Pero mañana…

—…te aseguro que no habrá tocador en esta mansión que te salve.

Cuando Lilia despertó, se dio cuenta de que el tocador ya no estaba en la puerta… ¿Nikolai había entrado? Asustada se levantó de golpe. Nikolái estaba ajustándose los puños de su impecable traje negro. La forma en que la observó, con autoridad y algo más que no pudo descifrar, encendió de nuevo su rabia interna. ¿Cómo lo había logrado?

—Hoy, me acompañas a un evento. —La instrucción fue clara, fría, sin lugar a debate.

—¿Qué clase de evento? —preguntó, cruzando los brazos. —Además, ¿cómo demonios entraste? —Su voz sonó ronca por el sueño—. ¡Ese tocador pesaba una tonelada!

—Un evento social —contestó Nikolai, ignorando su tono defensivo—. Y tres. Primero: tengo llaves de todas las habitaciones. Segundo: busqué a dos guardias con brazos de oso. Y tercero…

Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaron con malicia.

—...nunca subestimes a un hombre al que le niegan algo.

Ella tragó en seco.

—¿Y qué? ¿Ahora vas a…?

—¿Castigarte? —terminó él, levantando una ceja—. No. Prefiero que te levantes y desayunes. Hoy será un día largo y ajetreado. Te quiero lista antes del mediodía, odio la impuntualidad.

Lilia se apresuró tanto como pudo y estuvo lista al medio día. Al entrar en la fiesta, una explosión de luces, música suave y murmullos envolvió a Lilia. Los invitados, todos miembros de la élite más poderosa, emanaban poder y misterio. Aunque se sentía como una intrusa en aquel mundo, decidió mantener la cabeza en alto. Si esta era otra de las pruebas a las que Nikolai quería someterla, estaba decidida a superarla.

Lilia era consciente de que Nikolai la observaba, vigilando desde una distancia prudente, pero ella decidió ignorarlo y permitió que su carisma natural tomara el control. Pronto, su habilidad para leer a las personas le jugó a favor. Uno de los hombres más influyentes de la sala, un tal Viktor, se mostró intrigado por ella. Amable, pero con un trasfondo de tensión que se percibía cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Nikolai. Estaba claro que se conocían, aunque la relación entre ambos parecía ser cualquier cosa menos relajada.

 Mientras Viktor hablaba con ella, riendo en ciertas ocasiones por la aguda inteligencia de Lilia, Nikolai observaba desde lejos. La forma en que su mandíbula se tensaba era casi imperceptible para los demás, pero para aquellos que realmente lo conocieran, era una señal de que su paciencia estaba al límite. Y Lilia, al sentirse observada, no pudo evitar jugar un poco más con aquella situación. Si iba a estar atrapada, al menos se divertiría un poco desafiándolo.

Lilia se despegó del hombre y recorrió el lugar con cierto recelo y admiración. Era un mundo nuevo e inesperado para ella. Y se estremeció al sentir la mano de Nikolai acariciando su cuello, sus dedos se deslizaron por la piel sensible hasta llegar a su mandíbula. Con un suspiro, entrelazó sus dedos con los de él, permitiéndole guiarse hacia su boca. Él la estaba acechando.

Nikolai la miró con ojos intensos, llenos de celos y deseo, mientras se inclinaba lentamente hacia ella. Lilia cerró los suyos, expectante, sintiendo el calor emanando de su cuerpo. Su corazón latía con fuerza en su pecho.

De repente, Nikolai la atrajo hacia sí con un impulso brusco, presionando sus labios contra los de ella en un beso apasionado y dominante. Lilia jadeó, sorprendida por la fuerza de su reacción, pero pronto se rindió a la pasión que crepitaba entre ellos. Sus bocas se movían en un baile ardiente, intercambiando respiración y saliva. Nikolai introdujo su lengua en el interior de su boca, explorándola con avidez, como si tratara de conquistar cada centímetro de su ser. Lilia correspondió el gesto, envolviendo su lengua con la suya en un duelo.

Cuando finalmente se apartaron, los ojos de Nikolai brillaban más de lo normal. Estaban ennegrecidos y ya no se veía su color azul. 

Lilia quedó paralizada al principio, sorprendida por la intensidad, intentando procesar el torbellino de emociones que la invadía. ¿Era rabia hacia él por su audacia? ¿O era un anhelo desesperado que ella misma no alcanzaba a comprender? Pronto se dio cuenta de que aquel beso era tan confuso como el hombre que lo había iniciado, agudizando ese sentimiento confuso de rechazo y atracción que la mantenía atrapada.

—No vuelvas a provocarme, Lilia. —Esta vez, su voz era más baja, casi un susurro, antes de que todo se volviera un caos.

La fiesta estalló en caos cuando el cuerpo de uno de los invitados se desplomó sobre la mesa de champán, espuma rosada le brotó de los labios morados.

Luego, hubo gritos. Cristales rotos. Los guardias desenfundando armas.

Lilia se quedó paralizada.

Él se arrodilló junto al muerto, sus guantes negros se deslizaron sobre el alfiler clavado en el pecho del coronel.

—Fue Aleksei —dijo uno de sus hombres, tendiéndoselo.

Nikolai lo abrió. Era una fotografía. Lilia no pudo evitar acercarse. Y entonces lo vio. Una mujer joven, encerrada en una celda sucia, con los ojos vidriosos del pánico. Era la hermana de Nikolai. Aleksei aun lo atormentaba con el sufrimiento de Tatiana antes de morir.

En el reverso, una frase escrita con saña:

“Jugaste a ser su heroína. Pero ¿sabes lo que le pasará a tu rosa negra?”

El aire se le cortó. ¿A qué se refería?

—Quema esto —ordenó él, arrojando la foto a su segundo al mando—. Y encuentra a Aleksei. Ahora.

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