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El aire dentro de la mansión se había vuelto espeso, cargado de una seguridad asfixiante que no dejaba espacio para respirar. Cada paso de Lilia era escoltado, cada mirada vigilada, cada gesto reportado. Las cámaras que Nikolai había instalado incluso en el dormitorio parpadeaban con sus luces rojas, testigos constantes de su vida privada. Ya no era una reina… era una prisionera de lujo.Esa mañana, Lilia se acercó a la ventana en uno de los salones del ala este, con la esperanza de ver el jardín. Tres guardias patrullaban como sombras, y uno de ellos —uno nuevo— incluso le hizo un gesto para que se alejara del cristal. Fue la gota que colmó el vaso.Horas después, lo encontró en el estudio, revisando papeles con la frente fruncida, una copa de coñac a medio terminar. Ella se acercó despacio, intentando mantener la calma que apenas le latía en el pecho.—Nikolai… esto no puede seguir así —dijo, con la voz serena pero firme—. Me estás vigilando como si fuera una prisionera. Hasta cuand
Las aguas seguían agitadas, como si se negaran a calmarse tras la furia del enfrentamiento. Pedazos de madera flotaban como cadáveres de un campo de batalla silencioso. El olor a pólvora y sal aún se aferraba al viento. Entre la espuma blanca y restos de cargamento, un cuerpo flotaba, semiinconsciente, sostenido apenas por una tabla rota.Alessandro.Sus labios estaban morados, sus párpados pesados, su cuerpo helado. Un leve hilo de sangre le descendía por la frente. Había dejado de luchar hacía horas. Solo flotaba, entregado, mecido por el mar que no terminaba de tragarlo.El ruido de un pequeño motor rompió el silencio.Un viejo barco pesquero avanzaba entre la neblina, arrastrando redes semivacías. A bordo, un hombre delgado, de rostro curtido por el sol y la sal, distinguió algo flotando entre los restos. Frenó el motor. Silencio. Luego, un grito.—¡¡Aquí hay alguien!! ¡¡Vivo, creo que está vivo!!La red fue lanzada con destreza. Con esfuerzo, el cuerpo fue izado a bordo. Alessandr
La mansión Petrov olía a incienso amargo y desesperación. Las luces estaban encendidas desde hacía horas, los sirvientes caminaban con pasos apurados, y los teléfonos no dejaban de sonar. La madre de Alessandro, vestida con un camisón de seda negra y una bata de encaje arrugada por la tensión, estaba sentada frente a la chimenea apagada, aferrando un rosario entre los dedos. No rezaba. Solo repetía el nombre de su hijo como un conjuro: Sandro, Sandro, Sandro…Igor Petrov, en cambio, caminaba de un lado a otro con una copa en la mano y los ojos inyectados en sangre. El informe más reciente llegó como un latigazo en la nuca.—La chica —dijo uno de los hombres de confianza, con la mirada baja—. La Volkov. Anya… fue raptada. Los hombres de Leonard la sacaron hace unos días de la mansión.Un silencio tenso inundó la habitación.La madre de Alessandro alzó la cabeza como si le hubieran clavado una aguja en el cuello. Sus ojos se encendieron de rabia, la misma rabia ciega que solo puede nacer
El amanecer filtraba su luz dorada a través de los cristales empañados del invernadero. El perfume tenue de las gardenias flotaba en el aire, mezclado con el rocío que mojaba las hojas y caía en gotas minúsculas sobre los pétalos. Anya estaba sentada en un banco de hierro forjado, encogida sobre sí misma, con los brazos rodeando sus piernas, con la mirada fija en un punto indefinido entre las flores. Parecía una figura de porcelana olvidada en un rincón del mundo.Leonard cruzó el umbral en silencio. Había regresado por fin. Estaba a salvo, entero, de una sola pieza y con un deseo enorme de verla. El mar no lo había arropado con ninguna maldición como había hecho con Alessandro. No hizo ruido al empujar la puerta, no dijo su nombre. Se detuvo allí, a unos pasos de ella, mirándola como si no terminara de creer que estaba viva, que seguía allí, respirando, hermosa incluso bajo la palidez del cansancio. Tenía los ojos hinchados, seguramente por llorar, y la bata de dormir caía descuidada
Pasaron días. Alessandro seguía varado con aquel anciano que lo había recogido. Pero tenía muchos problemas, uno bien sabido: no recordaba nada de su pasado.Ese día, el anciano le presentó a una pequeña mujer menuda. Era su hija, una joven viuda llamada Irina. Ella no preguntó su nombre. Él no lo sabía. Tampoco le importó. Tenía la mirada confusa de un bebé recién nacido. Sin embargo, ella lo llamó Luka, un nombre suave, sin historia, y él lo aceptó como si siempre le hubiera pertenecido.Irina era la hija del pescador. Viuda joven, de rostro claro y manos que sabían curar tanto como remendar redes. No hablaba mucho, pero lo cuidaba con una ternura sencilla. Le preparaba infusiones, lo ayudaba a caminar cuando sus piernas temblaban, y por las noches le dejaba una lámpara encendida, porque notaba que él temía a la oscuridad.A veces, cuando ella creía que dormía, lo observaba desde la puerta. Había algo quebrado en él. Una sombra detrás de esos ojos sin pasado.Los días se volvían ruti
—Te pedí que bailaras para ellos, Lilia, no que tomes decisiones por tu cuenta —el jefe del club, Valentín, golpeó la mesa con fuerza, sus ojos oscuros reflejaron su impaciencia.El club vibraba con el estruendo del jazz desafinado. La atmósfera cargada de humo hacía juego con las miradas codiciosas de los hombres que llenaban el lugar. Todo en aquel lugar gritaba peligro, y Lilia lo sabía. Pero seguir allí era un mal necesario.—No soy un objeto, Valentín. No voy a bailar para un grupo de desconocidos solo porque tú quieras mantenerlos contentos. Ya hago suficiente —replicó ella, con voz firme, aunque sus manos temblaban de furia contenida. Había lidiado con hombres como él toda su vida; hombres que confundían su fuerza con una invitación para doblegarla —¿O prefieres que termine como mi hermana? Esos hombres son peligrosos, son mafiosos y en cualquier momento los matarán. Sofía entró en ese mundo y ahora está en la cárcel por culpa del maldito de Aleksei, quien ahora también me está
El auto vibraba alrededor de ellos. El miedo le cortaba la respiración, pero entre sus piernas, un calor traicionero empezaba a extenderse. No. No. No. Se lo repetía como un mantra, pero su cuerpo respondía de otra manera. —¿Quién eres? —dijo con la voz entrecortada. Nikolai detuvo el movimiento del arma. Sonrió. Era una sonrisa de lobo que había visto demasiadas presas desangrarse.—¿En serio? ¿Ahora preguntas? —Su mano libre le agarró la cara, los dedos se hundieron en sus mejillas—. Soy el hombre que te va a enseñar lo que vale ese cuerpecito.Ella intentó escupirle, pero solo consiguió humedecerle los dedos. Nikolai se los llevó a la boca, los chupó lentamente, sin perderla de vista.—Pero si necesitas un nombre… —Se inclinó, rozando sus labios contra la oreja de ella—: Nikolai Volkov. Dueño de este auto, de esta noche… y dentro de poco el dueño de todo tu ser.Lilia sintió el pánico y algo más—una curiosidad enferma que la hizo preguntarse cómo sería esa boca en otros lugares.—
Días después…Nikolai había acordado reunirse con Aleksei. Había escogido el lugar: un almacén abandonado, lejos de las miradas curiosas y empapado con el aire de peligro que le convenía a la ocasión. Las paredes desgastadas y el eco de cada paso daban a la reunión un aura de tensión que era casi palpable. Lilia lo seguía de cerca, obligada por los hombres de Nikolai, quien no parecía dispuesto a dejarla escapar de su control. Ella había jurado no mostrar miedo, pero cada movimiento de la noche la estaba poniendo a prueba.—¿Por qué debo estar aquí? —exigió saber, con la voz firme pero la mirada nerviosa moviéndose entre las sombras del lugar.Nikolai no la miró, pero su tono fue inamovible. —Es mejor que veas por ti misma cómo funcionan estas cosas. Así, la próxima vez pensarás dos veces antes de desafiarme. Antes de que pudiera replicar, las enormes puertas metálicas se abrieron con un chirrido y un grupo de hombres entró en formación meticulosa. En el centro, Aleksei Romanov avanz