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2. Fíjese por dónde camina la próxima vez

— ¿Cómo han ido las entrevistas? — preguntó Harry después de que ese muchacho lo hubiese llamado para saber cómo seguía — ¿Cumple Kira tus expectativas?

Kira, Kira, Kira. Suspiró Jack y evocó por un segundo lo que había sucedido en la empresa esa mañana. Todavía no comprendía que carajos fue lo que le pasó con esa mujer, pero lo cierto es que disfrutó muchísimo enfrentarse verbalmente a ella, sobre todo, porque antes ninguna mujer había sido capaz de sacarlo de sus casillas.

— Es una mujer… — intentó describirla, pero ella era tantas cosas a la vez.

— ¿Excepcional?

— Repelente.

— ¿Brillante?

— Irrespetuosa — sí, esa era la palabra correcta para referirse a ella.

Harry soltó una pequeña carcajada que terminó por arrancarle un quejido de dolor a la altura del hombro. Estaba recuperado, aunque no del todo.

— Imagino que no se lo pusiste fácil — le dijo el hombre, que bastante bien lo conocía.

Jack volteó los ojos y bufó.

— No creo que vaya a funcionar, y sí, la entrevista con ella fue… interesante — recordó, era, de todos los postulantes, quien tenía los argumentos más sólidos —. Es una mujer preparada, pero no creo que eso sea suficiente. ¿Estás seguro de que ella podría ser la indicaba para relevarte?

— Completamente, Jack, la conozco y sé que puede llevar a la empresa al siguiente nivel — le aseguró —. Dale la oportunidad, no pido más, deja que ella te demuestre su potencial y entonces serás tú quien tome las decisiones.

— Bien, espero no estés equivocado — ni equivocarme yo también… se dijo a sí mismo — Por cierto, quería pedirte que estés mañana presente en el debate de estrategias, ya que también hay otros postulantes muy capacitados, y bueno, quiero tomar una decisión lo más parcial posible, sin influencias. ¿Cuento contigo?

— Estaré allí, muchacho.

— Bien.

Esa noche, llegó a su pent-house en el centro de Manhattan, inquieto, todavía pensativo. Y es que aunque buscara razones en su cabeza para entender que tanto le fastidiaba de la tal Kira, no daba con ninguna. La mujer era atrevida, insolente y malcriada, sí, pero tenía temple y un lado combatido que sacaron lo peor de él ese día, haciéndolo sentir irritado, fuera de su control.

Se aflojó el nudo de la corbata y se obligó a dejar de pensar en ella, en lo que inevitablemente le provocaba. Se ejercitó en su gimnasio privado y una hora más tarde, sin darle oportunidad a su mente para evocarla, se puso a trabajar desde su portátil.

En el correo que compartía con el departamento de recursos humanos, ya tenía los expedientes de los postulantes al cargo; aunque faltaba uno, y oh, sorpresa… era el de ella. Oteó el reloj en su muñeca con una sonrisa sarcástica para comprobar que ya eran pasadas las diez. ¿Es que acaso no se tomaba nada en serio esta mujer?

Hastiado, cerró la pantalla. Lo último que necesitaba en su vida es que la protegida de Harry estuviese causando un impacto en él como lo había hecho ese día.

Bufó y tomó una toalla para irse a directo a piscina.

Kira llegó a su estudio después de una intensa jornada de Pilates a la que se había inscrito ni bien llegó a la ciudad, y cómo siempre, se quitó los zapatos en la entrada, mimó a Félix; su gato, dejó el helado de choco menta en el congelador y colocó en agua los tulipanes blancos que había comprado en un puesto cercano.

Minutos más tarde, tomó una ducha tibia, e inesperadamente, Jack Akerman se coló en la intimidad de su baño para tocarla a través de sus propias manos, recorriendo sus pechos con profesionalismo y explorándola más allá de lo debido.

Para cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, fue muy tarde. El nombre de ese hombre escapó de sus labios en un gemido que amortiguó el sonido que hacía el agua cuando sus dedos chocaban contra su sexo.

Aliviada y sonrojada, se recargó contra los azulejos para después reírse sin más. Jack no era una tierra que quisiese labrar, sobre todo porque era muy probable que se convirtiese en su jefe en las horas siguientes; sin embargo, a solas, en su intimidad, ¿qué le impedía fantasear? Encima, el tipo tenía mucho de que alardear.

Suspiró

Ella era arriesgada, pero también era correcta y disciplinada; sobre todo en el ámbito laboral, por eso, no hacía falta recordarse hasta donde llegaban sus límites, los tenía muy claros.

Salió de la ducha y tomó el bote de helado antes de meterse bajo las sábanas y enviar su archivo personal al e-mail de la empresa.

No pasó demasiado tiempo para que recibiese una respuesta.

“Tiene una muy mala costumbre en ser la última, señorita Raleigh” — Jack Akerman. Director ejecutivo del grupo Akerman.

Una sonrisa traviesa se apoderó de sus labios, y después de pensarlo, tecleó rápidamente:

“Y agradezca que se lo envío en horario no laboral” — Kira Raleigh. Asesora ejecutiva de estrategias.

Del otro lado de la pantalla, y como nunca, Jack soltó una carcajada y meneo la cabeza.

“Siempre tiene algo que decir. ¿No es así?” Envió.

“Sip”

¿Sip? ¿Qué clase de respuesta era esa? ¿Es que acaso tenía seis años? Bufó, resignado.

“La veo mañana, señorita Raleigh. No olvide llevar consigo la puntualidad”

“Y usted la sonrisa”

Otra sonora carcajada llenó el silencio del solitario y vacío Pent-house.

Era la primera hora de la mañana y Jack se sentía más ansioso que de costumbre, y muy en el fondo, sabía por qué. Su día comenzó con una rutina de trote alrededor de la manzana y un desayuno alto en proteína que le preparaba su chef personal. Para las siete, cuando su equipo de seguridad lo custodiaba a través de las puertas del edificio, distinguió a Kira, tonteando con el móvil como una quinceañera.

La vio andar por varios segundos sin poder evitarlo; meneaba las caderas como una profesional e iba atrapada en un traje ejecutivo color llamativo que sacudió feroz su entrepierna. Y advirtiendo lo que sucedería en el siguiente paso que ella iba a dar si no hacía algo, la tomó firme de los brazos.

Kira alzó la vista y abrió los ojos de par en par, encontrándose con los poderosísimos azul cobalto del mismísimo Jack Akerman.

— Lo siento, no lo vi — le dijo ella quedamente, atrapada aún en su férrea mirada, y experimentando la extraña sensación de sentirse segura en sus brazos.

Él tampoco tardó en notar el calor que emanaba de su anatomía femenina y por eso tensó la mandíbula.

— Fíjese por dónde camina la próxima vez — la aconsejó, alejándose sin más, pero apenas había dado un par de pasos cuando se percató, a través de sus reflejos, su dificultad para poder caminar — ¿Está bien?

Ella alzó la vista, se aferró digna al bolso que compro la temporada pasada y empezó a cojear.

— Lo estoy.

Jack sonrió y negó con la cabeza, siguiéndola a paso ligero.

— No me lo parece. ¿Necesita que la ayude?

— Gracias, pero puedo sola.

Con dificultad, llegó a las escaleras. ¡Y encima era brava!

— Claro, lo olvidaba. ¡El bendito feminismo! — suspiro — ¿Piensa subir así hasta el último piso?

Ella se encogió de hombros.

— Es bueno para la circulación.

¡Dios… dame paciencia, porque si me das ganas, la como a besos!

— No sea terca, ni siquiera puede caminar, deje la ayudo.

— Le dije qué… ¡Ah! — chilló cuando de pronto dejó de tocar el suelo para ahora sentir unos firmes pectorales contra ella... ¡Y qué duros eran! — ¡¿Qué está haciendo?! ¡Bájeme ahora mismo! ¡¿A dónde me lleva?!

Jack sonrió con ella a cuestas, estaba sonrojada como un tomate e indiscretamente eso le pareció divino.

— La llevaré a la enfermería de la empresa — le explicó con calma a pesar de los malos intentos de ella por sacudirse y se dirigió hasta el ascensor privado — Y dejé de moverse, me está lastimando el cuello.

— ¡Y usted bájeme en este preciso instante! ¡Se lo ordeno!

— Le recuerdo que el de las órdenes aquí, soy yo, y si no estuviese de distraída con el móvil no estaría en esta situación.

Ella se zarandeó.

— ¡Le he dicho que me baje! ¡Todos nos están mirando!

— Lo hacen porque usted no deja de gritar como una cacatúa, y la bajaré cuando sepa que puede caminar bien, he dicho.

Sin darle la oportunidad para replicar otra vez, las puertas del ascensor se abrieron y Jack no se detuvo hasta llegar al área de enfermería, consciente del cotilleo a sus espaldas.

¡La cereza del pastel! Ahora sería la comidilla de sus propios empleados.

— Clara — se dirigió a una mujer mayor, rubia, y de sonrisa muy encantadora, que los recibió ni bien se asomaron por la puerta —. La señorita Raleigh tiene una lesión en el tobillo, por favor revísela.

La mujer asintió al mismo tiempo que él dejaba a Kira en una camilla y esta le regalaba una mirada furtiva que le pareció por demás infantil.

— Estoy bien, no hace falta — gruñó ella, volteando los ojos, intentando incorporarse otra vez.

Jack suspiró, obstinado.

— Clara, obedezca, y si la señorita sale de aquí sin ser atendida, lamento decirle que será despedida — advirtió, mirando fijamente a la muchacha — dudo que tenga el corazón hecho de piedra como para permitir que esta pobre mujer pierda el único sustento que tiene para alimentar a su familia, ¿verdad?

La paciente se cruzó de brazos, resignada. ¡Quería matarlo! Y Jack esbozó una sonrisa, saboreando la victoria.

Clara comenzó a trabajar en su pie. Allí las lesiones de tobillo eran más comunes de lo que parecía.

— La veo en la sala de reuniones cuando se siente preparada — dijo, repasando con la mirada su tobillo lastimado. Comenzaba a verse un poco hinchado ya — pero si lo cree necesario, puede regresar a casa, mi chofer estará disponible para usted.

Ella soltó una carcajada sin alegría.

— ¿Y darle la oportunidad de que no presente mi estrategia? ¡Ja, se quedará con las ganas!

— Solo me preocupo por usted como con cualquiera de mis empleados.

— No se preocupe tanto — se burló furiosísima —, y todavía no soy su empleada, tampoco necesito de su condescendencia.

— ¿Siempre es así de insufrible? — farfulló.

— Solo cuando se me cruzan seres con aire de superioridad como usted.

Jack sonrió y negó con ironía.

— ¿Cómo yo? — preguntó. ¿De qué venía todo eso? Estaba intentando ayudarla y encima lo atacaba. ¡Qué mujercita!

— Sí, acaba de amenazar a esta pobre mujer con despedirla si no lo obedece. ¿Es que se cree el dueño de todo el mundo o qué?

Recargado contra el marco de la puerta, Jack la estudió con apreciación, comiéndosela con los ojos.

— Por supuesto que no iba a despedirla — le aclaró, la mujer ya había comenzado su labor — Clara lleva más años de los que usted tiene trabajando para esta empresa.

Colérica, lo fulminó.

— ¡¿Entonces me chantajeó?!

— Y usted cayó redondita — soltó antes de retirarse con orgullo masculino.

— ¡Cretino!

Escuchó tras de sí y soltó una carcajada en el pasillo. No recordaba haberse reído así en mucho tiempo. Ella suspiró largamente y se dejó consentir por las suaves y cálidas de la mujer, pensando, con el labio atrapado entre sus dientes, que eso había sido bastante… intenso.

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