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La asesora personal del CEO
La asesora personal del CEO
Por: miladyscaroline
1. ¿Una mujer en mi equipo? ¡Ni hablar!

— ¿Una mujer en mi equipo? — se burló Jack y sonrió sarcástico — ¡No, ni hablar! Abuelo, Harry — se dirigió a cada uno respectivamente — saben que siempre he escuchado lo que tienen para decirme, pero también saben mi firme posición sobre este asunto. ¡Las mujeres no están capacitadas para un cargo de este nivel!

Harry suspiró.

Conocía a ese muchacho desde que era un niño y por supuesto que sabía su opinión respecto al sexo opuesto; sin embargo, la mujer en cuestión no era alguien que se podía definir simplemente como “el sexo opuesto”

— Hijo, escucha a Harry, por favor — le pidió su abuelo.

El aludido se pellizcó el puente de la nariz y negó con la cabeza. ¡Lo que le faltaba! ¡Esos dos confabulados para fastidiarlo! ¡Era un NO rotundo! ¡Faltaba más! ¡Una mujer! ¿Cuándo se les había ocurrido semejante tontería?

— Kira es una mujer tenaz y preparada, Jack; es correcta y disciplinada — le aseguró el accidentado y él no pudo hacer más que reírse de ese chiste. ¡Disciplinadas sus pelotas! Ya tenía gente así en su equipo. ¿Qué podría tener la tal Kira de especial?

— Harry, sabes cuánto te aprecio y respeto, pero…

— Precisamente por el cariño que me tienes, muchacho — le dijo el hombre al interrumpirlo — hazlo por mí y permite que sea ella quien te demuestre de lo que está hecha.

Después de haberse quedado por varios segundos en completo silencio, y procesando el poder que tenía ese buen hombre sobre él, suspiró.

— Bien, pero será bajo mis condiciones — advirtió — competirá por el cargo como el resto, y si es tan excepcional como dices que es, entonces te aseguro que seré parcial en cuanto a mis decisiones.

El hombre se dio por satisfecho. Conocía de sobra el intelecto y capacidad laboral de esa jovencita, y estaba seguro de que se convertiría en su relevo, se quitaba el nombre si no.

— Te prometo que no te decepcionará.

Jack negó; todavía desconfiando, pero se acercó al hombre que quería desde que era un niño y colocó una mano sobre su hombro.

— Lo que quiero que me prometas es que serás un buen paciente — le dijo —. Ya ha escuchado las quejas de las enfermeras en los pasillos. También hablé con tu doctor, así que es muy probable que te den el alta esta misma tarde y entonces me aseguraré personalmente de que cumplas las indicaciones médicas y guardes reposo. Otra cosa, mi abogado y su equipo ya están trabajando para que el culpable pague por esto, tú no deberás preocuparte por nada a partir de ahora.

— Muchacho, no seas terco, te dije que fue un accidente — intentó explicarle otra vez ese día.

— Los accidentes no existen — aseguró con aprensión — al menos no para mí y lo sabes.

El hombre asintió, resignado, sabía qué hacerlo entrar en razón era una batalla perdida.

La mañana siguiente, puntual, Jack llegó a las oficinas del grupo Akerman, saludó con un simple asentimiento de cabeza al guardia y se dirigió hasta el elevador privado. Junto a él, siempre se movía Kiliam, su jefe de seguridad personal.

— Buenos días, señor Akerman, los postulantes al cargo de asesor de estrategias ya están aquí — le informó Sophie; su asistente, ni bien se abrieron las puertas.

— ¿Están todos?

La joven revisó por enésima vez su tableta. Jack no era alguien que soportara las equivocaciones.

— No, señor, solo falta una.

Él se detuvo a un palmo de la puerta y se giró con ese semblante serio que siempre lo caracterizaba.

— ¿Nombre?

— Kira Raleigh.

Sonriendo, negó con la cabeza. Harry siempre había sido un hombre muy acertado, lástima que esta vez se haya equivocado, pues “la joven tenaz y preparada”, no se había presentado.

— Bien, no perderemos tiempo, dirige a los que están a la sala de reuniones — decidió — será una entrevista grupal.

Sophie obedeció, y sin esperar contratiempos, Akerman dio por iniciada la reunión.

Más tarde, varios golpecitos sobre la puerta hicieron que el director ejecutivo del grupo alzara la vista con temperamento, y luego de que Kiliam abriese, la dueña de unos seductores ojos amielados apareció.

— ¿Y usted es…? — preguntó Jack con cero tolerancia a las interrupciones, e inhalando el perfume frutal que, de pronto, inundó la sala de reuniones.

La joven intrusa parpadeó, y sin nada de fragilidad en su postura, dio un paso al frente.

— Kira — se presentó con voz dulce… muy dulce, y femenina — Kira Raleigh. Estoy aquí porque…

— Sé por lo que está aquí, señorita. ¿No tiene un reloj en casa? — masculló él con voz profunda y negó fastidiado.

— Yo…

— Como sea, no se quede allí, pase y siéntese.

Kira obedeció con los dientes apretados. ¿Y a este tonto que le pasaba?

— No amanecimos de buen humor hoy — musitó para sí misma con sarcasmo.

— ¿Dijo algo que quiera compartir con nosotros? — le preguntó él, que la paciencia de verdad no estaba entre una de sus virtudes.

— Que hace un buen día, ¿no se lo parece? — respondió sin preocupación y se sacó por los hombros la chaqueta azul de solapa que usaba ese día. De repente había comenzado a hacer calor, y no es que Nueva York tuviese altas temperaturas en aquella época del año.

Jack suspiró contenido y prosiguió con lo suyo. Ya la reunión había comenzado y no tenía la mínima intención de atrasarla por ella; ya la pondría en su lugar después. Ja. ¡Claro que lo haría!

Una hora más tarde, la entrevista introductoria se dio por terminada.

— Esperaré sus propuestas en la siguiente reunión, pueden retirarse — dijo el CEO como conclusión — Usted no, señorita Raleigh. ¿Es consciente de que la reunión comenzó a las siete?

Ella le dio un breve vistazo que, consistió en descubrir que los ojos de ese hombre eran de un azul cobalto que rayaba la amenaza de descubrir en el interior de su alma hasta los secretos más oscuros. Después exhaló.

— Si…

— ¿Y qué llegó diez minutos tarde? — continuó él, sin poder quitarle los ojos de encima.

Era una mujer increíblemente atractiva; de belleza poco convencional, sí, poseía algo diferente, auténtico, algo que, sin preverlo, avivó su interior de un sentimiento al que todavía no le ponía nombre. Tenía el cabello castaño; más como la miel, sujeto a una coleta alta que le permitía apreciar las líneas perfiladas de su rostro.

— También — respondió ella.

— ¿Y no piensa decir nada al respecto? ¿Disculparse, quizás?

— Podría hacerlo, pero por la forma en la que me está mirando, creo que usted ya sacó sus propias conclusiones.

Jack entornó los ojos.

— ¿Y cómo cree usted que la estoy mirando? — quiso saber, ahora curioso.

— Cómo si los contratiempos no existieran para usted — explicó con acidez y él negó con ironía.

— ¿Es esa la excusa que usan ahora los irresponsables? — inquirió con ironía.

— Quizás quiso decir los que no nacimos en cuna de oro.

— ¿Está tratando de insinuar algo?

Él enarcó una ceja y ella ladeó una sonrisa de triunfo.

— ¿Se lo parece? — pregunto, aunque su tono parecía más de burla — De todas formas, sí, lo ofrezco una disculpa por los contratiempos, pero mi gato se extravió en el barrio y tuve que salir a buscarlo.

— ¿Su gato? — preguntó con sorna. ¡Eso era ridículo! — Escuche, señorita… ¿Raleigh? — ella asintió, seria — Lamento mucho lo de su gato, o lo que sea haya sucedido, espero que él esté bien, pero si de verdad quiere este puesto, debe saber qué, por nada del mundo, tolero la impuntualidad. ¿Está claro?

Ella asintió.

Harry no mentía cuando le dijo que el tipo era difícil y no tenía sentido de la consideración por nada ni nadie. Ella tampoco la necesitaba.

— Muy claro, señor… ¿Akerman? — musitó, solemne, jugando con sus propias damas, pero Jack, que no dejaba pasar nada, la miró con crudeza.

¿Estaba acaso burlándose de él? ¡Sería el colmo! Convirtió las manos en puños a ambos costados y la barrió rápido como si él fuese en un escáner humano. No debía tener más de veinticinco, era muy probable que esa fuese su edad actual. Tenía rasgos asiáticos; eso lo notó desde el primer segundo, aunque no tan acentuados, por lo que debía ser una mezcla perfecta de dos culturas.

— Otra cosa, señorita Raleigh, entiendo que está aquí por recomendación de mi antiguo asesor personal, y me gustaría que le quedara claro, que aquí, en mi empresa, no existen los favoritismos, y tendrá que pelear por el cargo como cualquier otro postulante.

Kira apretó los dientes.

— Soy una profesional, señor Akerman — susurró sin expresión alguna en el rostro — jamás he esperado los favores de nadie, y sí, sé que fui recomendada, pero es mi trabajo lo que me pone en el lugar donde deseo estar.

Jack pasó un trago, todavía mirándola. ¿De dónde diablos había salido esta mujer? ¿Sus padres la hicieron con rabia? Inhaló despacio. ¿Y él, qué hablaba? ¡Si no lo apodaban el témpano de hielo por nada!

— ¿Y desea estar aquí? — deseó saber, intrigado.

— Sería una enorme oportunidad para mí — respondió ella con seguridad.

— Bien, envíeme esta noche las referencias que avalen su experiencia laboral y académica — le pidió — Lo quiero todo detallado, tal cual, sin manipular información.

Pasó saliva, y con la mueca de una sonrisa, negó incrédula.

— ¿Querrá también mi expediente policial? — bromeó de forma cínica. ¿Es que la creía una tramposa?

— ¿Lo tiene?

— Tengo la leve impresión de que no le caigo bien, señor Akerman — le soltó sin regodearse, pues la antigua Kira, en su antiguo puesto, y en su antigua vida, se habría dejado amedrentar; sin embargo, los años habían pasado, y ella ya no era nunca más esa mujer — Lo que me tendría sin cuidado, pues he venido aquí a trabajar, no a agradar; sin embargo, sería muy poco ético de su parte intentar ponerme piedras en el camino.

Jack sonrió con ironía, aunque intrigado. Esa mujer tenía agallas y parecía tener una especialidad única por irritarlo. Pensó con peligro.

— Envíeme lo que le pedí, señorita Raleigh. Esto no es un ataque personal contra usted, y si así se sentirá al respecto, déjeme decirle que entonces este puesto le quedará grande.

Con un suspiro breve, ella irguió el mentón y lo encaró, ya había tenido suficiente de ese hombre tonto, sí, arrogante y tonto.

— A mí nada me queda grande, señor — y bastante había tenido que luchar cómo para consentir que don superior la intentase rebajar.

— Entonces demuéstrelo — la retó, divirtiéndose internamente por el repentino sonrojo que le había arrancado de las mejillas y del que probablemente ella todavía no era consciente — presénteme su estrategia en la siguiente reunión, y si es tan buena en lo que hace cómo tengo entendido, le garantizo que el puesto será suyo.

— La haré, y entonces, tendrá que morderse la lengua.

En medio del repentino fastidio que ella le causaba, quiso reír a carcajadas.

— ¿Morderme la lengua? — se burló — Eso no pasará, señorita Raleigh, y en caso de que tenga razón, no estaría haciendo nada extraordinario, es lo que hacen todos los días los hombres de esta empresa, demostrar que pueden ser los mejores.

— Ya veo de qué va todo esto — replicó, irritada — Es usted la clase de hombre machista que cree que las mujeres no podemos aspirar a cargos como estos, pero déjeme decirle una cosa, señor Akerman, en esta vida me he topado con tipos como usted... lamentablemente — enfatizó con sarcasmo — y aunque podría simplemente darme la vuelta y renunciar a la posibilidad de convertirme en la más importante asesora de estrategias que ha tenido esta empresa, no lo haré, porque es precisamente lo que usted busca, y ¿qué cree? Soy pésima para complacer a la gente.

Jack se la quedó mirando por unos breves segundos, y aunque de verdad intentó descifrarla, y ver a través de sus poros de que estaba hecha su alma, no pudo, no con ella.

— ¿Sabe que de mí depende si se queda en esta empresa o no, verdad?

— Lo tengo muy presente.

— Y aun así… se comporta de esta forma.

— ¿A su igual?

— ¿Usted? Qué va, jamás lo estaría — aseguró firmemente. ¡De eso ni dudas le quedaban!

Kira negó y volteó los ojos. ¡Qué hombre tan insoportable!

— Buenos días, señor Akerman — dijo con acidez y a modo de despido, no iba a seguir con esa tontería.

Jack apretó los ojos. ¿Cómo se atrevía? Se preguntó, y justo antes de que ella tuviese la oportunidad de marcharse de allí, no supo qué clase de impulso le entró en ese segundo que hizo que la alcanzara hasta la puerta. ¡Por amor a Dios! ¡¿Qué estaba haciendo?! ¡Él, que jamás, en serio, jamás, iba detrás de nadie! ¡Mucho menos de una mujer!

— ¿A dónde cree que va?

Kira se giró, sorprendida por la cantidad de pasos que había dado ese hombre en tan pocos segundos. Y tuvo que alzar la vista, porque ahora que estaba así de cerca, supo descubrir que ese hombre era tan alto como una palmera, y atractivo, ridículamente atractivo. Estaba ataviado dentro de un traje azul oscuro que parecía haber sido diseñado a la medida de semejante espécimen masculino, y es que si era sincera, ese día había sido impuntual, más no ciega.

— A preparar una estrategia, ¿acaso no es eso lo que me ha pedido? — se burló.

— ¡No sea atrevida!

— ¡Y usted no sea…!

— ¿Qué? — él dio otro par de pasos hasta quedar más cerca de ella.

Kira tembló, y todo el deseo que se había apagado desde la última vez que estuvo íntimamente con un hombre, se avivó de tal forma que la tomó desprevenida, desconcertándola completamente.

— Esto es ridículo — bufó — con permiso.

Él la agarró del codo, impidiendo que se marchara.

— No le he ordenado que se retire — musitó, inevitablemente cerca. Miró sus labios; eran pequeños y rosados, perfectos, tanto que le fastidiaba.

— Usted todavía no puede darme órdenes — zanjó en definitiva con tono seco.

Y se fue, dejándolo mudo y perplejo.

La mirada de Jack la siguió hasta que las puertas del ascensor se cerraron tras ella. Y fastidiado, clavó un puño en el vidrio templado del escritorio. ¿Qué había sido todo eso? Él jamás se había comportado así, menos con seres que creía inferiores a su especie.

Kira se recargó de las paredes, recuperando el aliento, y aunque lo había ocurrido allí era suficiente pretexto para salir corriendo, no lo haría, en su ADN no estaba rendirse. ¡Jamás! Y el tal Jack Akerman sabría de qué material estaba hecha.

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