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Capítulo II. Estereotipos que marcan parte 1.

Hanna.

Cuando llegamos al Gran Hotel Miller Continental, ya no esperaba nuestra Madame, en la habitación asignada para cambiarnos, maquillarnos o retocarlos, si fuera preciso, si hubiera algún accidente, que solía ocurrir con más frecuencia de lo que creéis. Siempre que asistíamos a un evento así, sobre todo si somos varios, quién nos contrataba, en este caso el hotel, nos asigna siempre una habitación para que las damas o los caballeros de acompañantes, tuviéramos un sitio donde descansar y arreglarnos.

Nuestra misión principal, había cambiado, no iríamos a un cliente determinado, más bien íbamos a embellecer, como un ornamento más el evento que se iba a producir. Muchas personas piensan que una dama de acompañante es lo mismo que una prostituta, o que un caballero acompañante, es lo mismo que un boy sexual, pero nada más lejos de esta explicación. Por lo menos en la empresa que yo trabajo, servimos de acompañante, de ornamento, para ayudar a una a un cliente tremendamente tímido, con problemas para relacionarse, e incluso para acompañar esposas, o maridos, en el momento en que su pareja se encuentra haciendo negocios, en ese mismo hotel. Se sorprenderían al saber cuántas eminencias, en ciencia, tecnología, medicina, matemáticas, nos contratan para que los acompañemos a diferentes eventos sociales, a los que ellos no están acostumbrados.

Entre mis clientes fijos, suelo tener hasta tres matrimonios, como por ejemplo el caso del matrimonio Miyamoto. El señor Miyamoto es una persona que habla muy bien el inglés, pero su matrimonio es un matrimonio tradicional japonés, con lo cual, por el contrario, su esposa no habla ningún otro no idioma que el suyo, es por eso, que suelo ser la elegida, para esta pareja, e incluso hemos trabado una gran amistad.

Aprendí japonés, gracias a mi gran oculto secreto, y es que soy, y no me juzguéis por ello, una m*****a friki mangaka de libro. Desde mi adolescencia, siempre ha adorado la cultura japonesa, pero, sobre todo, su literatura y su música, soy devoradora de manga y anime.

Tuve mis periodos, otaku, cuando vivían mis padres, solía ir a convenciones disfrazada de mis personajes de manga favoritos, pero eso ocurrió en mi época de adolescente, y guardo esos foros, como ocultos secretos, no me avergüenzo, pero tampoco es que lo vaya enseñando, y más ahora que, Mía está a mi cargo. Como siempre he dicho, fui una niña privilegiada hasta que mis padres murieron, nunca me faltó nada.

Aun así, en mi tiempo libre, disfruto de las nuevas series animadas, y algunos mangas, aunque estos menos por falta de tiempo, cuando salen por mis plataformas favoritas. Eso sí, al menos una vez al mes, libro de mi trabajo, de mis estudios, así como de todas mis obligaciones, me enfundo mi kimono que me regalaron los Miyamoto, me arreglo el pelo, recogido japones adornándolo con flores y preciosa horquillas, que también me ha regalado esa pareja, compro todas las golosinas japonesas de las mis marcas favoritas. Y así, me paso el día, poniéndome todas las series animadas, o leyendo todos los mangas que pueda, lógicamente en japonés original, cualquier friki mangaka que se precie, te diría, que sólo existe esa forma de hacerlo.

Con esta explicación solo quiero hacerte ver, que las malas interpretación que se ha hecho siempre de las acompañantes, por lo menos en lo que yo he conocido en mi empresa, pocas veces es acertada, somos más como relaciones públicas, o adornos del que nos contrata, que, del que suelen atribuirnos.

Eso no quiere decir que, no hay acompañante que reciban un plus por el sexo, sobre todo en compañía de dudosa legalidad, o muchas y muchos, que trabajan por libre.

Como te contaba en cuanto llegamos a la habitación asignada, ya nos esperaba la Madame, que nos dio las instrucciones para los cambios en la nueva contratación, ninguno teníamos asignado un invitado determinado, en realidad los contrató el propio hotel, que, ante la situación de mayor número de hombres, que de mujeres quiso igualar la desproporción. De esta manera, se hacía mucho más lúcido, vamos que éramos como los floreros de la sala, o los candelabros, cuadros, o los maravillosos espejos que había en las paredes.

Por eso habíamos sido seleccionadas las seis mejores acompañantes femeninas, y los cuatro masculinos que tenía la agencia. Como norma general se nos pedía que nos relacionáramos con todos los invitados, haciéndoles sentir cómodos, y ayudando a que ellos que detectáramos que no se integraban en la reunión, bien por timidez, o bien porque no estaban en su ambiente.

A nuestro contratante le interesaba que este tipo de eventos de hostelería no quería que salieran deslucidos, porque sus participantes o invitados no tuvieran las habilidades necesarias en este tipo de reuniones.

Así que cuando finalizamos nuestra reunión previa antes de desarrollar nuestro trabajo, mínimamente nos retocamos el maquillaje, siempre con la estimable ayuda de nuestra estilista particular, Beatriz Walker, y sin dilación. nos dirigimos al evento, que ya estaba por comenzar.

Pronto entré en mi faceta de niña rica, de atractiva supuesta heredera, que era el papel que solía atribuírseme siempre, solía sonreír mucho, interesarme por los temas que hablaban y, a la vez, estar pendiente de los descolgados de los grupos, que estaban en una esquina, aislado.

Justamente así estaba un invitado, que miraba, con su copa en la mano, de un lado para otro, sin saber qué debía de hacer. Después de casi dos años haciendo esto, aprendí a identificar las personas que se sienten fuera de lugar.

- "Veo que este tipo de reuniones no son lo tuyo."- dije al acercarme, él estaba de espaldas a mí, mirando por la ventana del gran salón, como queriendo escapar por ella, así que ese fue mi modo de iniciar la conversación, siempre sonriendo.

Al girarse hacia mí, noté como sus ojos se abrían, al igual que su boca. No soy la típica mujer que intenta hacer ver que no se la impresión que causo en los hombres cuando me ven, mi genética ha sido bastante favorable, por ser muy diversa, padre alemán, madre inglesa, pero con raíces españolas.

Pero sinceramente, aunque prefiero siempre estar vestida con mi bata de cirujana, mi gorro, y mi mascarilla, que como iba vestida en ese momento, que era los más cercano a que una sexy caperucita, de una madera traviesa, se hubiera escapado del cuento para ofrecerse a ser devoradas por todos los lobos hambrientos que encontrara. En traje que había elegido Bea, no cruzaba la línea de los indecente, porque tenía unos centímetros más de tela, que cubrían en los sitios adecuado, pero vamos que, con un poco de imaginación, esos centímetros desaparecían rápidamente.

-"Soy Hanna, un placer"- le dije extendiendo mi mano a modo de saludo, ante su evidente falta de comunicación y alto grado de asombro.

Una norma en la empresa es decir tu nombre únicamente, puedes cambiártelo si quieres con los diferentes clientes, pero yo no suelo hacerlo, lo importante es hacer que el cliente se sienta a gusto.

- "Walter Patel"- dijo medio ahogado. 

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