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Capítulo VII. Segundos encuentros: Nuevos malentendidos parte 2.

Hanna.

Yo tenía claro porque le había dicho eso a Jhon, la familia de este traidor me adoraba, sobre todo porque la madre de John es la persona más elitista que hay sobre la tierra, tener una nuera médica, la elevaba aún más a las pretensiones sociales de Barbara Raddiffe, llevándola a la cúspide. 

En cambio, la que iba a ser mi suegra antes, odiaba a mi mejor amiga, de hecho, en múltiples ocasiones había intentado que dejara esa amistad, ya que Candece no había acabado los estudios, debido a que su familia se había arruinado hacía años, bajo un gran escándalo donde había habido de todo, y ahora trabajaba de secretaria para John, gracias a que yo le pedí que le diera trabajo. Encima de todo, soy estúpida.

No había avanzado unos metros fuera de la joyería, cuando fui interceptada, por John y unos segundos después por Candece, que me miraba llorosa, detrás de mi traidor exnovio.

- “Espera Hanna, no es lo que piensas”- se atrevió a decirme el estúpido.

- “De verdad, John tiene razón, sólo me hacia un regalo por mi cumpleaños.”- me decía Candece detrás de él. Al ver que se detenían delante de mí, impidiéndome avanzara, me crucé los brazos, y los miré seria.

- “Me voy a ahorrar el hecho que me consideréis estúpida, pero creo haberte dejado claro que no quiero verlos más.”- le dije mirándole a los ojos a John.

Por un segundo, vi como el intentaba buscar algo que decir, y al final optó por enfadarse, para justificar su falta, lo conocía tan bien que hasta sus expresiones las identificaba rápido.

- “Tú tienes la culpa, casi nunca estas, siempre estás trabajando, o estudiando, es normal que termináramos así Candece siempre está ahí para atenderme, así que siéntete responsable también.”- me dijo, y yo casi estallo de risa ante esa excusa. Pero Candace lo secundó.

- “Es verdad, Hanna, tú no sabes tratar a John como se merece, yo sí, le doy lo que él quiere, en realidad es bueno que te enteres así, y dejes de meterte entre nosotros.”- dijo está agarrándose del brazo de John, y mirándome con descaro. 

Al parecer esa acción no le gustó a John que intento alejarla, mientras ella se agarraba más fuerte a él. Iba a ponerlos a los dos en su sitio, cuando una voz que no esperaba surgió a mi espalda como la primera vez.

- “Vaya Hanna ¿problemas de nuevo en el trabajo, con otra pareja? Parece ser que su profesión no es muy rentable, si tiene que dar explicaciones por lo que hace, a cada paso que da.”- dijo esa voz magnética, con dejes de burla.

Hasta ahora, mis sentimientos eran más de dolor, y decepción, por sentirme traicionada, que, de furia, pero esa voz y su significado, me hizo ver que la furia, también era un sentimiento adecuado, sobre todo si el que lo generaba era un gillipollas metomentodo, que se creía con derecho a juzgar al resto de los mortales.

Me giré lentamente, olvidándome de esos dos traidores, y centrando, como una forma de desahogarme, en la persona que, en este momento, era mi mejor rival, el que más se lo merecía, por bocazas y entrometido.

- “Veo que hay días que es mejor quedarse en casa, las alimañas salen por todos lados.”- dije mirándole a los ojos, intentado que esa mirada de hielo, no me congelara el alma.

El bocazas lobo, iba, por desgracia, y de forma muy injusta, muy bien vestido, arrebatadoramente sexy, con un traje que valdría lo que me costaba a mí un semestre en la universidad. Además, no iba sólo, varias personas a su alrededor todos trajeados, entre hombre y mujeres, que lo seguían como perritos falderos a su amo. El aura de poder que, destilada ese maldito estúpido a su alrededor, se podía cortar con un cuchillo.

- “¿Lo conoces?”- oí que preguntaba Candece con voz melosa. Al parecer a la rubia traidora le gustaba lo que veía, ya, aunque estuviera junto a quien se suponía que era su amor, ella no podía evita babear por otro hombre. 

- “¡Increíble!”- pensé. Mientras, un colorado John, pasaba a mi lado haciendo reverencias, como si fuera un esclavo a su dueño. - “¿Qué demonios pasa aquí?”- murmure mirando todo ese espectáculo.

- “Señor Miller, que honor, no lo esperaba aquí, soy John J Herman Raddiffe, de Raddiffe E.l. Company.”- dijo John, casi arrodillado a los pies del lobo estúpido.

Yo lo miraba, y comencé a sentirme que sobraba entre tanto idiota. Mientras el lobo no apartaba sus ojos de mí.

- “¡Vete de aquí, Hanan! que se te pueden pegar algo, y tú estás estudiando.”- me dije a mi misma. 

Así que aproveche, que Candece estaba babeando, por un lado, y John estaba casi besando los pies al lobo trajeado, que, esquivando a mi examiga, continue mi camino. Pero no había dado ni cuatro pasos, cuando la voz del Alfa volvió a oírse de nuevo, haciendo que todo se quedara en silencio.

- “¿Nos abandona tan rápido, señorita Müller?”- dijo con cierta tensión en la voz.

- “Si verá, señor lobo, es que tanta estupidez junta, a mi intelecto, le sobrepasa, así que como dice el dicho ya que dios los cría, ellos se juntan, pero yo prefiero abandonare el barco. Adiós, lobito, y no te pises la cola con tantas babas a tu alrededor, lo mismo te caes y haces el ridículo, y eso para un macho alfa como tú, no es bueno para su imagen, de ninguna manera.”- le dije mirándolo y sonriendo con ironía, y dando un giro que envidiaría la mejores divas de los años de oro del cine, con mi cabeza , que hizo que mi pelo flotara de forma sexy alrededor de mi cara, y sin más, me fui por la pasillo sonriendo y contoneando mis caderas, al puro estilo de Marilyn Monroe, orgullosa de mí misma, por mi triunfo dialéctico. 

Solo cuando estuve en el coche, me percataba que el lobo me había llamado por mi nombre, y las ganas de golpearme volvieron. Esperaba que el lobo estúpido no fuera de la raza vengativa, o muy pronto mi trabajo podría estar en peligro. Bueno para ser justos él no era un cliente, así que no tenía por qué temer nada. Justo antes de salir del aparcamiento recordé a John y Candece, y esperé el ramalazo de dolor que había sentido cuando los vi juntos, con arrumacos, en la joyería, pero no llegó, aun me duraba las ganas de golpear a ese estúpido lobo, y por alguna razón esa furia lo anulaba todo. 

Con verlo dos veces, en menos de cuatro días, había hecho que mi forma de ser dulce, tranquila y relajada desapareciera, para salir esa parte de mí que suelo ocultar, la de una arpía, de lengua viperina y un genio de mis demonios, herencia de la rama española de mi madre. 

Esa herencia era más visible en Mia, que era un calco físico y de carácter, como una m*****a copia, de mi abuela materna, la sevillana e inigualable, Lola Domínguez. Yo la había conocido, antes de que falleciera, y aparte de ser la mujer más cariñosa de este mundo, sobre todo con sus nietas, era también la mujer más sincera, que yo había conocido, las apariencias no iban con ella, y nunca se callaba nada. Mi abuelo y mi madre no podían con ella. La verdad es que el hecho mucho de menos era como un soplo de aire fresco, en este mundo ingles tan rígido.

Pues justamente fue de la señora Lola, donde mi hermana y yo heredamos este genio infernal, más, profundo y arraigado en ella, aparte de los ojos grandes, estilo moro, y como, lo mejor de todos, el poder maldecir en español, como todo un nativo. 

Cuando estaba colocando la comida en el refrigerador, un recuerdo me asaltó.

- “¿Cómo lo había llamado el idiota de John? ¿Señor Miller?”- dije en alto, y sin saber porque, y sin pensármelo, no pude evitar la curiosidad, así que dejé lo que estaba haciendo, y sin terminar de guardar la comida, cogí mi móvil y busqué su nombre.

- “¡Mierda!, ¡Me cago en …! ¡Estoy muerta! ¿dónde te has metido Hanna Müller? ¿Pero qué has hecho?”- me dije alto usando mi español con acento inglés, al comprobar quién era verdaderamente el Lobo.

Mi mala suerte había conseguido que me hubiera puesto de enemigo, nada más y nada menos, que al CEO del grupo Miller, una multinacional norteamericana. Un rey tiburón, entre tiburones, el Rex de los negocios. Y yo lo había ridiculizado, delante de sus empleados, la presión que tenía en el pecho se hizo más pesada.

- “Bueno lo mismo, no pasa nada, yo soy un gusano insignificante al lado de ese tiburón.”- dije en alto, queriéndole quitar importancia a la presión de mi pecho. - “Si claro, y los cerdos vuelan”- dije gimiendo, mientras me daba golpes en los labios por estúpida, y bocazas.

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