Capítulo 4

Lilia se mira en el espejo y sonríe debido a las ojeras que tiene. Se siente tonta porque esa hinchazón en el contorno de sus ojos le es causa de felicidad. Pero todo se debe a que madrugó la noche anterior, gracias a que estuvo hablando con Bratt por medio de mensajes de texto.

Es la primera vez que tiene ese tipo de amistad con alguien, y ha sido la razón por la que le ha subido el ánimo y la autoestima también.

—Eres tan divertido y lindo, Bratt —musita mientras mira a la nada con una sonrisa tonta—. Mis momentos favoritos son los que me paso hablando contigo. ¿Te sucederá a ti lo mismo? Puede que no, de seguro tus momentos preferidos son los que le dedicas a tu mejor amiga.

Ella se dirige a la cocina para desayunar, pero a medio camino se esconde porque escucha la voz de su madre, lo que significa que ella se encuentra allí.

Escondida, espera a que su progenitora salga para ella poder entrar. Todo se debe a lo estricta y brusca que suele ser su mamá, en cuanto a la alimentación se trata, al punto de que Lilia se siente presionada por ella; por lo tanto, no le gusta mucho estar en su presencia porque le da la sensación de que le repugna a su progenitora, y eso la hace sentir muy avergonzada.

—Buenos días, mi niña —la saluda su nana—. ¿Qué quieres desayunar hoy? —pregunta complaciente.

Lilia se pone un dedo sobre los labios y se queda pensativa. Aquel día desea pecar con el desayuno como suele hacer a veces, así que decide pedir panqueques y un batido de chocolate.

La señora empieza a prepararlos junto a Lilia, quien disfruta mucho ayudarla a cocinar. Cuando todo queda listo, Lilia se sienta en la mesa de la cocina porque prefiere desayunar allí. Se frota las manos y su boca saliva de más al saber que pronto disfrutará de tal delicia de la que casi siempre se abstiene.

—¿Qué es lo que estás comiendo, cerda? —interpela su madre, quien ha entrado a la cocina sin ser percibida, y la mira con desprecio y asco.

Lilia da un respingo del espanto y baja el rostro asustada y avergonzada.

—Hoy tenía ganas de romper un poco la dieta. Es que estoy cansada de comer lo mismo siempre, aparte de que nunca quedo satisfecha, mamá —se excusa.

—¡Eres una adicta a la comida! ¿Acaso no te da vergüenza? Yo con tu apariencia estaría pensando en hacerme un par de cirugías y ni siquiera probaría bocado. Pero ¡claro! La cerdita solo piensa en tragar y tragar. ¡Eres repugnante, puerca! ¡Oink, oink! —se burla, haciendo gestos despectivos con la nariz y con la boca.

Lilia llora en silencio mientras su cuerpo es sacudido por varios espasmos. Su madre, en cambio, la mira con rabia. Simplemente no la soporta. Es tan débil y patética que su sola presencia le es molesta.

Entretanto, María observa la escena con expresión triste. Le da mucha lástima la manera en que esa familia trata a la joven, lo que le parece injusto y malvado.

La señora Rocca sale de la cocina sin añadir nada más, dejando a su hija menor destrozada y en un mar de lágrimas.

—Mi niña, no le hagas caso a tu madre. Tú eres hermosa con o sin hacer dieta; además, disfrutar la comida que te gusta no está mal. No llores más, por favor. Cómete tu desayuno, ¿sí?

—¡No! —estalla Lilia con gran ira—. ¡No me voy a comer esa basura! ¡Todo esto es tu culpa! ¿Crees que me ayudas cuando quieres combatir mi desdicha con más comida? ¡Pues no! No me ayudas, María. —Ella sale corriendo fuera de la cocina y se encierra en su habitación a llorar.

Siente tanto asco de sí misma.

—¡Soy una cerda asquerosa y repugnante! Por eso nadie me quiere. No importa lo que haga, siempre seré una perdedora. Esa es la razón por la que Bratt no me besó, a pesar de que es un mujeriego.

Lilia se acurruca sobre el colchón y cierra los ojos para imaginarse que vive en el mundo donde las protagonistas feas son amadas y rescatadas por el príncipe atractivo. Fantasea con que un chico como Bratt la mira con amor y se la lleva lejos de su familia.

Los días transcurren y con ellos el verano, entonces Lilia se prepara para viajar. Por suerte su padre no la enviará a estudiar a la misma universidad que a su hermana, por lo que no tendrá que soportar sus humillaciones ni sus burlas.

Ese viaje la hace sentir feliz y aliviada, puesto que es sinónimo de libertad, al no tener que lidiar con su familia con la misma frecuencia con que lo hace viviendo en la mansión.

—Iremos a ciudades diferentes —dice ella mientras hace un puchero.

—Es mucha casualidad que estudiarás en la misma universidad que Serena. ¿Te imaginas que se encuentren y se hagan amigas? —Él ríe divertido.

—Eso sería raro, dado que conozco muchos detalles de su vida sin nunca haberla visto.

—Pues sí. Yo prefiero que no sea así porque tú perteneces a esa parte de mi vida que no quiero compartir con nadie.

Las palabras de Bratt le llegan profundo y, en la mente de Lilia, adquieren un significado diferente al que este le quiso dar.

«De seguro se avergüenza de mí», piensa con tristeza mientras se abraza a sí misma.

—Me imagino... —responde con desdén—. No te preocupes, si llego a encontrármela nunca le haré saber que te conozco.

—Eso sería genial —expresa él mientras mira a las olas chocar contra las rocas.

Lilia, en cambio, se entretiene admirando el perfil simétrico y hermoso de Bratt. Le encnata la manera en que sus ojos azules brillan al perderse en sus pensamientos, lo sonrojada que luce su mejilla y cómo el viento le levanta el cabello negro y ondulado, como si jugara con las hebras sedosas; todo en él la hacen sentir que contempla la obra de arte más valiosa y hermosa del universo.

Se pregunta qué se sentiría besar a un chico como él, asimismo, ser esa chica especial que lo desvela y lo hace suspirar.

«Serena es muy afortunada», se dice a sí misma con un poco de envidia, «De seguro ella es delgada y muy bella».

—¿En qué estás pensando? —pregunta Lilia y se le acerca, a lo que él la encara con una sonrisa, acción que a ella le provoca que el pulso se le acelere.

—En mi futuro. Fue difícil que el abuelo aceptara dejarme estudiar medicina, pero por fin cedió. Como consecuencia de eso me odia y soy la vergüenza de los Nisson; sin embargo, no me importa porque tomaré las riendas de mi propia vida.

—Me alegro mucho. —Ella suspira y le sonríe. Esa sonrisa sincera y que le ilumina el rostro le causa estragos a Bratt, quien lucha contra las ganas de apropiarse de esos labios rosados, cuya textura luce suave y lo hace imaginar lo dulces que deben ser.

«No cometeré el mismo error que con Serena. De verdad no quiero perder la amistad que está surgiendo entre nosotros por un tonto impulso. No todas las mujeres se tocan», se recrimina en su interior.

Después de hablar y comerse un helado frente al mar, ellos se despiden con un beso en la mejilla y cada cual regresa a su hogar.

Los últimos días de vacaciones se la pasan hablando por medio de mensajes de texto y llamadas, puesto que Bratt decidió dedicarle esos días a Serena, por lo que solo se vio en persona con ella.

Una despedida triste, donde el llanto protagoniza la escena, se lleva a cabo la noche anterior de la partida de Serena, quien viajará primero al que será su hogar hasta que ella se gradúe.

Dos semanas después, Bratt viaja al extranjero. Al principio habla casi todos los días con Serena, pero a medida en que las responsabilidades y las ocupaciones con las clases aumentan, ellos se van distanciando.

Por otro lado, Lilia, después de que estuviera viviendo en un hotel que pertenece a su familia, donde había un personal contratado solo para servirle, decide mudarse en el campus de la universidad, puesto que ya no soporta el control que ejercen sus padres sobre ella, por medio de sus empleados.

El señor Rocca accede, pero le pone varias reglas que ella pronto romperá.

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