Capítulo 3

Bratt y Lilia regresan a la última celebración cuando ya el sol se ha puesto. Ellos se observan a la distancia y se sonríen con complicidad.

—¿Dónde has estado, Liliana? —interpela el señor Rocca con expresión molesta.

—He estado por los alrededores, papá —responde asustada.

—Pues no te encontré. El señor Nisson quería volver a hablar contigo.

Lilia lo mira extrañada. ¿Por qué ese señor querría hablar con ella?

—¿Para qué?

—Deja de ser insolente, qué te importa a ti la razón. Solo trata de ser amable cuando él te aborde y no saques a relucir lo tonta que eres.

Lilia se tensa al escuchar esas palabras porque varios escenarios llegan a su mente y ningunos son agradables. Está segura de que su padre la comprometería con cualquier tipo de la élite que le ofrezca una buena alianza sin importarle su opinión ni sus sentimientos.

«¿Y si ese viejo me quiere pedir como esposa?», piensa aterrada.

No podría esperar más para su futuro, puesto que no es una persona interesante ni bonita; pero sí joven, y eso es lo que buscan algunos señores viudos y divorciados, a una mujer joven para mostrarlas como a un trofeo y tenerlas de esclavas sexual.

Lilia traga pesado ante esa posibilidad y, en lo que resta de reunión, se la pasa escondida.

Cuando ya todos se están dispersando, ella sale de su escondite y se dirige en dirección a su cuarto de hotel. Pero se equivoca de pasillo y, buscando el número de su habitación, vislumbra a Bratt a la distancia.

Siente repulsión y una sensación dolorosa en el pecho al verlo besando a una chica. Él, sin dejar de saborear los labios de la rubia, abre la puerta de su cuarto y ambos entran entre risas y toqueteos.

—Me equivoqué de pasillo —suelta ella desorbitada.

Siente escozor en los ojos y en la nariz, razón por la que se la frota. Después de unos minutos de ella haberse quedado allí parada como estatua, despabila de aquel desagradable trance, entonces se devuelve para buscar el pasillo correcto.

No lo comprende. Si a él le gusta esa amiga con quien se besó en aquel verano, ¿por qué se va a acostar con otra mujer?

Pero lo que más le preocupa es su molestia, dado que no entiende en qué le afecta ese asunto a ella, si no es su problema. Ella no es la amiga de Bratt, así que no debería estar celosa.

Esa noche, Lilia no puede dormir gracias a las imágenes de todo lo que Bratt y esa chica han de estar haciendo allí adentro; esa mortificación no le permite conciliar el sueño.

Se siente tonta por llorar y por la frustración de que él se haya ido con otra a la cama, cuando a ella ni siquiera un beso pudo darle. No entiende por qué se siente de esa manera con él, ya que solo lo ha tratado unos cuantos días.

—Estoy loca, ¿por qué voy a estar celosa de ese tonto? —Suspira—. No, no es por mí. De seguro es porque me siento triste de que no le sea fiel al amor que le tiene a su amiga. Sí, de seguro es eso —se autoconvence.

Al día siguiente, todos los invitados a la actividad de verano se reúnen en un gran salón para desayunar y despedirse.

—Hola, Hadita.

Lilia siente una sacudida en el cuerpo cuando escucha a Bratt detrás de ella. Se gira para encararlo y los recuerdos de la noche anterior afloran para enojarla.

—Hola. Me llamo Lilia no “Hadita” —contesta con tono brusco.

Bratt la mira con el ceño fruncido y se cruza de brazos.

—Amanecimos agresivos hoy… —se burla.

—¿Dónde está la agresividad en lo que te dije? ¿Por qué decirme "hadita"? Mi nombre es Liliana, pero todos me llaman Lilia. Tú escoge cuál de los dos usar, mas no me vuelvas a poner sobrenombres. Los odio —admite ofendida.

—Perdón, entonces. —Él suspira—. Me gusta más “Lilia”. —Sonríe

«A mí me gustas tú», piensa ella, pero de inmediato se deshace de esa tontería.

—Bueno... —masculla entre dientes.

—¿Todo bien? —inquiere él preocupado por su rara actitud.

—Sí. ¿Cómo pasaste tu noche? —inquiere con veneno.

—¡Espectacular! —exclama con una sonrisa pícara—. Amanecí liviano.

En ese momento, una chica de cabello oscuro y delgada pasa por allí y le guiña un ojo a Bratt, quien le sonríe alusivo. Ella le hace unas señas raras a las que él asiente, entonces la chica se va.

—¿Quién es ella? —pregunta Lilia con molestia.

—Ni idea, pero pronto lo sabré. Nos vemos en unos minutos —dice, antes de salir de su campo de visión en un santiamén.

Ella se queda desconcertada mirando el camino por donde él se fue.

—¿También tendrá sexo con esa desconocida? Este chico es un mujeriego de lo peor —refunfuña decepcionada—. Tan lindo que es, pero es un puto. —Resopla frustrada.

La familia Rocca se despide de algunos conocidos y se dirige en dirección a su limusina. Antes de abordar, Lilia mira por todos los lados en busca de Bratt.

—¡Lilia! —grita él, quien se le coloca al lado, después de saludar a los padres de ella.

—Ya me voy... —dice Lilia sonrojada y feliz de que él haya ido a despedirse.

—Yo también; solo vine a dejarte mi número de contacto porque nunca lo intercambiamos. Qué tengas un buen regreso a casa, te llamaré desde que llegue. —Él le pasa una tarjeta y la besa en la mejilla.

Lilia se queda tensa en su lugar por dos razones: La primera se debe a todas las sensaciones que ese beso le provoca. Y la segunda, es porque sus padres están allí y podrían malinterpretar el gesto de Bratt.

—Adiós, Bratt... —se despide con timidez y sonrojo.

—Nos vemos por ahí —le contesta él mientras se aleja y ondea la mano.

—¿Ese es el nieto de Dino Nisson? —pregunta su padre con interés, trayendo a Lilia de vuelta a su realidad.

—Sí... —responde con temor.

—Veo que se hicieron amigos. Me parece bien —comenta, y luego se sube al vehículo. Por su parte, Lilia agranda los ojos de la sorpresa, debido a que no se esperaba esa respuesta de parte de su padre.

Ella también aborda la limusina. Observa la tarjeta que dicta el nombre del chico y sus números de contacto, y se pregunta por qué él tiene una, si no hace ningún tipo de trabajo.

Sonríe con diversión ante lo raro que él es, entonces recuerda que lo vio ligar con dos chicas diferentes y el asunto de la tarjeta cobra sentido.

Toda la diversión anterior es reemplazada por una sensación amarga que le invade el pecho y que le provocan ganas de romper el cartón. No obstante, decanta por guardar el número y decide no pensar más en ese chico, puesto que ya está cansada de enamorarse sola y sufrir al no ser correspondida.

***

Bratt llega a la mansión Nisson y de inmediato se dirige a la cocina.

—Hola, Dulce —saluda a una sirvienta joven, quien se sonroja desde que lo ve.

—Hola, lindo —responde ella con una sonrisa de flirteo.

—Ya van a empezar —se queja Jael y resopla con hastío—. Dulce, deberías tener más decencia. Eres una mujer hecha y derecha, y el idiota de primo apenas acaba de cumplir la mayoría de edad. Si el abuelo se entera de que te metiste en su cama cuando él aún era menor, tendrás problemas legales.

—¡Qué va a hacer el abuelo! —espeta Bratt—. Ella no me obligó a nada, además el abuelo también come del mismo pozo.

Jael hace una mueca de disgustoante esa imagen tan perturbadora, luego niega con desaprobación.

—¡Qué perros son! Mejor salgo de aquí, no vaya a ser que me transmitan una enfermedad sexual.

—Ay, no, primo; para eso tienes que follar y, créeme, conmigo no será.

—No sé ni por qué pierdo mi tiempo contigo —refunfuña Jael, y sale de la cocina con cara de espanto.

—Mi primo sí que es rarito. Por cierto, Dulce, debes darme una buena despedida porque pronto dejaremos de hacer cositas ricas, ya que me voy a estudiar al extranjero.

—Claro que sí.

Después de una sesión de travesura que, se llevó a cabo en el área de lavado, Bratt se da un largo baño.

Le encanta tener sexo, pero odia la sensación de vacío y asco que siente después del acto.

Bratt se acuesta en la cama y piensa en todo lo que hizo en esos días. Sonríe al recordar a Lilia.

—Eres tan dulce e inocente que me vi tentado en romper mi propia regla; sin embargo, es mejor contar contigo como amiga. No todo tiene que ser sexo, Hadita —musita con una sonrisa que irradia paz.

En ese momento, Bratt escucha toques en la puerta.

—¿Quién es? —espeta con hastío, creyendo que es Jael.

—La única persona que te soporta. —Escucha detrás de la puerta.

—¡Pecosa! —exclama emocionado.

—¿Estás vestido?

—¿Acaso eso importa? No existe una parte de mi cuerpo que tú no conozcas ya —bromea.

—Eres un imbécil, ¿lo sabías? —Ella entra y se coloca frente a la cama con los brazos cruzados.

—Niégalo, cariño.

—No te he visto en muchos años; la infancia no cuenta porque los cuerpos cambian.

—Pecosa, si quieres te puedo mostrar.

—¡Asco! —Ella se sonroja. Agarra una de las almohadas que yacen sobre la cama y ataca a Bratt con esta

—¡Eres una sádica! ¡Ya verás! —Él hace lo mismo y entonces empiezan una guerra de almohadazos. Después de un rato de lucha, ambos se tiran sobre la cama sofocados.

—Te voy a extrañar, tonto —dice ella con melancolía.

—Yo también. Mejor no hablemos de eso, no me quiero poner triste. Todavía contamos con todo un mes, así que te estaré jodiendo todos los días.

—Tengo miedo de que la distancia y el tiempo arruinen nuestra amistad, Bratt.

—Serena, eso jamás ocurrirá. Tú y yo seremos amigos por siempre; incluso cuando te vayas a casar, tu novio tendrá que pedirme la mano.

Ella estalla en unas sonoras carcajadas.

—¡Estás loco! Si es así, tu novia tendrá que convencerme a mí también.

—¿Mi novia? Dudo mucho que me quiera poner la soga al cuello. Sin embargo, si llego a viejo y tú te divorcias o enviudas, te pediré matrimonio para no morirme soltero.

Serena vuelve a reír.

—No sé de dónde sacas tantas estupideces. —Suspira—. Te quiero mucho, tonto.

—Yo te quiero más, pecosa.

Ellos se abrazan y, después de hablar banalidades por una hora, ambos se quedan dormidos.

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