55. Sed de sangre y destrucción

—Haz lo qué te dije —Ignacio deja tranquilamente la copa en su escritorio. Gustoso, sonríe a Luciano quien no tiene mucho tiempo de haber llegado a su oficina—, lo tengo justo donde deseo. ¿Quién diría que Ximena sería tan de buena ayuda? Lo que he querido toda mi vida…y él está ahí —Ignacio se echa a reír.

Luciano se quita el sombrero en señal de sumisión.

—Esperaremos que los hombres a los que usted les pagó en prisión nos den la señal, señor —responde Luciano—. Será más fácil si hacemos la emboscada cuando lo trasladen.

Ignacio asiente, sin mirarlo. Los ojos los tiene en la imagen que tiene en la mano. Su sonrisa completamente amplia.

—No tomará mucho tiempo para hacerle saber a la gente —Ignacio tiene su arma en el gatillo. Lo gira una y otra vez—, que Gerardo no es más que una escoria escondida en sus miles de millones. Mostramos la verdad, y nuestra recompensa no tardará demasiado —Ignacio hace una pausa—. Finalmente, el día llegó.

—Muerto el perro, se acabó la rabia, señor —Luc
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