—¿Está muerto? ¿Ese desgraciado murió? —bajo el sol del mediodía Ignacio camina de un lado al otro, con la mano en la cintura mientras lanza la primera jerga de maldiciones a Luciano.—El hombre que mandamos a averiguar a la clínica llegó ésta mañana, patrón. Dijo que el tipo sobrevivió a la bala.Con los ojos abiertos, Ignacio presta atención a las palabras de Luciano como ganas de asesinar. Una catástrofe. Un plan fracasado. Su deseo hecho pedazos.—Vivo —repite Ignacio, echándose a reír cínicamente—. Vivo —agarra a Luciano por la camisa—, enviarás a tu “hombre” para que termine con el trabajo que se le encomendó. Qué use el dinero para pagar a los de seguridad. Que entre en silencio, y salga en silencio. ¡Ese tipo debe morir! Los días de ese canalla están contados.—Eso es lo que estamos haciendo, patrón. Pero la seguridad, y sobretodo de una clínica, ya sabe cómo es —Luciano se aleja un poco de Ignacio después de que éste lo soltara—. Los oficiales terminarán con esto sino quieren
—Señora Rosa…Es el segundo día, y Altagracia sigue sin ver a Gerardo. No se lo permiten. Acaba de llegar a la clínica, y la única mujer presente es la madre de Gerardo. No la había visto siendo Ximena, por lo que es claro el recelo de la señora Rosa cuando la nota.—Soy Ximena Serrano —Altagracia murmura, acercándose. La señora Rosa no fue la mejor suegra en su momento, pero jamás vio un comportamiento despectivo hacia ella. Es la misma mujer de siempre—, es un placer conocerla..—Sé quién eres, niña —Rosa contesta, calmada—. Me conmueve que estés aquí, esperando hablar con él. Esa parte no la entiendo. ¿No querían tú y la difunta Altagracia encerrar a mi hijo en la cárcel? —Altagracia sólo quería justicia por lo que le habían hecho. Por lo que su hijo le hizo a ella —Altagracia está lo bastante alejada para no incomodarla—. Pero jamás hubiera deseado que esto ocurriera. No tuve nada qué ver en este intento de secuestro. Y quiero qué todo el mundo sepa que si él necesita algo
—Si no nos apresuramos ahora mismo no podrás hablar directamente con él. ¿Estás seguro que puedes caminar? —Fernando observa una última vez el pasillo del piso antes de entrar al cuarto. Observa el reloj—. Necesita dejar el país en menos de 1 hora. Ya están buscándote en toda la ciudad.Gerardo apenas habla. Puede caminar a duras penas. La herida de bala en su cuerpo no ha sanado para nada y la enfermera quien los acompañó para salir del hospital indicó seriamente qué si no descansaba como debía, la herida se abriría, se infectaría, y quedaría con muy serios problemas de salud. Gerardo logra sentarse con la ayuda de la enfermera, tensando la mandíbula.—Sigues sin decirme quién es “él”, Fernando. ¿Cuál es el secreto? —Gerardo responde en voz grave—. Necesito irme cuánto antes. Una vez sepan que estoy despierto me buscarán, y no hablo de la policía. Hablo de Ignacio. Estoy débil, no podrá defenderme así como estoy.—Lo sé —Fernando da unas palmas para apresurar a la enfermera—. Apresúr
La noticia de la desaparición de Gerardo ha conmocionado a la ciudad. Sólo ha pasado un día desde que Gilberto llegó con la noticia. Ahora mismo, sentada en la alcoba de su habitación, Altagracia no para de pensar en él.¿En dónde está? ¿Por qué decidió irse? ¿Por qué lo hizo sabiendo que está muy débil? Las incógnitas aumentan cada vez. El juicio se detuvo, y ya conoce que la persona que más énfasis hace a la detención inmediata de Gerardo es Ignacio, a quien sólo vio aquella vez que se llevaron esposado a Gerardo de aquí, de Villalmar.No ha podido dormir pensando en él. También en Santiago.Ahora más que nunca la duda hace de las suyas. No está del todo convencida de que Santiago dice la verdad, es difícil de creer. Pero desde que vio a Gerardo arrodillado, herido, y en sus brazos, parece como si la vida le hubiese dado una abofeteada.Debería ir con el fiscal, lo sabe. Ahora el protocolo es distinto, y si el criminal acusado no está, entonces, no hay juicio.¿Qué pasará una vez Ge
Altagracia respira profundo. Siendo Ximena, es una locura decir lo contrario. Ignacio dándose con el derecho de reclamar a su bebé como suyo. El recelo la invade.Altagracia se aleja de Rafael.—¿Yo? ¿Hablando del hijo de Altagracia? Escuchaste mal —Soledad se remueve en los brazos de Ignacio, pero él no la suelta—. ¡Ésta igualada de aquí se cree con el derecho de llegar a cualquier hacienda y creer que es suya! Es una loca. ¿Quién se cree que es? —Te recuerdo que Ximena fue íntima amiga de Altagracia —Ignacio suelta a Soledad cuando ésta se coloca más rabiosa. Se sacude las manos—. Y claramente escuché como llamabas al hijo de Altagracia un mocoso. Por lo tanto, llamaste a mi hijo un mocoso. ¿Crees que no escuchamos? Soledad balbucea. Sus ojos se vuelven rojos y enfermizos al ver a Ignacio defendiendo a esa ingrata. Soledad la mira, y Altagracia recoge del suelo su sombrero. —Estoy aquí para hablar con tu madre, Rafael. Aunque estoy sorprendida —Altagracia farfulla hacia su ex-cuñ
Infernal. El dolor es infernal. Con los labios pálidos, un sudor bajando por su frente, más débil que nunca, Gerardo mantiene los ojos cerrados con la mano desocupada en su herida. La herida se infectó. En estos tres días ha estado con fiebre, casi delirando, en un hueco sin salida, donde sólo existe el infierno, el deshonor, el dolor. Gerardo no creyó qué sentirse un inútil le costaría tanto la salud mental. Aquí, varado, ocultándose por algo qué no cometió, lejos de lo que le corresponde, de su hijo, y sin el amor de su vida, es una completa tortura. La enfermera, Jazmín, lo atiende con delicadeza, sin preguntas. Recibe una buena paga por esto, así que no puede cometer ningún error. Fernando está de regreso a Mérida como le hizo prometer. No quiere que esté involucrado en esto porque si algo sale mal, sólo será él quien caiga en el pozo. No involucrará a nadie. No tiene miedo de enfrentar a la justicia, pero conoce a los perpetuadores de la corrupción en Mérida. Ignacio tie
—¿Gusta de algo, señor Montesinos…? —la pregunta de Guadalupe saca a Gerardo de su ensoñación, así que aparta la mirada de Matías—. ¿Puedo ayudarlo en algo?—No —Gerardo contesta amablemente—. ¿El niño vive aquí?—Sí, señor —Guadalupe se ve nerviosa, dudando de sí decir otra cosa más porque la presencia de Gerardo es demasiado intimidante.Gerardo no sabe si acercar la mano hacia la mejilla del niño. No quiero incomodar al bebé, tampoco molestar a Guadalupe. No está seguro si ella sería capaz de avisarle a Rafael, ya que eso sería problema. Pero es difícil quitar la mirada del hermoso niño. Cabello castaño, piel nívea y grandes ojos verdes expresivos.Gerardo coloca su mano en la cabeza de Matías y con suavidad lo acaricia.Dándose la vuelta, Gerardo termina la pequeña interrupción y entra al auto sin decir nada más.Guadalupe queda desatendida por lo que ve, más de lo que creyó. No había creído que, de ser otra situación u otro momento, hubiese confundido la apariencia de Matías con
Altagracia no se dirige a Villalmar. Considerando que su padre está ahí, no quiere cometer el error de arruinar lo mucho que le ha costado estar en la piel de una mujer qué no es. Por esa razón deja a su caballo en manos de uno de los hombres que está cerca de la hacienda para esperar a Gilberto y partir a la mansión de su madre en la ciudad.Se quita el cabello negro falso de Ximena. Se acaricia el suyo propio sentada en el sofá, con un fuerte dolor de cabeza del cual no escapa. Tantas cosas en su mente qué no sabe si es capaz de ir a la oficina. Ximena necesita mantenerse cuerda.Ella, Altagracia, ¿Está cuerda?Incluso cada momento sin saber nada de su bebé también atosiga. 1 año, cerca de los cinco meses, y su bebé sigue sin aparecer.Los caóticos pensamientos estallan en su contra. Pero lo qué más le duele es haber perdido Los Reyes. Su hogar, su casa, donde creció y por lo que tanto luchó. Esa hacienda es de su bebé, y la perdió. Los Montesinos se apoderaron de ella y ahora Soled