—Si no nos apresuramos ahora mismo no podrás hablar directamente con él. ¿Estás seguro que puedes caminar? —Fernando observa una última vez el pasillo del piso antes de entrar al cuarto. Observa el reloj—. Necesita dejar el país en menos de 1 hora. Ya están buscándote en toda la ciudad.Gerardo apenas habla. Puede caminar a duras penas. La herida de bala en su cuerpo no ha sanado para nada y la enfermera quien los acompañó para salir del hospital indicó seriamente qué si no descansaba como debía, la herida se abriría, se infectaría, y quedaría con muy serios problemas de salud. Gerardo logra sentarse con la ayuda de la enfermera, tensando la mandíbula.—Sigues sin decirme quién es “él”, Fernando. ¿Cuál es el secreto? —Gerardo responde en voz grave—. Necesito irme cuánto antes. Una vez sepan que estoy despierto me buscarán, y no hablo de la policía. Hablo de Ignacio. Estoy débil, no podrá defenderme así como estoy.—Lo sé —Fernando da unas palmas para apresurar a la enfermera—. Apresúr
La noticia de la desaparición de Gerardo ha conmocionado a la ciudad. Sólo ha pasado un día desde que Gilberto llegó con la noticia. Ahora mismo, sentada en la alcoba de su habitación, Altagracia no para de pensar en él.¿En dónde está? ¿Por qué decidió irse? ¿Por qué lo hizo sabiendo que está muy débil? Las incógnitas aumentan cada vez. El juicio se detuvo, y ya conoce que la persona que más énfasis hace a la detención inmediata de Gerardo es Ignacio, a quien sólo vio aquella vez que se llevaron esposado a Gerardo de aquí, de Villalmar.No ha podido dormir pensando en él. También en Santiago.Ahora más que nunca la duda hace de las suyas. No está del todo convencida de que Santiago dice la verdad, es difícil de creer. Pero desde que vio a Gerardo arrodillado, herido, y en sus brazos, parece como si la vida le hubiese dado una abofeteada.Debería ir con el fiscal, lo sabe. Ahora el protocolo es distinto, y si el criminal acusado no está, entonces, no hay juicio.¿Qué pasará una vez Ge
Altagracia respira profundo. Siendo Ximena, es una locura decir lo contrario. Ignacio dándose con el derecho de reclamar a su bebé como suyo. El recelo la invade.Altagracia se aleja de Rafael.—¿Yo? ¿Hablando del hijo de Altagracia? Escuchaste mal —Soledad se remueve en los brazos de Ignacio, pero él no la suelta—. ¡Ésta igualada de aquí se cree con el derecho de llegar a cualquier hacienda y creer que es suya! Es una loca. ¿Quién se cree que es? —Te recuerdo que Ximena fue íntima amiga de Altagracia —Ignacio suelta a Soledad cuando ésta se coloca más rabiosa. Se sacude las manos—. Y claramente escuché como llamabas al hijo de Altagracia un mocoso. Por lo tanto, llamaste a mi hijo un mocoso. ¿Crees que no escuchamos? Soledad balbucea. Sus ojos se vuelven rojos y enfermizos al ver a Ignacio defendiendo a esa ingrata. Soledad la mira, y Altagracia recoge del suelo su sombrero. —Estoy aquí para hablar con tu madre, Rafael. Aunque estoy sorprendida —Altagracia farfulla hacia su ex-cuñ
Infernal. El dolor es infernal. Con los labios pálidos, un sudor bajando por su frente, más débil que nunca, Gerardo mantiene los ojos cerrados con la mano desocupada en su herida. La herida se infectó. En estos tres días ha estado con fiebre, casi delirando, en un hueco sin salida, donde sólo existe el infierno, el deshonor, el dolor. Gerardo no creyó qué sentirse un inútil le costaría tanto la salud mental. Aquí, varado, ocultándose por algo qué no cometió, lejos de lo que le corresponde, de su hijo, y sin el amor de su vida, es una completa tortura. La enfermera, Jazmín, lo atiende con delicadeza, sin preguntas. Recibe una buena paga por esto, así que no puede cometer ningún error. Fernando está de regreso a Mérida como le hizo prometer. No quiere que esté involucrado en esto porque si algo sale mal, sólo será él quien caiga en el pozo. No involucrará a nadie. No tiene miedo de enfrentar a la justicia, pero conoce a los perpetuadores de la corrupción en Mérida. Ignacio tie
—¿Gusta de algo, señor Montesinos…? —la pregunta de Guadalupe saca a Gerardo de su ensoñación, así que aparta la mirada de Matías—. ¿Puedo ayudarlo en algo?—No —Gerardo contesta amablemente—. ¿El niño vive aquí?—Sí, señor —Guadalupe se ve nerviosa, dudando de sí decir otra cosa más porque la presencia de Gerardo es demasiado intimidante.Gerardo no sabe si acercar la mano hacia la mejilla del niño. No quiero incomodar al bebé, tampoco molestar a Guadalupe. No está seguro si ella sería capaz de avisarle a Rafael, ya que eso sería problema. Pero es difícil quitar la mirada del hermoso niño. Cabello castaño, piel nívea y grandes ojos verdes expresivos.Gerardo coloca su mano en la cabeza de Matías y con suavidad lo acaricia.Dándose la vuelta, Gerardo termina la pequeña interrupción y entra al auto sin decir nada más.Guadalupe queda desatendida por lo que ve, más de lo que creyó. No había creído que, de ser otra situación u otro momento, hubiese confundido la apariencia de Matías con
Altagracia no se dirige a Villalmar. Considerando que su padre está ahí, no quiere cometer el error de arruinar lo mucho que le ha costado estar en la piel de una mujer qué no es. Por esa razón deja a su caballo en manos de uno de los hombres que está cerca de la hacienda para esperar a Gilberto y partir a la mansión de su madre en la ciudad.Se quita el cabello negro falso de Ximena. Se acaricia el suyo propio sentada en el sofá, con un fuerte dolor de cabeza del cual no escapa. Tantas cosas en su mente qué no sabe si es capaz de ir a la oficina. Ximena necesita mantenerse cuerda.Ella, Altagracia, ¿Está cuerda?Incluso cada momento sin saber nada de su bebé también atosiga. 1 año, cerca de los cinco meses, y su bebé sigue sin aparecer.Los caóticos pensamientos estallan en su contra. Pero lo qué más le duele es haber perdido Los Reyes. Su hogar, su casa, donde creció y por lo que tanto luchó. Esa hacienda es de su bebé, y la perdió. Los Montesinos se apoderaron de ella y ahora Soled
Altagracia la suelta, y Maribel baja las manos, un tanto sorprendida por su reacción. Altagracia se sacude las manos, roja por la ira y por los recuerdos de esa noche, desconfiando de ésta mujer.—Delante de Dios y pidiendo dinero. ¿Cómo sé yo qué no miente? —gruñe Altagracia—. Estoy a nada de mandarla a la cárcel por sospecha.—Tenemos qué ir por partes, señorita Ximena. Sé qué puede dudar, pero yo sólo le estoy diciendo lo qué sé. No más —Maribel acomoda su cartera, carraspeando porque el agarre la asustó tan sólo un poco—. Puede llamarme avariciosa, pero no dejaré qué me llame infame. Hacerle eso a un niño ya sobrepasa los límites de nuestro Dios.—¿Usted me está diciendo que su hermana pudo haber contribuido en la desaparición de ese bebé? ¿Cómo lo prueba? Muestréeme —Altagracia la toma por el codo—. O no la dejaré en paz de ahora en adelante.—Debería calmarse, señorita Ximena. Yo conozco a mi hermana, está lejos de la cordura. Y cuando me dijeron que vivía en un burdel quise bus
Camina de un lado al otro. Con la mano en la cintura y por instantes sintiéndose devastada, Altagracia no para caminar de un lado al otro.El sonido de la puerta llama su atención y de una vez salta a recibir al fiscal Omar, quien llega con Gilberto. Ya es hora de la cena, muy entrada la noche para perder más tiempo. Altagracia estira la mano para estrechar el saludo.—Lamento hacerlo venir a ésta hora pero necesito con urgencias hablar con usted sobre —toma aire—, el hijo de Altagracia Reyes. Sé que usted abrió una búsqueda porque ella se lo pidió.El fiscal Omar se acaricia su mostacho.—Hace un tiempo de eso. Luego de la muerte de la señora Altagracia se estuvo buscando al niño por dos meses: no hubo respuesta. ¿Por qué pegunta ahora eso, señorita Ximena?—Hay alguien, una mujer…qué dice ser hermana de una anciana que noches después llevaba a un bebé cerca de la carretera donde todo ocurrió. Necesita interrogarla, ¡Y necesita buscar a esa mujer!—Un momento, cálmese. Iremos por par