71. Un horrible presagio

Altagracia la suelta, y Maribel baja las manos, un tanto sorprendida por su reacción. Altagracia se sacude las manos, roja por la ira y por los recuerdos de esa noche, desconfiando de ésta mujer.

—Delante de Dios y pidiendo dinero. ¿Cómo sé yo qué no miente? —gruñe Altagracia—. Estoy a nada de mandarla a la cárcel por sospecha.

—Tenemos qué ir por partes, señorita Ximena. Sé qué puede dudar, pero yo sólo le estoy diciendo lo qué sé. No más —Maribel acomoda su cartera, carraspeando porque el agarre la asustó tan sólo un poco—. Puede llamarme avariciosa, pero no dejaré qué me llame infame. Hacerle eso a un niño ya sobrepasa los límites de nuestro Dios.

—¿Usted me está diciendo que su hermana pudo haber contribuido en la desaparición de ese bebé? ¿Cómo lo prueba? Muestréeme —Altagracia la toma por el codo—. O no la dejaré en paz de ahora en adelante.

—Debería calmarse, señorita Ximena. Yo conozco a mi hermana, está lejos de la cordura. Y cuando me dijeron que vivía en un burdel quise bus
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