54. Arruinada

Segundos después el fiscal asiente para que los oficiales muevan a un Gerardo completamente pálido.

Altagracia se toma de las manos, en ningún instante quitándole la mirada de encima. El rostro de Gerardo se vuelve incrédulo, paralizado, sin comprender no lo que está sucediendo, sino lo que ella acaba de decir.

—Enfrentarás la ley —no se le había escuchado a Ignacio tan satisfecho con sus palabras—. Quién lo diría, ¿Cierto?

—Maldito infeliz. ¿Qué fue lo que hiciste? —Gerardo usa su fuerza para maniobrar y escaparse de las manos de los dos oficiales que lo arrastran con tal de llegar a empujar a Ignacio de una patada. Los oficiales son rápidos en capturarlo otra vez, arrastrándolo hacia atrás—. ¡Habla, maldito!

—¿Yo? Yo no hice nada. Eso debería preguntarte yo a ti —Ignacio se echa a reír—. Al gobernador lo encontraron muerto no muy lejos de tu hacienda. Hay evidencia, Montesinos, de que fuiste tú. Claro que me sorprende las agallas que tienes para salir hoy como si nada hubiese
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