—Haz lo qué te dije —Ignacio deja tranquilamente la copa en su escritorio. Gustoso, sonríe a Luciano quien no tiene mucho tiempo de haber llegado a su oficina—, lo tengo justo donde deseo. ¿Quién diría que Ximena sería tan de buena ayuda? Lo que he querido toda mi vida…y él está ahí —Ignacio se echa a reír.Luciano se quita el sombrero en señal de sumisión.—Esperaremos que los hombres a los que usted les pagó en prisión nos den la señal, señor —responde Luciano—. Será más fácil si hacemos la emboscada cuando lo trasladen.Ignacio asiente, sin mirarlo. Los ojos los tiene en la imagen que tiene en la mano. Su sonrisa completamente amplia.—No tomará mucho tiempo para hacerle saber a la gente —Ignacio tiene su arma en el gatillo. Lo gira una y otra vez—, que Gerardo no es más que una escoria escondida en sus miles de millones. Mostramos la verdad, y nuestra recompensa no tardará demasiado —Ignacio hace una pausa—. Finalmente, el día llegó.—Muerto el perro, se acabó la rabia, señor —Luc
—¿Anoche, Altagracia? ¿Anoche estabas con Gerardo? —la señora Aleida tiene la misma expresión de sobresalto—. ¿Cómo es eso posible?Altagracia ha durado unos momentos en la deriva luego de confesar. Su respiración se sigue acortando más y más. Recuerda la tormenta de anoche, donde en sus brazos sostenía a Gerardo completamente ebrio y balbuceando incoherencias no propias de él.Si han dicho que el asesinato ocurrió anoche en medio de la lluvia. Entonces…Altagracia deja que el dolor de cabeza debido a demasiado pensativos acumulativos la ciegue unos momentos. La respiración ya no es la misma. Altagracia retrocede, perdida en su propia mente, como si no quisiera aceptarlo.—Estuve con él —Altagracia mantiene la mano en su vientre, desesperada. La observa—. Fui al cementerio porque quería visitar mi tumba. Él estaba ahí en medio de la lluvia. Estaba ebrio. Las cosas —Altagracia cierra los ojos—, no pudo haber sido él quien le hizo eso al gobernador porque estaba conmigo.—¡Lo ves! ¿Qué
Altagracia se siente más tranquila a la hora de escucharlo. Pero el fiscal de una vez la detiene, justo cuando desea abrir la boca para qué abran la celda.—Ya le dije qué no es permitido. Cuando el abogado que le puso el gobierno a este criminal llegue, podrá hablar con él. —Entiendo complemente. Pero no puedo esperar a la llegada de ese abogado y perder el tiempo. Necesito hablar con Santiago. Será solo un momento —Altagracia señala la celda con la barbilla—, por favor. El fiscal sigue insistiendo. —No hay razón para continuar con esto. Puede hablar con el prisionero de éste lado de la celda. —Usted no comprende —Altagracia exclama—. Sé que Santiago será sincero si hablamos cara a cara. —¿Sincero? ¿Qué quiere decir? ¿Qué lo que dijo no es cierto? —el fiscal está claramente disgustado—. Los hechos son los hechos y éste criminal ya está enjuiciado. —Puede entrar conmigo si se trata de sospecha. Quiero hablar con él, pero lo haré cara a cara como debe de ser. Ya le dije
—Quedan formalmente unidos legalmente —el abogado cierra la carpeta justo luego de firmar—. Un placer, señor Montesinos.Rafael se coloca de pie, totalmente indiferente a las palabras. La única persona sonriente en la oficia es Soledad, de piernas cruzadas, y ojos completamente distinguibles en la satisfacción.Rafael estrecha la mano del abogado y Soledad también. Luis despide al abogado y lo acompaña por petición de Rafael.Matías está comiendo una pequeña paleta de helado, siendo Guadalupe y Luis los únicos testigos de ésta indiferente unión. Rafael se arregla su corbata y genera un seriedad enorme al momento de girarse hacia Soledad.—Unos simples meses. No tienes antecedentes ni nada de escándalos. Tu única vocación será ser la madre de mi hijo —Rafael se acerca hacia Matías para acariciarle el cabello castaño—. No quiero más nada de ti sino eso.—No tengo problemas. Ya entendiste lo único qué quiero —Soledad contesta con un tono de delicadeza. Rafael es igual de atractivo que su
Aunque no lo quiera es difícil no pensar en las horas encerrado en ésta pocilga. Gerardo mantiene la cabeza agachada sentado en la única silla dentro de su celda.Nadie lo ha visitado salvo Fernando, contándole sobre el desastre en el que se ha vuelto Campos Del Valle con su detención, y sus otras empresas regidas bajo su directiva. Estas acusaciones le están costando la reputación que considera casi sagrada.Se echa hacia atrás. La cabeza la descansa en la pared.Sus nudillos sangran. La pared es lo único que logra alcanzar sus puños para cesar la desesperación.Encerrado como una rata.Jamás en la vida creyó que esto le sucedería.Ha estado repasando las palabras que Fernando confesó horas atrás. Ya no sabe cuánto tiempo ha estado aquí«Altagracia cree que fui yo» son los pensamientos de Gerardo. «Ella cree que fui yo el culpable de su muerte. El causante del incendio. ¿Cómo puede creer que yo hice algo así?»Gerardo suspira cansado.«Te odia. La mujer qué amas la perdiste por una e
Gerardo vuelve a preguntar. —Así se llama el niño que adoptó Rafael. Matías. ¿No está aquí con él? Fernando se muestra confundido ya al oírlo, y más al escuchar el nombre del hijo de Rafael. —No. El niño no está aquí ¿Por qué quieres saber?Gerardo recuerda las súplicas de su hijo de quien sería su nuevo hermano.—Luego te contaré. Necesito que hagas otra cosa, qué distingas a todo aquel policía corrupto. Uno de ellos es quien viene todos los días a dejarme la comida. Ignacio juega sucio. Él cree que yo no sé sus mañas. Desde niño fue una espinilla en el trasero y siempre hizo trampa. Si quiere se gobernador él mismo me está haciendo el favor. Yo esperaré aquí a la hora del traslado. No puedo hacer nada aquí, Fernando. Te necesito al lado de mi familia. ¿Cómo está mi madre? ¿Dónde está Sergio?—Tu madre haciéndose cargo de todos los problemas en Santa María. Sergio está con su tía Azucena y la señora Aleida —Fernando cierra el portafolio.—Bien. Confío en la señora Aleida. Ahora vet
—¡¿Ximena?! —Juan Carlo continúa exigiéndole. No la suelta. Los gestos demuestran desesperación mezclada con rabia—. ¿Qué escuchaste? El enfermero junto a dos oficiales más los empujan hacia el pasillo. La puerta se cierra, y en un abrir y cerrar de ojos deja de ver a Santiago agonizando en su propia sangre. Con el cuerpo tan inmóvil Altagracia no se da cuenta que Juan Carlo la saca del lugar hasta lograr ver la luz del sol, donde la luminosidad la ciega por momentos y es un golpe directo a su realidad. —Ximena —Juan Carlo no se ve en la necesidad de guardar las ganas de explotar con el silencio de Altagracia—. ¿Qué cosas te murmuró ese delincuente? Altagracia engulle la saliva, dándose cuenta que sigue atontada. La fuerza de Juan Carlo en sus brazos incrementa más qué antes, logrando un efecto de molestia. Se zafa de sus dos manos. —Tengo qué ver a Santiago —Altagracia pasa por su lado, colapsando en confusión e incredulidad. Juan Carlo la toma del hombro—. Ese hombre está muriend
—Hazte un lado. No escucharé esas estupideces —Altagracia pierde la paciencia con esas acusaciones. Hundes sus uñas largas en el volante antes de volver a gritar—. No tengo nada qué ver con lo que le acaba de pasar a Gerardo.—Pero sí mucho con la acusación de algo que no cometió—Fernando sigue insistiendo con un rostro enojado que nunca antes había visto—. Gerardo acusado y luego un intento de asesinato donde siempre estás tú presente.Altagracia vuelve a ver el auto a la distancia, alejándose cada vez más y más. La forma en la que sus dedos se mueven indica desesperación.—Piensa lo que quiera. No tengo cabeza para oírte —le escupe enojada antes de acelerar.Fernando se quita del medio, furibundo ante las acciones de ésta mujer.—Ella tiene algo qué ver en todo esto, estoy seguro —Fernando se dirige directamente al fiscal—. Hago responsable a Ximena Serrano de lo que le pase a Gerardo —exclama antes de darse la vuelta y subir a su auto.Altagracia persigue la camioneta. Acelera con