—¿Señorita Ximena? —Gertrudis salta de inmediato hacia Altagracia cuando la escucha sollozar—, ¿Quiere un poco de agua?—Olvida eso. Estoy bien —Altagracia no quiere que Gertrudis la toque, por lo que se aleja, ocultando su rostro hacia otro lado para que Gertrudis no tenga la oportunidad de ver sus lágrimas—, eso es imposible.—Tampoco quiero creerlo, señorita. Pero mi búsqueda me llevó a eso. A ese cementerio…—¿Dónde está ese cementerio? ¿Dónde están esas personas? —asegurándose que no quede ningún rastro de sus lágrimas Altagracia se gira—, llévame de inmediato a ese cementerio. Quiero verlo con mis propios ojos —aguanta las ganas de sollozar.Gertrudis sostiene su mano, confundida dentro de lo cabe por la reacción de ésta desconocida. —¿Está segura…?—¡Muy segura! —Altagracia recupera lo poco que queda de aire para tambalearse hacia la camioneta—, ¡Venga de inmediato, Gertrudis!Gertrudis salta con la voz enervada de Altagracia antes de correr hacia el auto.—Señorita Ximena, ¿P
Lo primero qué hace Gerardo al pobre Amado es sostenerlo del cuello, sin tanta presión. Con sus ojos abiertos, es más bastante obvio que está afectado por sus palabras.—Repite lo qué dijiste —Gerardo ordena en voz calmada. Sin embargo, por dentro es una llama encendida.Amado alza sus manos, confundido por la reacción de Gerardo.—Una mujer estaba con usted anoche, Don Gerardo —repite Amado.—¿Cómo era?—No logré verla por la lluvia. La fuerte tormenta no dejó que lograra verla. Estaba de espaldas hacia mi —Amado se arregla el sombrero cuando Gerardo lo libera. Una clara expresión de duda aparece—. ¿Está bien, Don Gerardo?Con la respiración desenfrenada Gerardo se pasa la mano por su cabello, desordenándolo.No hay palabras adecuadas para describir lo que está sintiendo. ¡Lo sabía! ¡No está loco! No fue un sueño.Altagracia estaba con él. ¡Estaba con él!No hay molestia. No hay resentimiento. Jamás en la vida se había sentido tan abrumado por la emoción. Cuando Amado le pregunta, Ge
Esto no puede estar pasando. Es más, se suponía que ella misma lo llamaría como Ximena para hacer exactamente lo que le dijo a Gilberto por celular.¿Y ahora está aquí? ¿Qué quiere hablar con Ximena?¿Gerardo perdió la cabeza? Él tiene abierta la camisa manga larga, y no tiene ropa para el campo. Lo más probable es que salió directo de su oficina hacia Villalmar, pero, ¿Cómo sabe que Ximena está aquí?Altagracia quiere gritar de la rabia cada vez que lo ve. Como había dicho, el hombre de ahora es muy diferente al hombre que estaba anoche junto a ella. Gerardo está aquí, frenético, y no deja de gritar para que salga.Altagracia divisa el suelo, como si pensara en algo, aferrada aún detrás del árbol. Se observa su ropa, observa al caballo, observa el teléfono en su bolsillo.La única manera de enfrentar a Gerardo…Es siendo Altagracia.De lo contrario, quizás su plan fracase. Y no está dispuesta a dejarlo en libertad. Y luego de lo que se enteró hoy, mucho menos.Es una idea descabellad
Soledad Reyes no estaba en sus planes, es lo que piensa Rafael. No le agrada la idea de tener a esa mujer en su casa.Necesita a alguien en México. Le molestó haber oído la orden de un jet privado exclusivamente para Soledad. Lo único que ordenó fue que se encargaran de colocarla en los asientos de primera clase. Matías se cae cuando da un paso hacia atrás, entretenido con sus juguetes. Rafael da un vistazo al reloj antes de acercarse al niño y cargarlo. —¿Qué es eso que tienes en tus manos? —Rafael señala el avión favorito de Matías. El bebé señala una y otra vez, haciéndolo volar como siempre ha hecho, respondiendo a la pregunta con simples gestos. Rafael disfruta cada día la compañía de Matías. Es un niño inteligente. Prefiere recibir a Soledad en la oficina. El vuelo había sido pospuesto para un par de horas más desde Mérida a Nueva York. Pero no contaba con que la vería tan rápido. A Matías lo deja en el suelo otra vez, entregándole una galleta con textura suave par
CAPÍTULO 52Las manos de Gerardo en su piel se transforman en eso que ahoga, que quita el aire. Había olvidado lo que era estar siendo poseída de ésta forma por él.Gerardo apenas se entromete entre sus piernas, saboreándola para que, por un instante, deje de ser ella y caiga a éste abismo de temblores, gritos y jadeos.Ésta manera de tocarla traspasa los límites. Gerardo no le interesa absolutamente más nada que oír los jadeos placenteros de Altagracia, quien se restriega en su rostro y hunde las uñas en su cabello para deleitarse más con su boca. Cuando están juntos todo arde, absolutamente todo. Corazón, alma y cuerpo. Todo se vuelve frágil. Altagracia se vuelve frágil por las caricias de Gerardo que siempre creyó que eran falsas.Se corre en un santiamén en la boca de Gerardo. Y desde ese punto su cuerpo y sus labios son esclavos de Gerardo. Las caricias que deja por su piel desnuda la estremecen, despojándola del control. Gerardo le quita el control. Es él quien la controla. Dev
La señora Aleida no pierde tiempo en acercarse a Altagracia cuando Azucena, sin dejar de estar sorprendida, sale de la finca hacia el patio.—¿Qué es lo que sucede, hija? ¿Qué hace Gerardo aquí? ¿Te reconoció?—¡No! —Altagracia se aparta de la ventana. Oculta el cuerpo tras la columna—. No. Él no me reconoció. Sólo que —no está preparada para decirle algo así a su abuela. Mucho menos lo que “pasó.” Lleva la mano al rostro—. Probablemente crea que siga viva y por eso vino hacia aquí.—Pero escucha sus exigencias. ¡Habla como si realmente estuvieses viva! Digo, hija, estás viva. Pero ya sabes a lo que me refiero.—Gerardo perdió la cabeza. ¿Cómo se le ocurre venir aquí lanzando gritos de esa forma? —Altagracia se quita la mano del rostro—. No debe estar aquí. Dile qué se vaya.—¿Estás segura de que él no te reconoce?—Muy segura. Él no me reconoce porque soy Ximena —Altagracia aprieta los labios cuando otro rugido feroz deja la garganta de Gerardo. La sigue llamando—. Entrará. Lo conozc
Segundos después el fiscal asiente para que los oficiales muevan a un Gerardo completamente pálido. Altagracia se toma de las manos, en ningún instante quitándole la mirada de encima. El rostro de Gerardo se vuelve incrédulo, paralizado, sin comprender no lo que está sucediendo, sino lo que ella acaba de decir. —Enfrentarás la ley —no se le había escuchado a Ignacio tan satisfecho con sus palabras—. Quién lo diría, ¿Cierto?—Maldito infeliz. ¿Qué fue lo que hiciste? —Gerardo usa su fuerza para maniobrar y escaparse de las manos de los dos oficiales que lo arrastran con tal de llegar a empujar a Ignacio de una patada. Los oficiales son rápidos en capturarlo otra vez, arrastrándolo hacia atrás—. ¡Habla, maldito!—¿Yo? Yo no hice nada. Eso debería preguntarte yo a ti —Ignacio se echa a reír—. Al gobernador lo encontraron muerto no muy lejos de tu hacienda. Hay evidencia, Montesinos, de que fuiste tú. Claro que me sorprende las agallas que tienes para salir hoy como si nada hubiese
—Haz lo qué te dije —Ignacio deja tranquilamente la copa en su escritorio. Gustoso, sonríe a Luciano quien no tiene mucho tiempo de haber llegado a su oficina—, lo tengo justo donde deseo. ¿Quién diría que Ximena sería tan de buena ayuda? Lo que he querido toda mi vida…y él está ahí —Ignacio se echa a reír.Luciano se quita el sombrero en señal de sumisión.—Esperaremos que los hombres a los que usted les pagó en prisión nos den la señal, señor —responde Luciano—. Será más fácil si hacemos la emboscada cuando lo trasladen.Ignacio asiente, sin mirarlo. Los ojos los tiene en la imagen que tiene en la mano. Su sonrisa completamente amplia.—No tomará mucho tiempo para hacerle saber a la gente —Ignacio tiene su arma en el gatillo. Lo gira una y otra vez—, que Gerardo no es más que una escoria escondida en sus miles de millones. Mostramos la verdad, y nuestra recompensa no tardará demasiado —Ignacio hace una pausa—. Finalmente, el día llegó.—Muerto el perro, se acabó la rabia, señor —Luc