La señora Aleida no pierde tiempo en acercarse a Altagracia cuando Azucena, sin dejar de estar sorprendida, sale de la finca hacia el patio.—¿Qué es lo que sucede, hija? ¿Qué hace Gerardo aquí? ¿Te reconoció?—¡No! —Altagracia se aparta de la ventana. Oculta el cuerpo tras la columna—. No. Él no me reconoció. Sólo que —no está preparada para decirle algo así a su abuela. Mucho menos lo que “pasó.” Lleva la mano al rostro—. Probablemente crea que siga viva y por eso vino hacia aquí.—Pero escucha sus exigencias. ¡Habla como si realmente estuvieses viva! Digo, hija, estás viva. Pero ya sabes a lo que me refiero.—Gerardo perdió la cabeza. ¿Cómo se le ocurre venir aquí lanzando gritos de esa forma? —Altagracia se quita la mano del rostro—. No debe estar aquí. Dile qué se vaya.—¿Estás segura de que él no te reconoce?—Muy segura. Él no me reconoce porque soy Ximena —Altagracia aprieta los labios cuando otro rugido feroz deja la garganta de Gerardo. La sigue llamando—. Entrará. Lo conozc
Segundos después el fiscal asiente para que los oficiales muevan a un Gerardo completamente pálido. Altagracia se toma de las manos, en ningún instante quitándole la mirada de encima. El rostro de Gerardo se vuelve incrédulo, paralizado, sin comprender no lo que está sucediendo, sino lo que ella acaba de decir. —Enfrentarás la ley —no se le había escuchado a Ignacio tan satisfecho con sus palabras—. Quién lo diría, ¿Cierto?—Maldito infeliz. ¿Qué fue lo que hiciste? —Gerardo usa su fuerza para maniobrar y escaparse de las manos de los dos oficiales que lo arrastran con tal de llegar a empujar a Ignacio de una patada. Los oficiales son rápidos en capturarlo otra vez, arrastrándolo hacia atrás—. ¡Habla, maldito!—¿Yo? Yo no hice nada. Eso debería preguntarte yo a ti —Ignacio se echa a reír—. Al gobernador lo encontraron muerto no muy lejos de tu hacienda. Hay evidencia, Montesinos, de que fuiste tú. Claro que me sorprende las agallas que tienes para salir hoy como si nada hubiese
—Haz lo qué te dije —Ignacio deja tranquilamente la copa en su escritorio. Gustoso, sonríe a Luciano quien no tiene mucho tiempo de haber llegado a su oficina—, lo tengo justo donde deseo. ¿Quién diría que Ximena sería tan de buena ayuda? Lo que he querido toda mi vida…y él está ahí —Ignacio se echa a reír.Luciano se quita el sombrero en señal de sumisión.—Esperaremos que los hombres a los que usted les pagó en prisión nos den la señal, señor —responde Luciano—. Será más fácil si hacemos la emboscada cuando lo trasladen.Ignacio asiente, sin mirarlo. Los ojos los tiene en la imagen que tiene en la mano. Su sonrisa completamente amplia.—No tomará mucho tiempo para hacerle saber a la gente —Ignacio tiene su arma en el gatillo. Lo gira una y otra vez—, que Gerardo no es más que una escoria escondida en sus miles de millones. Mostramos la verdad, y nuestra recompensa no tardará demasiado —Ignacio hace una pausa—. Finalmente, el día llegó.—Muerto el perro, se acabó la rabia, señor —Luc
—¿Anoche, Altagracia? ¿Anoche estabas con Gerardo? —la señora Aleida tiene la misma expresión de sobresalto—. ¿Cómo es eso posible?Altagracia ha durado unos momentos en la deriva luego de confesar. Su respiración se sigue acortando más y más. Recuerda la tormenta de anoche, donde en sus brazos sostenía a Gerardo completamente ebrio y balbuceando incoherencias no propias de él.Si han dicho que el asesinato ocurrió anoche en medio de la lluvia. Entonces…Altagracia deja que el dolor de cabeza debido a demasiado pensativos acumulativos la ciegue unos momentos. La respiración ya no es la misma. Altagracia retrocede, perdida en su propia mente, como si no quisiera aceptarlo.—Estuve con él —Altagracia mantiene la mano en su vientre, desesperada. La observa—. Fui al cementerio porque quería visitar mi tumba. Él estaba ahí en medio de la lluvia. Estaba ebrio. Las cosas —Altagracia cierra los ojos—, no pudo haber sido él quien le hizo eso al gobernador porque estaba conmigo.—¡Lo ves! ¿Qué
Altagracia se siente más tranquila a la hora de escucharlo. Pero el fiscal de una vez la detiene, justo cuando desea abrir la boca para qué abran la celda.—Ya le dije qué no es permitido. Cuando el abogado que le puso el gobierno a este criminal llegue, podrá hablar con él. —Entiendo complemente. Pero no puedo esperar a la llegada de ese abogado y perder el tiempo. Necesito hablar con Santiago. Será solo un momento —Altagracia señala la celda con la barbilla—, por favor. El fiscal sigue insistiendo. —No hay razón para continuar con esto. Puede hablar con el prisionero de éste lado de la celda. —Usted no comprende —Altagracia exclama—. Sé que Santiago será sincero si hablamos cara a cara. —¿Sincero? ¿Qué quiere decir? ¿Qué lo que dijo no es cierto? —el fiscal está claramente disgustado—. Los hechos son los hechos y éste criminal ya está enjuiciado. —Puede entrar conmigo si se trata de sospecha. Quiero hablar con él, pero lo haré cara a cara como debe de ser. Ya le dije
—Quedan formalmente unidos legalmente —el abogado cierra la carpeta justo luego de firmar—. Un placer, señor Montesinos.Rafael se coloca de pie, totalmente indiferente a las palabras. La única persona sonriente en la oficia es Soledad, de piernas cruzadas, y ojos completamente distinguibles en la satisfacción.Rafael estrecha la mano del abogado y Soledad también. Luis despide al abogado y lo acompaña por petición de Rafael.Matías está comiendo una pequeña paleta de helado, siendo Guadalupe y Luis los únicos testigos de ésta indiferente unión. Rafael se arregla su corbata y genera un seriedad enorme al momento de girarse hacia Soledad.—Unos simples meses. No tienes antecedentes ni nada de escándalos. Tu única vocación será ser la madre de mi hijo —Rafael se acerca hacia Matías para acariciarle el cabello castaño—. No quiero más nada de ti sino eso.—No tengo problemas. Ya entendiste lo único qué quiero —Soledad contesta con un tono de delicadeza. Rafael es igual de atractivo que su
Aunque no lo quiera es difícil no pensar en las horas encerrado en ésta pocilga. Gerardo mantiene la cabeza agachada sentado en la única silla dentro de su celda.Nadie lo ha visitado salvo Fernando, contándole sobre el desastre en el que se ha vuelto Campos Del Valle con su detención, y sus otras empresas regidas bajo su directiva. Estas acusaciones le están costando la reputación que considera casi sagrada.Se echa hacia atrás. La cabeza la descansa en la pared.Sus nudillos sangran. La pared es lo único que logra alcanzar sus puños para cesar la desesperación.Encerrado como una rata.Jamás en la vida creyó que esto le sucedería.Ha estado repasando las palabras que Fernando confesó horas atrás. Ya no sabe cuánto tiempo ha estado aquí«Altagracia cree que fui yo» son los pensamientos de Gerardo. «Ella cree que fui yo el culpable de su muerte. El causante del incendio. ¿Cómo puede creer que yo hice algo así?»Gerardo suspira cansado.«Te odia. La mujer qué amas la perdiste por una e
Gerardo vuelve a preguntar. —Así se llama el niño que adoptó Rafael. Matías. ¿No está aquí con él? Fernando se muestra confundido ya al oírlo, y más al escuchar el nombre del hijo de Rafael. —No. El niño no está aquí ¿Por qué quieres saber?Gerardo recuerda las súplicas de su hijo de quien sería su nuevo hermano.—Luego te contaré. Necesito que hagas otra cosa, qué distingas a todo aquel policía corrupto. Uno de ellos es quien viene todos los días a dejarme la comida. Ignacio juega sucio. Él cree que yo no sé sus mañas. Desde niño fue una espinilla en el trasero y siempre hizo trampa. Si quiere se gobernador él mismo me está haciendo el favor. Yo esperaré aquí a la hora del traslado. No puedo hacer nada aquí, Fernando. Te necesito al lado de mi familia. ¿Cómo está mi madre? ¿Dónde está Sergio?—Tu madre haciéndose cargo de todos los problemas en Santa María. Sergio está con su tía Azucena y la señora Aleida —Fernando cierra el portafolio.—Bien. Confío en la señora Aleida. Ahora vet