Un llamado lejano empieza a interrumpir la somnolencia del hombre que apenas se recupera. La conciencia lo manda a despertar, y se suma el llamado agudo qué se mete en sus sentidos.El hombre que abre un solo ojo para ver a su hijo moviendo sus piernas es Gerardo.Está sin camisa, acostado en su habitación. Alza la cabeza para que la imagen de Sergio trepando sus piernas hasta llegar hasta sus brazos sea lo primero que vea bajo éste inmenso dolor de cabeza. Vuelve a acostarse, y a cerrar los ojos.—¡Papi! ¡Papi! Levántate. Tienes qué desayunar.La habitación da vueltas cuando Gerardo vuelve abrir un solo ojo, mirando al techo. Sergio salta en la cama, tratando de despertarlo.—Sergio…—la voz ronca de Gerardo no asusta a Sergio por estar acostumbrado. Lo llama para que se detenga, pero su tono de voz es tan bajo y grueso que su pequeño hijo no le presta atención. Gerardo deja caer la cabeza otra vez a la cama, suspirando.—¿Dónde estabas ayer, papi? ¿Fuiste a buscar a mi hermanito?Ger
—Esto es lo qué sucede cuando hay fugas de productos químicos, probablemente como la hacienda, ambas, crían ganado a gran escala, las fugas de productos químicos pueden contaminar el suelo, y el agua subterránea —el ingeniero Ismael se coloca de pie luego de quitarse los guantes—, ya sabes cómo son éstas cosas, Gerardo. ¿Has visto qué afecte a otras haciendas…? —Las únicas haciendas afectadas son las mías. Y no quiero al gobierno local con sus narices en mis tierras porque esto no se trata a propósito de un mal monitoreo y el control. No es suficiente —Gerardo se mueve de un lado al otro, histérico y con las manos en la cintura. Acaba de colocarse su sombrero y una chaqueta de cuero negra—, mis animales no tienen agua para beber y probablemente alguno de ellos ya estén enfermos por el agua. Arregla esto de inmediato. Víctor Montesinos se acerca junto a Fernando en una camioneta. Gerardo llevó personalmente al ingeniero Ismael al pozo profundo más lejano de la casa grande. Gerardo est
Altagracia retrocede con tres pasos segundos después de oír a Edelmiro. —Lo que dice son puras mentiras —Altagracia zanja de mala gana—, eso es imposible. Eldemiro acaricia la cabeza de uno de los perros que se han acercado. —Creo en la veracidad del testimonio de Altagracia Reyes. Es imposible, no. Es descabellado lo que dice. Gerardo estaba aquella noche en la hacienda Villalmar —Altagracia exclama. Edelmiro quita el tabaco de su boca. —Puede usted creerlo o no, señorita. Soy anciano. Pero mi mirada falla pocas veces.—¿Qué pruebas tiene para creer que aquel hombre no era ese tipo? ¿Alguna prueba? —al perder un poco la paciencia, Altagracia está rígida y disgustada. —Mis ojos, señora. Es lo qué vi. —¿Y usted le dijo eso a la policía? —Gilberto se acerca a mencionar. —Se los dije. No deje ningún cabo suelto. El muchacho usado de carnada está pagando su condena, él fue elegido para ser el rostro de la maldad. ¿Quién lo envió? —Edelmiro de cruza de brazos—, éstas tierr
—Eso estuvo —Soledad suelta su último suspiro, acomodándose su vestido—, muy bien, Juan Carlo. Como siempre —Soledad le guiña el ojo al bajarse del escritorio, acariciando sus hombros—, estuviste de maravilla. Juan Carlo se sube el cierre de su pantalón, agitado por lo que acaban de hacer. Empieza a arreglarse las mangas de su camisa sin apartar la mirada de Soledad mientras ella deliberadamente sonríe y se acomoda sus tacones. Se inclina a besarlo una vez más.—¿Esperaste por mí toda la noche?—Luego de hacerlo en el baño no pude tener mucho de ti —Juan Carlo la hace reír agarrándola de la cintura—, sabes qué siempre espero por ti.—Ahora qué ya has tenido tu dosis de mí, cielo, me encantaría qué noticias tienes para que la zorra deje Villalmar y México. Si es posible para siempre —Soledad deja de sonreír falsamente para lanzar el rostro de Juan Carlo hacia un lado sin ganas y alejarse de él. Su rostro ya cae a una profundad seriedad.—No sólo se necesita sacarla de aquí. Q
Vestida de novia, de pie en el altar y mirando hacia la salida de la iglesia, Altagracia finalmente se da cuenta que su futuro esposo no vendrá.Acaba de dejarla plantada en el altar.Su corazón late con fuerza y las lágrimas en sus ojos se van formando cuando, sin creerlo, sigue mirando la entrada de la iglesia y así creer que esto es una broma. Una completa broma de mal gusto.Tiene el ramo de flores blancas, tiene su velo, tiene su vestido hermoso, éste sería el día más feliz de su vida, lo creía ésta mañana cuando se levantó. Ahora aquí, con todas las personas mirándola y dándose cuenta de éste horror, Altagracia no puede ni siquiera respirar.Humillada. Completamente humillada. Su corazón se quiebra en mil pedazos cada vez que mira hacia la puerta. No hay nadie. No viene nadie. No entra a nadie.El hombre de sus sueños acaba de dejarla plantada frente a todo el mundo.Altagracia se traga el sollozo, parada frente a un centenar de personas que ya empiezan a verla con lástima. No.
—Aquí están los papeles, señor Montesinos. Los papeles de la hacienda “Los Reyes.” —en la corporación “Campo Del Valle”, un hombre en sus cincuentas le entrega las tan esperadas escrituras a su jefe.El magnate más poderoso de la región de Yucatán y uno de los hombres más millonarios de todo México está sentado en su puesto en la oficina de reuniones. Recibe el papel, mirando con desdén el nombre “Los Reyes.” Lo lanza al escritorio. Su mirada cambia a una calculadora, mirando hacia la ventana. Ojos gravemente fríos se quedan en el cielo de la ciudad de México, y mueve la mano.El hombre que está acostumbrado a tener el mundo a sus pies. Nunca objetado. Siempre teniendo razón sobre todas las cosas.—¿Todo está listo?—Todo, señor Montesinos. La firma es la elegible de la señorita Reyes. El documento especifica que le da a usted todos sus bienes y toda su herencia. No es falsificada como los abogados creyeron, no. Es la firma real de su…—el hombre se calla, relamiéndose los labios.—No
—Es increíble que hayas deshonrado así a nuestra familia. ¡Le diste todo a ese hombre! ¡Todo, Altagracia! ¡Gerardo Montesinos se apoderó y es dueño de todo lo nuestro por tu culpa!Altagracia abraza a su hijo con fuerza, oyendo las horribles palabras que suelta su abuelo contra ella. Ya ni puede recordar la última vez que escuchó algo tan horrible como esto. No puede imaginar lo que sucederá de ahora en adelante porque lo que sale de la boca de su abuelo le quita lo que queda de fuerzas.—¡No quiero verte más, Altagracia! No mereces llevar el apellido Reyes. ¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así?! ¡¿Cómo?!—Basta, abuelo —Azucena se arrodilla para abrazar a su hermana—, ¿No estás viendo que tiene a un pequeño en sus brazos?—¡Eso es imposible! ¡Ésta niña jamás tuvo una barriga como para decir que estaba embarazada! —exclama el abuelo de Altagracia señalando con el dedo—, ¡Otra de sus mentiras!—Es verdad. Altagracia acaba de dar a luz a un niño. Estos embarazos son crípticos, la madre no
Lo primero que observa Altagracia cuando abre los ojos es una fuerte luz. No pasa ni un solo segundo para que lo único que corra hacia su mente sea el recuerdo de su hijo.—¡Mi bebé! —grita Altagracia levantándose de golpe. Es la misma habitación de la mansión, pero ahora tiene intravenosas y la debilidad que antes sentía ya se ha alejado. Pero su mente tiene otra cosa en la que importarse—, ¡Mi bebé!Altagracia se quita las intravenosas desesperadamente para ponerse de pie y salir de la habitación. Cualquier horror pasa por su mente y piensa lo peor mientras camina rápidamente gritando donde está su bebé.—¡Por Dios! —Altagracia jadea descomedida cuando un pequeño niño está en una cuna, y frente a él está Gertrudis. Sale corriendo hacia el niño para llevárselo a los brazos—, Gracias a Dios, gracias a Dios.—Patrona —Gertrudis agacha la cabeza cuando se da cuenta de Altagracia.Altagracia besa a su bebé, meciéndolo. Lo siente para que esto no sea una pesadilla.—¿Cómo está mi bebé?—E