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Sólo ha pasado una semana desde que Rafael Montesinos se mudó a Nueva York. Tiene la mirada concentrada en su escritorio porque la mudanza le trajo más trabajo de lo qué tenía en México. Comenzando con que ya se ha alejado por entero de Campos Del Valle y de su familia. Luis es su asistente, quien entra acompañado de lo único que puede hacerle a Rafael desviar la atención. Su madre, Rosa de Montesinos. El pequeño Matías juega, distraído, en su silla. Rafael no le ha quitado la vista de encima desde que Guadalupe lo trajo. El niño es bastante tranquilo, y mientras tenga su avión de madera, nada lo distraerá salvo la hora de dormir. La madre de los hermanos Montesinos porta la belleza que sus hijos heredaron de ella. Siempre pidió una niña. Nunca tuvo la oportunidad de tenerla. De ojos hundidos y un cabello peinado elegantemente, Rosa se quita los lentes justo cuando coloca los ojos en el pequeño Matías.—¿Cómo sabes que estoy aquí? —ni un saludo, ni una bienvenida. Rafael no
Un llamado lejano empieza a interrumpir la somnolencia del hombre que apenas se recupera. La conciencia lo manda a despertar, y se suma el llamado agudo qué se mete en sus sentidos.El hombre que abre un solo ojo para ver a su hijo moviendo sus piernas es Gerardo.Está sin camisa, acostado en su habitación. Alza la cabeza para que la imagen de Sergio trepando sus piernas hasta llegar hasta sus brazos sea lo primero que vea bajo éste inmenso dolor de cabeza. Vuelve a acostarse, y a cerrar los ojos.—¡Papi! ¡Papi! Levántate. Tienes qué desayunar.La habitación da vueltas cuando Gerardo vuelve abrir un solo ojo, mirando al techo. Sergio salta en la cama, tratando de despertarlo.—Sergio…—la voz ronca de Gerardo no asusta a Sergio por estar acostumbrado. Lo llama para que se detenga, pero su tono de voz es tan bajo y grueso que su pequeño hijo no le presta atención. Gerardo deja caer la cabeza otra vez a la cama, suspirando.—¿Dónde estabas ayer, papi? ¿Fuiste a buscar a mi hermanito?Ger
—Esto es lo qué sucede cuando hay fugas de productos químicos, probablemente como la hacienda, ambas, crían ganado a gran escala, las fugas de productos químicos pueden contaminar el suelo, y el agua subterránea —el ingeniero Ismael se coloca de pie luego de quitarse los guantes—, ya sabes cómo son éstas cosas, Gerardo. ¿Has visto qué afecte a otras haciendas…? —Las únicas haciendas afectadas son las mías. Y no quiero al gobierno local con sus narices en mis tierras porque esto no se trata a propósito de un mal monitoreo y el control. No es suficiente —Gerardo se mueve de un lado al otro, histérico y con las manos en la cintura. Acaba de colocarse su sombrero y una chaqueta de cuero negra—, mis animales no tienen agua para beber y probablemente alguno de ellos ya estén enfermos por el agua. Arregla esto de inmediato. Víctor Montesinos se acerca junto a Fernando en una camioneta. Gerardo llevó personalmente al ingeniero Ismael al pozo profundo más lejano de la casa grande. Gerardo est
Altagracia retrocede con tres pasos segundos después de oír a Edelmiro. —Lo que dice son puras mentiras —Altagracia zanja de mala gana—, eso es imposible. Eldemiro acaricia la cabeza de uno de los perros que se han acercado. —Creo en la veracidad del testimonio de Altagracia Reyes. Es imposible, no. Es descabellado lo que dice. Gerardo estaba aquella noche en la hacienda Villalmar —Altagracia exclama. Edelmiro quita el tabaco de su boca. —Puede usted creerlo o no, señorita. Soy anciano. Pero mi mirada falla pocas veces.—¿Qué pruebas tiene para creer que aquel hombre no era ese tipo? ¿Alguna prueba? —al perder un poco la paciencia, Altagracia está rígida y disgustada. —Mis ojos, señora. Es lo qué vi. —¿Y usted le dijo eso a la policía? —Gilberto se acerca a mencionar. —Se los dije. No deje ningún cabo suelto. El muchacho usado de carnada está pagando su condena, él fue elegido para ser el rostro de la maldad. ¿Quién lo envió? —Edelmiro de cruza de brazos—, éstas tierr
—Eso estuvo —Soledad suelta su último suspiro, acomodándose su vestido—, muy bien, Juan Carlo. Como siempre —Soledad le guiña el ojo al bajarse del escritorio, acariciando sus hombros—, estuviste de maravilla. Juan Carlo se sube el cierre de su pantalón, agitado por lo que acaban de hacer. Empieza a arreglarse las mangas de su camisa sin apartar la mirada de Soledad mientras ella deliberadamente sonríe y se acomoda sus tacones. Se inclina a besarlo una vez más.—¿Esperaste por mí toda la noche?—Luego de hacerlo en el baño no pude tener mucho de ti —Juan Carlo la hace reír agarrándola de la cintura—, sabes qué siempre espero por ti.—Ahora qué ya has tenido tu dosis de mí, cielo, me encantaría qué noticias tienes para que la zorra deje Villalmar y México. Si es posible para siempre —Soledad deja de sonreír falsamente para lanzar el rostro de Juan Carlo hacia un lado sin ganas y alejarse de él. Su rostro ya cae a una profundad seriedad.—No sólo se necesita sacarla de aquí. Q
—¿Señorita Ximena? —Gertrudis salta de inmediato hacia Altagracia cuando la escucha sollozar—, ¿Quiere un poco de agua?—Olvida eso. Estoy bien —Altagracia no quiere que Gertrudis la toque, por lo que se aleja, ocultando su rostro hacia otro lado para que Gertrudis no tenga la oportunidad de ver sus lágrimas—, eso es imposible.—Tampoco quiero creerlo, señorita. Pero mi búsqueda me llevó a eso. A ese cementerio…—¿Dónde está ese cementerio? ¿Dónde están esas personas? —asegurándose que no quede ningún rastro de sus lágrimas Altagracia se gira—, llévame de inmediato a ese cementerio. Quiero verlo con mis propios ojos —aguanta las ganas de sollozar.Gertrudis sostiene su mano, confundida dentro de lo cabe por la reacción de ésta desconocida. —¿Está segura…?—¡Muy segura! —Altagracia recupera lo poco que queda de aire para tambalearse hacia la camioneta—, ¡Venga de inmediato, Gertrudis!Gertrudis salta con la voz enervada de Altagracia antes de correr hacia el auto.—Señorita Ximena, ¿P
Lo primero qué hace Gerardo al pobre Amado es sostenerlo del cuello, sin tanta presión. Con sus ojos abiertos, es más bastante obvio que está afectado por sus palabras.—Repite lo qué dijiste —Gerardo ordena en voz calmada. Sin embargo, por dentro es una llama encendida.Amado alza sus manos, confundido por la reacción de Gerardo.—Una mujer estaba con usted anoche, Don Gerardo —repite Amado.—¿Cómo era?—No logré verla por la lluvia. La fuerte tormenta no dejó que lograra verla. Estaba de espaldas hacia mi —Amado se arregla el sombrero cuando Gerardo lo libera. Una clara expresión de duda aparece—. ¿Está bien, Don Gerardo?Con la respiración desenfrenada Gerardo se pasa la mano por su cabello, desordenándolo.No hay palabras adecuadas para describir lo que está sintiendo. ¡Lo sabía! ¡No está loco! No fue un sueño.Altagracia estaba con él. ¡Estaba con él!No hay molestia. No hay resentimiento. Jamás en la vida se había sentido tan abrumado por la emoción. Cuando Amado le pregunta, Ge
Esto no puede estar pasando. Es más, se suponía que ella misma lo llamaría como Ximena para hacer exactamente lo que le dijo a Gilberto por celular.¿Y ahora está aquí? ¿Qué quiere hablar con Ximena?¿Gerardo perdió la cabeza? Él tiene abierta la camisa manga larga, y no tiene ropa para el campo. Lo más probable es que salió directo de su oficina hacia Villalmar, pero, ¿Cómo sabe que Ximena está aquí?Altagracia quiere gritar de la rabia cada vez que lo ve. Como había dicho, el hombre de ahora es muy diferente al hombre que estaba anoche junto a ella. Gerardo está aquí, frenético, y no deja de gritar para que salga.Altagracia divisa el suelo, como si pensara en algo, aferrada aún detrás del árbol. Se observa su ropa, observa al caballo, observa el teléfono en su bolsillo.La única manera de enfrentar a Gerardo…Es siendo Altagracia.De lo contrario, quizás su plan fracase. Y no está dispuesta a dejarlo en libertad. Y luego de lo que se enteró hoy, mucho menos.Es una idea descabellad