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Capítulo 2: Del Deseo A La Realidad

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Manada Sombra Oscura.

Levy.

Me levanto lentamente, respirando el aroma que Violeta ha dejado en mi almohada.

Después que la marqué y la hice mía, como siempre quise.

Mis labios siguen hinchados, después de todos los besos que le di por todo su cuerpo, mientras la penetraba una y otra vez, exactamente como me lo imaginé todos estos años, desde que éramos unos niños.

No, ya no tenía ganas de esperar a mi pareja destinada.

Quien quiera que sea, no merece ser mi Luna, como Violeta.

Sé que la anciana del concejo me lo advirtió, que un alfa de mi linaje debía esperar por su pareja destinada, su alma gemela.

Pero, no me importó cuando se lo propuse a mi querida Violeta.

Ella se resistió al principio, pero luego accedió y ahora está aquí, en mi cama, luego de todo el amor que nos dimos anoche.

Así que me acerco a su cuerpo, recordando cómo temblaba entre mis brazos, al tiempo que la embestía una y otra vez, embriagado de mi amor por ella.

Y entonces la toco y tiemblo de miedo.

― ¿Violeta? ―le digo, al tiempo que acerco mi cara a la suya, para ver sus ojos de un azul profundo.

Pero sus ojos no se abren y su piel se siente fría, como si estuviera bañada de muerte.

― ¿Violeta? ―grito ahora y muevo su cuerpo de lado a lado, tratando de que sus ojos se abran, que se despierte y me diga, "¡Ja, te engañé!", o algo por el estilo.

Nada pasa.

Ahora, la envuelvo entre mis brazos.

―Tiene frío―me digo y trato de calentarla con mi cuerpo, pero sigue inerte― ¡Mi Luna, despierta, por favor! ―le ruego y ella sigue igual.

―Por favor, entra en calor―le imploro nuevamente, al tiempo que froto mis manos por sus brazos que son como unos témpanos ahora, así que le doy respiración boca a boca.

Nada, no pasa nada, y un escalofrío me recorre el cuerpo, temiéndome lo peor.

― ¡Ezra! ―le grito a mi beta y él entra enseguida― ¡trae de una vez al médico! ―le exijo, moviendo la cara de Violeta para que reaccione― ¡qué esperas! ―le espeto y él sale de su embobamiento y se va corriendo y al rato está trayendo a uno de los doctores, quien intenta arrancarme a mi Luna de los brazos, y yo tengo que recordarme que él la curará, así que accedo de mala gana.

Y me levanto de la cama, mientras camino de un lado para el otro esperando a que el doctor haga magia, su magia.

Entonces él empieza a meterle agujas de todo tipo, con líquidos de todos los colores, le coloca mascarillas, le inserta aparatos.

Todo para que mi Luna se ponga bien y vuelva a sonreír como anoche, en nuestra fiesta de unión.

O en nuestra cama, cuando nuestro amor galopaba, desbocado.

―La hemos perdido, mi alfa―proclama finalmente el doctor, retirando todo los aparatos.

Así que me acerco a él, desesperado.

― ¿A qué te refieres con eso? ―le digo, tratando de que mi cabeza logre entender sus palabras, que me parecen como un mero susurro.

―A que Luna Violeta a muerto―me revela y yo siento cómo la rabia me ciega.

―Más te vale que eso sea una vil mentira o me encargaré de que tú mueras con ella―lo sentencio y él ahora tiembla de miedo, mientras lo tomo por el cuello, ahorcándolo.

― ¿Quieres calmarte, mi alfa? ―me pide Ezra, quien también es mi mejor amigo―recuerda las palabras de la vieja anciana―me pide y entro en pánico.

Porque él tiene razón.

―Esto podía pasar, ya que ella no era digna de tu linaje―me recuerda y me paso las manos por la cabeza una y otra vez, en confusión.

Y ahora me siento en el piso, derrotado.

―He matado a Violeta―finalmente confieso con dolor en el corazón.

―Ella no merecía ser tu Luna―me dice ahora Ezra, tratando de consolarme, pero yo ahora lo agarro por la solapa de su camisa, furioso.

―Ella se lo merecía todo―le espeto molesto―y yo le quité la vida―le reclamo.

―Ella también era mi amiga, mi alfa―me recuerda―pero no estaba a tu altura―señala con voz serena―podías perderla en la noche de bodas, por tu fuerte poder de apareamiento―comenta y yo lo suelto.

Es cierto.

―Salgan todos de aquí―les ordeno y ellos se van de inmediato.

Así que ahora me aferro al cuerpo de mi amada Violeta, mi Luna, a quien no pude corresponderle con mi amor como se lo merecía.

En cambio, ha muerto por mi culpa.

El vacío por su ausencia me está matando por dentro, mientras la sigo acunando entre mis brazos.

―Mi alfa, por favor―me ruega Ezra, al tiempo que hace un último intento para que la suelte y me digo a mí mismo que debo hacerlo, pero no quiero.

― ¡No van a profanar su cuerpo esos miserables doctores! ―rujo, con la garganta seca por el dolor―no quiero que ninguno de ellos la toquen, ¡la han dejado morir! ―los acuso ahora, aunque yo sé cuál es la verdad.

Yo lo sabía y, sin embargo, me empeñé porque se quedara conmigo.

Y al fin me rindo y permito que Ezra la tome, desplomándome, con el dolor todavía a flor de piel.

En cuanto él se va, tomo todas las cosas de Violeta, su ropa, sus joyas, incluso, aquellas cosas que pertenecían a su familia.

Y su vestido de novia.

Todas aquellas pertenencias que eran parte de ella, que de algún modo guardan su esencia, su sonrisa, la manera en que movía su cabello o ese gesto indiscreto y pícaro, cuando quería hacerme una confidencia.

Lo guardaré con mil llaves si es posible, porque nadie deshonrará su recuerdo.

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