Capítulo3
Juana trajo consigo la lista de la dote y dijo.

—Este año, has dado más de seis mil reales de plata en efectivo, pero no has tocado para nada, las tiendas, las casas ni las fincas. Los certificados de depósito que dejó tu madre en el banco, así como los títulos de propiedad de las tierras, están todos muy bien guardados en un baúl cerrado con llave.

—Entiendo...

Isabella miró con detenimiento la lista. Su madre le había dejado un patrimonio bastante grande, por miedo a que sufriera en la casa de su esposo. Sintió un dolor agudo en su corazón. Juana, muy triste a su lado le preguntó.

—Señorita, ¿a dónde podemos ir?, ¿regresaremos a la casa de su padre?, ¿o acaso iremos al Cerro de los Cerezos?

Al recordar la sangre derramada y los cadáveres en la mansión del Marqués, un dolor agudo atravesó al instante el corazón de la única sobreviviente.

—Cualquier lugar es mejor que quedarse aquí, ¿no crees?

—Pero si te vas, les estarás dando lo que ellos quieren.

Isabella le respondió con frialdad.

—Entonces que lo tengan. —Y siguió diciendo—Si me quedo, estaré sufriendo por amor el resto de mi vida. Juana, ahora soy la única que queda del legado de mi padre don Melquíadez Díaz de Vivar. Debo vivir bien para que las almas en pena de mis padres y hermanos puedan descansar en paz.

—Señorita... —Dijo la doncella mientras lloraba desconsolada.

Isabella había nacido en la familia y perdió a todos sus seres queridos en la masacre. Si dejaban la casa del general, ¿a dónde podrían ir?, la mansión del Marqués estaba llena de recuerdos muy dolorosos.

—Debo pensar muy bien.

—¿No hay acaso otra solución? —Preguntó inquieta Juana. Los ojos de Isabella se oscurecieron de repente.

—Sí, puedo presentarme ante su majestad y exigirle que revoque el decreto en honor a mi familia. Si no lo acepta, me estrellare la cabeza contra las puertas de la mansión. — Juana, demasiado asustada, se arrodilló de inmediato.

—Señorita, ¡no puede hacer eso!

Isabella sonrió con frialdad.

—¿Crees que soy tan estúpida? Incluso si voy al palacio del Rey, solo pediré un decreto de divorcio. —En un tono más serio siguió diciendo—Theobald se casará con Desislava por un decreto real. Entonces, también pediré un decreto de divorcio. Si me voy, lo haré con dignidad, no en silencio, como si me echaran.

Con la riqueza de la familia del Marqués, podría vivir sin ninguna preocupación toda su vida. Isabella no necesitaba humillarse de esta manera. Afuera, alguien la llamó.

—Señora, la anciana la llama. —Juana murmuró. —Es la señorita Dolores, la empleada de doña Rosario de Vogel. Muy seguro quiere persuadirte. —Isabella aceptó y se levantó.

—Vamos.

El sol poniente teñía el cielo de rojo, y el viento otoñal era frío. El Rey anterior había otorgado la casa del general al abuelo de Theobald, en otros tiempos había sido muy próspera, pero ahora estaba en decadencia. La mayoría de los hombres de la familia Vogel luchaban en el campo de batalla, y había pocos funcionarios civiles allí.

El padre de su esposo, Baldomero Vogel, no había tenido éxito en su carrera, y su tío, Otto Vogel, era solo un funcionario menor en la capital. Solo Theobald y su hermano mayor, Gustavo Vogel, tenían algún poder en el ejército, pero antes de ganar la guerra, tan solo eran generales de cuarto rango.

La familia no se había separado, aún seguían viviendo en la casa del general, ya que al dividir la familia solo acelerarían su decadencia. Isabella y Juana llegaron apresuradas a la habitación de doña Rosario. La anciana parecía estar en mejor estado, estando medio recostada en la cama. Sonriéndole a Isabella le dijo.

—¡Has venido muchacha!

En la habitación estaban el hermano mayor, Gustavo Vogel y su esposa, la señora Minerva; la tercera hermana, Manuela Vogel, y otros hijos de las amantes. La madre de Otto Vogel, Ángeles Habsburgo, también estaba presente, pero parecía algo fría y despectiva.

—Madre, tía, hermano mayor, cuñada. —Ella saludó atenta como de costumbre.

—Isabella, ven. —Rosario la llamó para que se sentara junto a ella en la cama. La señora le tomó la mano con afecto.

—Madre.

—Ahora que Theobald ha regresado, tienes un valioso apoyo. Este año ha sido muy difícil para ti, y tu familia también ha sufrido demasiado. Eres la única que queda del legado de don Melquíadez Díaz de Vivar, pero por suerte, todo eso ya ha pasado.

La anciana era bastante astuta. Estaba dejando muy en claro que, sin su familia, Isabella dependería por completo de los Vogel para todo. Ella retiró su mano y preguntó con frialdad.

—¿Ha visto hoy a la general Desislava?

Rosario no esperaba tanta franqueza de su parte. Su sonrisa se congeló por un momento, pero con rapidez respondió con una amplia sonrisa.

—Sí, la he visto. Tiene un carácter rudo y no es tan hermosa como tú.

—Entonces, ¿no le agrada? —Pregunto mirando a la anciana.
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