Capítulo6
Isabella estaba arrodillada en el estudio real, con la cabeza baja.

El Rey Leónidas recordó a la familia del Marqués Melquíadez Díaz de Vivar, de la cual solo quedaba ella, y no pudo evitar sentir lástima por ella.

—¡Levántate y habla! —Isabella juntó las manos y se inclinó en una absoluta reverencia.

—Su majestad, la súbdita, hoy se presenta ante usted con mucha audacia, pero también con una petición.

—Isabella, ya he emitido el decreto, no puedo retractarme de esto. —Ella sacudió ligeramente la cabeza.

—Le suplico a su majestad que emita un decreto permitiéndome divorciarme del general Theobald Vogel. —El joven Rey se sorprendió demasiado.

—¿Divorcio? ¿Quieres divorciarte?

Pensó que ella había venido a pedirle que revocara el decreto de matrimonio, pero no esperaba que pidiera un decreto de divorcio. La joven contuvo las lágrimas.

—Su majestad, el general Theobald y la general Desislava solicitaron el decreto de matrimonio por sus méritos en la guerra. Hoy es el aniversario de la brutal muerte de mi padre y mis hermanos, y yo también quisiera, basándome en sus méritos militares, solicitar un decreto de divorcio. —Isabella gritó desesperadamente— ¡Le suplico su majestad que lo conceda!

La mirada del Rey Leónidas era bastante compleja.

—Isabelita, ¿sabes a qué te enfrentarás después del divorcio?

Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba al Rey llamarla de esa manera tan afectiva. Cuando su majestad aún era un príncipe heredero, Leónidas solía visitar con cierta frecuencia la casa del Marqués para verlo, y siempre le llevaba regalos a ella. Luego, fue enviada a Cerro de los Cerezos a aprender artes marciales con su maestro, y no volvió a verlo.

—Lo sé. —Respondió.

El rostro de ella, de una belleza incomparable, se iluminó con una amplia sonrisa, aunque parecía tener un matiz irónico.

—¿Y entonces?

—Pero un verdadero caballero ayuda a otros a cumplir sus deseos. Aunque no soy un caballero, tampoco quiero ser un obstáculo para que Theobald y Desislava se conviertan en una pareja feliz.

—Isabella, la casa de tu padre ya no tiene a nadie más. ¿Realmente quieres regresar allí?, ¿Has pensado en tu futuro?

—Hoy regresé a la casa del Marqués para rendir homenaje a mis padres y hermanos, y vi que está en total abandono. Quiero volver a vivir allí y adoptar un hijo para mi padre, para que no falte la línea de descendencia.

El Rey Leónidas pensó que ella estaba actuando por impulso, pero no esperaba que lo hubiera pensado tan cuidadosamente.

—En realidad, eres la esposa principal. Desislava no puede quitarte tu posición, no es necesario que te divorcies.

Isabella levantó la cabeza con orgullo, sus ojos llenos de lágrimas, pero con una mirada firme, habló.

—Su majestad, eso no tiene sentido. No quiero desperdiciar mi vida de esa manera. Ahora soy la única persona que queda de la familia del Marqués. Mi padre y mis hermanos vivieron una vida honesta y digna. Y yo no quiero conformarme con una vida mediocre. —El Rey suspiró con amargura.

—Sé que también tienes sentimientos por Theobald. ¿Estás dispuesta a dejarlo?

¿Sentimientos? No se puede decir que los tuviera. Tan solo admiraba a los generales militares y su madre deseaba que se casara y tuviera una vida tranquila. Por eso se casó. Ella sonrió, como una flor que florece en un terreno árido.

—Él me dejó, así que yo también estoy dispuesta a dejarlo.

Bajo su frágil apariencia había una firmeza que sorprendió de inmediato al Rey Leónidas. Nunca había visto una mujer así. Se sentía un poco desorientado con todo esto. La niña pequeña y sonriente que no conocía las preocupaciones, se había casado y ahora estaba a punto de convertirse en una mujer divorciada.

Un divorcio, la haría ver como una mujer abandonada ante los ojos de los demás, especialmente cuando, Theobald había solicitado el matrimonio públicamente. Las mujeres tienen muchas dificultades, y ella tendrá aún más. ¿Cómo podría, acaso, considerar un nuevo matrimonio en el futuro? Ni siquiera tenía familia.

Pensando en todo esto, y recordando los méritos del Marqués en el campo de batalla, el Rey Leónidas sintió una profunda compasión por esta señorita. No era justo, sin embargo, los méritos de su padre eran mayores. El Rey dijo.

—Te concedo tu petición, regresa tranquila a casa. En unos días, el decreto de divorcio será enviado a la residencia del general. —Isabella respiró aliviada y se inclinó con respeto.

—¡Muchas gracias, su majestad!

El Rey Leónidas la miró, y recordó a la pequeña niña de casi siete años... Su corazón se ablandó.

—Isabella, si alguien te quiere hacer daño en el futuro, no dudes en venir al palacio a buscarme.

—¡Gracias, su señoría! —Se inclinó en reverencia una vez más.
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