Capítulo5
Los miembros de la familia Vogel se miraron entre sí, sin esperar que, Isabella, siempre tan dócil, esta vez mostrara una actitud tan firme. Además, ni siquiera escuchó a su madre. La anciana dijo con desprecio.

—Ella obedecerá poco a poco, no tiene otra opción. Ahora no tiene familia materna a quien recurrir, no tiene de otra más que quedarse con nosotros, además, no la hemos tratado mal, y sigue siendo la esposa principal.

A la mañana siguiente, Isabella y Juana, regresaron a la residencia del Marqués Díaz de Vivar, su padre. El jardín estaba totalmente desolado, con montones de hojas caídas. En solo medio año sin mantenimiento, el patio de la residencia de su padre se había llenado por completo de hierbas silvestres que crecían hasta casi la altura de una persona.

Al volver a entrar en la casa, su corazón se sentía desgarrado por el recuerdo tan doloroso del pasado. Hace seis meses que se había enterado de la cruel masacre de su familia, en ese instante cuando entró colapsó arrodillándose frente a los cuerpos de su abuela y su madre. Estaban tan frías... y cada rincón de la residencia se encontraba manchado de sangre.

En la casa había un pequeño santuario, con varios cuadros de madera donde estaban escritos los nombres de cada ancestro. Ella y su doncella prepararon con gran tristeza las ofrendas, sin dejar de llorar. Encendió el incienso, se arrodilló en el suelo, se inclinó ante los cuadros de sus padres, y con lágrimas en los ojos, pero con una mirada firme y decisiva, dijo.

—Padre, Madre, si están en el cielo, por favor perdonen la decisión que estoy a punto de tomar. No es que no quisiera casarme, tener hijos y vivir una vida tranquila, sino que Theobald no es un buen hombre, no es alguien en quien pueda confiar mi vida. Pero no se preocupen por eso, Juana y yo viviremos muy bien.

Su acompañante también estaba arrodillada a un lado, llorando desconsolada. Después de la ceremonia, subieron a la carreta para ir en dirección a la ciudad capital. Al mediodía, bajo el sol abrasador de otoño, las dos mujeres estaban paradas justo frente a las puertas del palacio, como verdaderas estatuas de madera, sin moverse. Esperaron una hora entera, y nadie salió a llamarlas. Juana, apenada, habló.

—Señorita, me temo que su majestad no la recibirá, piensa que ha venido a impedir el matrimonio concedido. —Su doncella la miró de reojo y siguió diciendo—Me preocupa un poco que no ha comido desde anoche, y tampoco desayunó hoy, ¿quiere que le traiga algo de comer?

—No tengo hambre.

Isabella no pensaba en eso, solo tenía un firme deseo en su corazón de divorciarse y luego regresar a casa.

—No siga enfadada consigo misma, si se enferma no valdrá la pena. —Juana siguió diciendo—¿Por qué no lo dejamos así? Al fin y al cabo, sigue siendo la esposa principal, la señora Vogel. Aunque ella sea una esposa «igual», en realidad solo es la amante. Señorita, ¿nos vamos?

Con una mirada de rabia, Isabella le contestó.

—Juana, si vas a decir cosas así, mejor no digas nada.

Su acompañante suspiró, con una mirada perdida y sin saber qué decir. ¿Qué más podían hacer? Pensó que cuando el general Vogel regresara, la señorita estaría más contenta, pero no esperaba esta difícil situación. En el estudio del Rey, el empleado Marcelino informó por tercera vez.

—Su Majestad, la señora Isabella Díaz de Vivar aún está esperando fuera del palacio.

—El Rey Leónidas de la Torre Montemayor dejó a un lado el documento y se frotó las sienes.

—No puedo verla, la orden ya ha sido dada, ya no puedo retractarme. Que regrese por dónde vino.

—Los guardias la han intentado persuadir, pero dice que no se va. Ha estado parada allí más de una hora, sin moverse ni un solo paso.

El Rey Leónidas también se sentía algo incómodo.

—Theobald Vogel pidió el matrimonio como recompensa por sus méritos en la guerra. Aunque no quería, si no lo concedía, él y Desislava se sentirían muy decepcionados.

Después de todo, ellos habían logrado varios méritos militares.

—Su majestad, si hablamos de méritos militares, los del Marqués Melquíadez Díaz de Vivar y el general Galván no tienen comparación alguna.

El Rey recordó al Marqués... Cuando Leónidas era el príncipe heredero, y entró por primera vez en el ejército, fue el Marqués quien lo entrenó. Desde entonces conocía a Isabella, pero ella era solo una niña, una dulce y pequeña que no pasaba los siete años, con una piel blanca como la porcelana, muy adorable.

Leónidas también había pasado por ríos de sangre y montañas de cadáveres, sabía lo difícil que era ser un general militar. Por eso, cuando Theobald pidió el matrimonio como recompensa por sus méritos, aunque dudoso, al final accedió.

Excepto por el hermano menor de su majestad, el Rey Benito de la Torre Montemayor, ya no había generales capaces en la corte. En esta guerra con Valles de Montealto, el tercer hijo del general Galván perdió un brazo y el séptimo hijo murió brutalmente, aunque todo esto se había mantenido en secreto.

Pero el criado Marcelino tenía razón, si hablaban de méritos militares, los de Theobald Vogel y Desislava Maiquez estaban muy lejos de compararse con los del Marqués.

—Está bien, que venga. Si ella acepta este matrimonio, le daré lo que quiera, incluso un título de la nobleza. —El criado respiró aliviado.

—¡Su majestad es bastante sabio!
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