Capítulo7
Después de que Isabella se marchó, el criado Marcelino entró con rapidez.

—Su majestad, la emperatriz ha enviado a alguien para solicitar su presencia cuando tenga un momento. —El Rey Leónidas suspiró.

—Tal vez sea por el asunto de Isabelita por lo que está ansiosa y preocupada. Vamos.

Las peonías en el Palacio de la Longevidad estaban mostrando su magnífica belleza y fragancia nacional. Incluso las rosas en las paredes del palacio estaban floreciendo. La viuda emperatriz sentada en el salón principal en una silla redonda de madera, color rosa con respaldo alto. Llevaba una túnica de tela fina, color púrpura oscuro y luciendo su cabello con un exquisito pasador de jade blanco, pero su rostro lucía bastante demacrado.

—¡Mi hijo viene a saludar, qué milagro!

El Rey Leónidas dio un paso hacia adelante para rendirle homenaje. Ella lo miró y suspiró.

—Esa orden de matrimonio que diste no fue nada prudente. Haciendo eso, no solo le has fallado a Melquíadez Díaz de Vivar, sino que además has
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