UN AÑO MÁS TARDE —Parece mentira que ya haya pasado un año —dijo Andrea, mientras terminaba de colgar los globos de colores en las paredes del jardín de la mansión, por la celebración del primer año de los trillizos. —La verdad es que yo tampoco lo creo —repuso Camila, con una sonrisa, mientras veía como sus tres hijos jugaban en un corral improvisado—. Están tan grandes… —Suspiró. —No solo eso —comentó Andrea con una media sonrisa—. Tú pareces una persona totalmente diferente, querida. Se ve que Alex y tú por fin se han entendido. —La verdad es que eso… es algo que jamás pensé experimentar. Ese hombre me ha sorprendido gratamente este último año. —Te ama demasiado, se le nota. Le brota el amor por los poros. A veces es desesperante —bromeó Andrea. Camila rodó los ojos. —¿Tan desesperante como lo es Leo contigo? —Leo no es desesperante. —Ah, ¿no? Vive colmándote de regalos, de besos y arrumacos. A veces da vergüenza ajena. —Oye… —replicó Andrea frunciendo el ceño. Camila so
Cuando cruzó los imponentes portones del jardín que rodeaba la mansión, los gritos que llegaban desde el interior la estremecieron por completo. Con el corazón latiéndole desbocado, casi amenazando con salirse de su pecho, Camila corrió hacia la entrada de la mansión. Cruzó el umbral con rapidez y se detuvo abruptamente al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos en el centro de la sala. Un grito ahogado escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca, horrorizada. La visión frente a ella era tan impactante que le resultaba imposible de procesar. Su padre, el hombre que le había dado la vida y que hubiera dado la vida por ella y por Andrea, su hermana, yacía tendido en el suelo, rodeado por cinco matones que lo golpeaban repetidamente, como si sus vidas dependieran de ello. Cada golpe resonaba en la sala, acompañado por los gritos de dolor de su padre, que parecían perforarle el corazón. El horror inicial pronto dio paso a una oleada de angustia y dolor. Camila no po
La semana posterior al maldito encuentro que había tenido su padre con aquellos cinco matones, y que había cambiado la vida de Camila por completo, resultó ser una completa agonía para ella. Cada día que pasaba, la ansiedad no había hecho más que apoderarse de ella, al punto en el que por momentos no había podido siquiera respirar con normalidad. La incertidumbre de a qué tenía que enfrentarse la había carcomido por dentro y, ahora, sentada en el asiento trasero de aquel coche de vidrios tintados, se sentía aún peor. En ese instante, sus dedos, impacientes, jugueteaban con el borde del falso certificado de matrimonio que le había dado el líder de la banda, ni bien se había montado en el coche, a unos metros de la entrada de su casa. Sin embargo, cuando le preguntó que significaba aquello, más que aclarar sus dudas, su respuesta enigmática las acrecentó, por lo que decidió no indagar más y limitarse a permanecer sentada, prácticamente inmóvil, en el asiento trasero del vehículo. Inte
Los pasillos de la prisión se extendían como un laberinto de ecos y sombras, sumiendo a Camila en un mundo que nunca había imaginado conocer. Cada paso la llevaba más adentro, hacia la oscuridad de aquel lúgubre lugar. El sonido de sus propios pasos resonaba en las paredes de concreto, mezclándose con el murmullo distante de los reclusos, haciéndola sentirse desamparada. —Es aquí —le informó el hombre, inexpresivo, cuando llegaron frente a una solitaria puerta de metal gris y oxidado. Camila tomó una respiración que intentaba ser profunda, pero que se quedó corta, atrapada por la ansiedad que le oprimía el pecho. Aunque sabía, en teoría, lo que podía esperar al otro lado de aquella puerta, no podía ni siquiera imaginarlo con precisión. El terror la invadía, haciéndola temblar por dentro. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitirse flaquear. —Solo tiene dos horas —le indicó el oficial, mientras ella dudaba, con la mano en el pomo de la puerta. Al oír sus pal
Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación. Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper. —Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una so
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que