Cuando cruzó los imponentes portones del jardín que rodeaba la mansión, los gritos que llegaban desde el interior la estremecieron por completo.
Con el corazón latiéndole desbocado, casi amenazando con salirse de su pecho, Camila corrió hacia la entrada de la mansión. Cruzó el umbral con rapidez y se detuvo abruptamente al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos en el centro de la sala. Un grito ahogado escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca, horrorizada. La visión frente a ella era tan impactante que le resultaba imposible de procesar.
Su padre, el hombre que le había dado la vida y que hubiera dado la vida por ella y por Andrea, su hermana, yacía tendido en el suelo, rodeado por cinco matones que lo golpeaban repetidamente, como si sus vidas dependieran de ello. Cada golpe resonaba en la sala, acompañado por los gritos de dolor de su padre, que parecían perforarle el corazón.
El horror inicial pronto dio paso a una oleada de angustia y dolor. Camila no podía creer lo que veía y la desesperación de no saber qué hacer amenazaba con abrumarla hasta hacerla perder la conciencia.
La ferocidad con la que los hombres golpeaban a su padre dejaba claro que detenerlos no sería tarea fácil. Parecían estar programados para una única misión: acabar con la vida de su padre, o, en el mejor de los casos, dejarlo en coma. Era una situación desesperada, y Camila se sentía impotente.
En un momento, por una milésima de segundo, su mirada se encontró con la del hombre, cuyos ojos eran de un verde idéntico a los suyos, y sintió que una valentía desconocida para ella la invadía por completo, haciéndola dar un paso al frente, sin siquiera pensarlo dos veces. Su padre necesitaba ayuda, y ella no pensaba dejarlo morir sin intentar salvarlo.
—¡Por favor, deténganse! —exclamó, con la voz quebrada por la angustia. Sin embargo, con una determinación de la que hasta ese momento jamás se había creído capaz, y sintiéndose completamente desesperada de ver a su padre en aquel estado, añadió, esta vez con voz más firme—: ¡Haré lo que sea, pero déjenlo en paz!
Los gritos angustiados de Camila, y su insistencia, mientras se acercaba a ellos, logró lo que deseaba: los hombres, cada cual más grande y musculoso que el anterior, se detuvieron en seco y, casi como si de una coreografía se tratase, se giraron hacia ella, observándola con una mezcla de furia y curiosidad.
—¿Qué dijiste? —preguntó el que, evidentemente, por su porte y sus maneras, era el líder de aquel quinteto.
Camila tragó saliva. El corazón le iba tan rápido y estaba tan nerviosa, que no sabía qué hacer. ¿Cómo podía convencer a esos matones de que dejaran de golpear a su padre? Jamás se había visto obligada a enfrentar un problema como aquel y, para su mala suerte, era demasiado pequeña y débil como para hacerles frente; de hacerlo quedaría en un estado mucho peor al que se encontraba su padre. Nada más tenía un arma: su cuerpo. ¿Qué podía hacer con eso contra aquellos cinco gigantes?
«Eso», pensó, casi como si se hubiera encendido una bombilla sobre su cabeza.
Era consciente de su desventaja en una pelea cuerpo a cuerpo. No obstante, tenía algo más que ofrecerles. Con plena conciencia de su belleza y de la influencia que podía ejercer sobre los hombres, estaba dispuesta a utilizarlo como moneda de cambio. No sabía cuál sería el precio que le pondrían a la vida de su padre, pero estaba segura de que, sin importar cuánto fuera, valía infinitamente más.
Después de un breve intercambio de miradas, tenso y silencioso, el líder de la banda dio unos pasos hacia ella, frotándose la barbilla. Con una sonrisa despiadada y lasciva, la evaluó de arriba abajo, haciendo que Camila se sintiera como un trozo de carne expuesto en la vitrina de una carnicería.
—¿Dijiste: «haré lo que sea»? —preguntó, con las cejas en alto, asegurándose de haber oído bien.
Camila inspiró profundamente y asintió con determinación, levantando la barbilla en un intento de mostrar más valentía de la que realmente sentía.
—¿Cualquier cosa? —inquirió, con una voz cargada de amenaza, mientras sonreía de lado.
Por un instante, Camila vaciló ante lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, la visión de su padre en el suelo, dolorido y con la ropa desgarrada, fue un incentivo poderoso que la impulsó hacia adelante.
—Sí —respondió con la voz entrecortada por el llanto, pero con firmeza—. Estoy dispuesta a hacer lo que sea, si dejan a mi padre ya mismo en paz —afirmó, intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir, mientras su corazón se agitaba ante la magnitud de las palabras que acababa de pronunciar.
Sin embargo, ya no había marcha atrás. Era su padre o ella y estaba dispuesta a sacrificarse.
Al oír la respuesta de la muchacha, el líder de la banda se inclinó hacia ella, dejando sus rostros a un palmo de distancia, permitiendo que Camila pudiera ver el destello de maquinación oculto en su oscura mirada.
Un par de segundos más tarde, el hombre sonrió, dejando ver una hilera de dientes putrefactos.
—Está bien, entonces, tenemos un trato —declaró, soltando su aliento viciado justo frente al rostro de la joven.
Camila contuvo el aliento, procurando no vomitar producto del pestilente hedor que emanó de la boca de aquel sujeto, mientras se percataba de que su entonación dejaba entrever que estaba dispuesto a cobrarle un precio sumamente alto.
Sin embargo, en ese instante, no le importó. Todo lo que deseaba, todo en lo que podía pensar, era en asegurarse de que su padre estuviera a salvo. Las inminentes consecuencias le importaban poco en comparación con la seguridad de su ser querido.
Tras las palabras del hombre, un pesado silencio se adueñó de la sala, únicamente interrumpido por la respiración errática del padre de Camila, que aún permanecía tendido en el suelo de mármol, incapaz de levantarse.
El líder, aparentemente convencido de la sinceridad de Camila, se incorporó en toda su altura y con un gesto les indicó a sus hombres que se alejaran de James.
Sin oponer resistencia, pero mostrando evidentes signos de descontento, los cuatro hombres restantes se alejaron unos pasos del hombre y miraron a su jefe y a Camila, con expectación. Sin embargo, Camila pudo notar que sus expresiones seguían siendo severas e implacables, evidenciando que, aunque habían obedecido sin protestar, estaban dispuestos a continuar con la golpiza si así se les ordenaba.
—Bien, si lo que dices es cierto y realmente estás dispuesta a hacer lo que sea para salvar a este hombre —dijo el líder, señalando a James, quien ahora también había enfocado su mirada en ella—, entonces necesitaremos una prueba.
—¿Una prueba?—inquirió Camila, sintiendo que sus piernas amenazaban con dejar de sostenerla. Aun así, se obligó a ser valiente y mantenerse firme.
—Así es —respondió el hombre, sonriendo despiadadamente—. Necesitamos una prueba de tu compromiso —explicó, mientras se cruzaba de brazos y alzaba la barbilla—. Debes darnos una evidencia de que eres de fiar y de que estás dispuesta a cumplir con tu palabra.
—¿De qué… qué tipo? —tartamudeó Camila, con un hilo de voz.
—Eso déjanoslo a nosotros —respondió el sujeto, con un tono misterioso que hizo que se le encrespara la piel una vez más—. Algo que, me atrevería a decir, no todos están dispuestos a hacer.
Al escuchar esto, Camila abrió los ojos de par en par, antes de recobrar la compostura y asentir, siendo consciente de que no tenía más alternativa. Era eso, o que ella y Andrea se quedaran huérfanas también de padre.
Recordó el vacío que había dejado la pérdida de su madre, años atrás, y la idea de enfrentarse a otra pérdida tan dolorosa la llenó de desesperación. No podía permitir que su familia sufriera más tragedias. Por eso, con determinación, se preparó para lo que fuera necesario, aunque en lo más profundo de su ser temblara de miedo.
—De acuerdo —respondió—, cumpliré con lo que quieran. Díganme qué es lo que tengo que hacer.
Las palabras de Camila surtieron el efecto deseado, y el líder se dio la vuelta, llamando a sus hombres para mantener una breve conversación con ellos.
Camila podía sentir la mirada de su padre sobre ella, quien la observaba con una mezcla de agradecimiento y pavor.
Ella siempre había sido la chiquita de su padre, la consentida a la que siempre había tenido en la más alta estima, incluso más que a Andrea, su hermana menor. A pesar de este trato especial, allí estaba, demostrando un valor que pocas veces había visto en alguien, y mucho menos en ella.
Camila era plenamente consciente de que había cruzado un umbral del cual ya no había retorno, pero al ver la sonrisa adolorida de su padre, supo que había tomado la decisión correcta. Siempre había sido la niñita frágil que había necesitado y dependido de su padre para todo, pero ahora, en medio de aquella situación desesperada, debía demostrar que era capaz de mucho más que simplemente ser una cara bonita.
—Perfecto —dijo el líder de la banda, volviéndose hacia ella, luego de varios minutos de deliberación—. En una semana te asignaremos la tarea que debes cumplir. Pero recuerda —añadió, alzando el dedo índice de manera amenazante—, no trates de engañarnos. De lo contrario, no solo tu padre, sino también tu hermana, pasarán a mejor vida. ¿Entendido? Ahora hay más que unos cuantos millones de dólares en juego.
Camila tragó saliva, sintiendo el peso de la amenaza sobre sus hombros.
—¿Entendido? —repitió el hombre, con severidad.
—Perfectamente —respondió Camila, con seguridad, aunque por dentro se sentía desfallecer.
—Bien —asintió el hombre—, ¡vámonos!
Con estas palabras, el líder hizo una seña a sus compañeros para que lo siguieran, y los cinco abandonaron la mansión sin mirar atrás.
Una vez que los hombres salieron de la vivienda, esta se vio envuelta en un silencio sordo. Camila era más que consciente de que aquello no era más que la antesala de una tormenta, de algo incierto. Sin embargo, en ese momento, no tenía tiempo para pensar en ello. Por lo que, haciendo a un lado todas sus emociones, se acercó a su padre, arrodillándose junto a él y abrazándolo con cuidado mientras gruesas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
Sin embargo, no son lágrimas de miedo, sino de determinación; de tener la seguridad de que, pasara lo que pasara, sin importar lo que sucediera, estaba dispuesta a enfrentarse a las consecuencias de sus actos, con el único y altruista fin de proteger a su familia.
La semana posterior al maldito encuentro que había tenido su padre con aquellos cinco matones, y que había cambiado la vida de Camila por completo, resultó ser una completa agonía para ella. Cada día que pasaba, la ansiedad no había hecho más que apoderarse de ella, al punto en el que por momentos no había podido siquiera respirar con normalidad. La incertidumbre de a qué tenía que enfrentarse la había carcomido por dentro y, ahora, sentada en el asiento trasero de aquel coche de vidrios tintados, se sentía aún peor. En ese instante, sus dedos, impacientes, jugueteaban con el borde del falso certificado de matrimonio que le había dado el líder de la banda, ni bien se había montado en el coche, a unos metros de la entrada de su casa. Sin embargo, cuando le preguntó que significaba aquello, más que aclarar sus dudas, su respuesta enigmática las acrecentó, por lo que decidió no indagar más y limitarse a permanecer sentada, prácticamente inmóvil, en el asiento trasero del vehículo. Inte
Los pasillos de la prisión se extendían como un laberinto de ecos y sombras, sumiendo a Camila en un mundo que nunca había imaginado conocer. Cada paso la llevaba más adentro, hacia la oscuridad de aquel lúgubre lugar. El sonido de sus propios pasos resonaba en las paredes de concreto, mezclándose con el murmullo distante de los reclusos, haciéndola sentirse desamparada. —Es aquí —le informó el hombre, inexpresivo, cuando llegaron frente a una solitaria puerta de metal gris y oxidado. Camila tomó una respiración que intentaba ser profunda, pero que se quedó corta, atrapada por la ansiedad que le oprimía el pecho. Aunque sabía, en teoría, lo que podía esperar al otro lado de aquella puerta, no podía ni siquiera imaginarlo con precisión. El terror la invadía, haciéndola temblar por dentro. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitirse flaquear. —Solo tiene dos horas —le indicó el oficial, mientras ella dudaba, con la mano en el pomo de la puerta. Al oír sus pal
Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación. Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper. —Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una so
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que
Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el