Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el
Dos días después de la inesperada visita de Alex a la mansión de su familia, Camila se encontraba junto a él en la sala de espera del Registro Civil. La ansiedad la consumía; sentía que todo daba vueltas a su alrededor y apenas podía respirar con normalidad. Observaba a Alex, sentado junto a ella con un impecable traje azul marino, camisa blanca, corbata gris plateado y zapatos de diseñador bien lustrados. Estaba con los brazos y las piernas cruzadas, echado contra el respaldo de la silla de plástico, como si contraer matrimonio con una desconocida fuera una tarea de lo más común. Camila miró su reflejo en el vidrio del vestíbulo, evaluando su imagen. Estaba vestida de manera sencilla, con un vestido color azul claro, que apenas le llegaba hasta las rodillas y que dejaba su espalda al descubierto. Como complemento, se había colocado un colgante de plata y unos aretes a juego, que había heredado de su madre, mientras que sus pies estaban enfundados en delicadas sandalias de tacón de co
Después de recibir el acta de matrimonio, Alex condujo a Camila hasta su lujoso coche. El vehículo era un Cullinan, de Rolls Royce, que contrastaba con la sencilla vestimenta de Camila. —Sube —ordenó Alex, mientras se montaba en el asiento trasero del coche. —¿A dónde vamos? —preguntó Camila, intentando aliviar la incomodidad del ambiente, mientras lo imitaba, y el chofer de Alex ponía el automóvil en marcha. —A casa —respondió él escuetamente, con la vista fija en la carretera, al otro lado de la ventanilla, sin ninguna emoción. —Pero esta no es la ruta para ir a… —intentó decir ella. —No creerás que después de casarte conmigo seguirás viviendo con tu padre, ¿verdad? Ahora eres mi esposa y debes vivir conmigo —la interrumpió Alex, con firmeza. —Yo, esto… yo pensé que… —comenzó a decir en un intento de explicarse. Sin embargo, Alex soltó una sonora y despectiva carcajada, que la dejó en silencio. —Se te notaba lo inocente, pero ¿tanto? ¿En serio? —se burló—. Ya te lo dije: ahor
Hacía una semana que Camila se había casado con Alex y que, por consiguiente, se había ido a vivir con él. Sin embargo, pese a que se encontraba viviendo entre los lujos que cualquier mujer podía desear, no había podido dejar de llorar todos y cada uno de los días, sintiéndose sola, infeliz y desgraciada. Conforme el tiempo pasaba, Camila sentía que el vacío, que había invadido su corazón el día en que había llegado allí, no hacía más que acrecentarse. A pesar de las comodidades y de la abundancia que la rodeaban, se sentía sola y perdida en aquella imponente mansión; y el silencio que reinaba en las amplias habitaciones solo servía para aumentar su sensación de aislamiento y de desolación. Todos los días, al despertar, lo hacía con la vaga esperanza de que las cosas mejorasen. Sin embargo, cuando caía la noche, y se iba a la cama, sentía el corazón más pesado y el alma más vacía. Después de casarse y mudarse con Alex, la actitud de él había cambiado de manera drástica. Si bien nunca
Luego de que Alex le informara, durante el desayuno, que sus abuelos, los patriarcas de la familia, habían organizado una cena esa noche para conocerla, el mundo de Camila se vino abajo. Había imaginado que, con un poco de suerte, podría mantenerse en las sombras, sin llamar demasiado la atención. Sin embargo, ahora se veía obligada a asistir a un evento con el que no se sentía para nada cómoda. No obstante, sabía que, tras haberse casado con Alex, este había asumido que ella era de su propiedad, como una especie de mascota con la que podía hacer y deshacer a su antojo. Lamentablemente, por mucho que le doliera, no tenía más elección que obedecer. Después de todo, si bien el peligro sobre su familia no era inminente, sentía que la única forma de asegurarse de que ellos estuvieran bien, era seguir las órdenes de su esposo, al pie de la letra. No obstante, pese a que comprendía la gravedad de la situación, había una pregunta que no dejaba de rondar su mente: ¿cuánto tiempo más podr
Luego de varios minutos de viajar en silencio, Xavier, el chofer de Alex, estacionó el coche frente a una mansión, que, pese a su majestuosidad, era considerablemente más pequeña que la de Alex, aunque, aun así, era el doble de grande que la del padre de Camila. Una vez que ambos se adentraron en la mansión, el mayordomo les informó que el señor y la señora estaban terminando de arreglarse, por lo que les pidió por favor que esperaran un momento en la sala.Sin perder tiempo, Alex tomó a Camila por el antebrazo y la guio hacia una habitación iluminada por grandes candelabros, y decorada con muebles antiguos y costosos. Camila observó todo a su alrededor, fijándose en cada uno de los detalles, sintiéndose fuera de lugar entre tanta elegancia. No era que ella no hubiera vivido una buena vida, por el contrario, en casa de su padre nunca le había faltado nada; siempre había tenido no solo todo lo que necesitaba, sino también todo lo que quería. No obstante, el nivel de lujos de aquel s
La actitud de Alex y su amenaza silenciosa dejaron a Camila sintiéndose más sola y perdida que nunca. Pero sobre todo dolida.Porque sí, temía por su padre y por su hermana, sin embargo, lo que más le había afectado era que sentir que, a pesar de que, en un inicio se habían casado por conveniencia, él no la quería.¿Algún día lograría ablandar su corazón?No estaba segura, pero, sin saber por qué estaba dispuesta a intentarlo.A solas en el despacho, comenzó a escanear el entorno con la mirada, deteniéndose en cada detalle. La oficina de Alex era un santuario de poder y decisión, un reflejo de su personalidad y de su posición en la familia y en el mundo en general.Camila observó con asombro la habitación, fascinada. La habitación, por su aspecto sobrio y sombrío, le recordaba al despacho de los jefes de la mafia de las películas. Sobre el amplio escritorio de roble, había montones de documentos meticulosamente organizados, junto a una pluma dorada que parecía ser de oro.Sin embargo,